La biografía de Hannah Arendt (Linden-Limmer, 1906 - Nueva York, 1975) es la historia de tres huidas y una búsqueda. Esta última ocupó a la filósofa alemana de origen judío toda la vida, en una indagación constante en pos de la verdad con mayúsculas. Finalmente, en contra de lo que proclamaba su gran maestro y amante Martin Heidegger, la autora de Los orígenes del totalitarismo descubrió que no existe una única verdad absoluta, sino millones de verdades individuales e interconectadas, según una concepción de la humanidad basada en la libertad y la pluralidad, y que casi un siglo después sigue teniendo plena vigencia. Como también la tiene su audaz —y en su momento polémica— teoría sobre la banalidad del mal, fruto de sus observaciones durante el juicio al dirigente nazi Adolf Eichmann, un genocida con actitud de burócrata.
De los grandes intelectuales del siglo XX, la de Hannah Arendt es sin duda una de las biografías más apasionantes, tan llena de peripecias y peligros como de fructífero pensamiento. El dibujante y guionista Ken Krimstein (Evanston, Illinois, 1958), colaborador habitual de medios como The New Yorker, Wall Street Journal y Chicago Tribune, la ha reflejado de manera excepcional en el cómic Las tres vidas de Hannah Arendt, que edita en España Salamandra Graphic. Publicado originalmente en 2018, fue incluido en la lista de las mejores novelas gráficas de ese año de la revista Forbes y de The Comics Journal.
El estilo gráfico empleado por Krimstein es lo opuesto a virtuoso. Los dibujos son meros bocetos, deliberadamente simples, feos e inacabados, casi siempre sin fondo, excepto en contadas viñetas que nos presentan los espacios en los que se desarrolla la acción en cada momento. Todo ello parece querer transmitir al lector la incertidumbre y la urgencia que caracterizó la vida de Arendt y la inquietud de su espíritu.
La importancia del relato, narrado en primera persona, recae al cien por cien en la sucesión vertiginosa de acontecimientos, en las disquisiciones filosóficas de Arendt y en la presentación de una extensa galería de personajes en la que se encuentra lo más granado de la intelectualidad, mayoritariamente judía, de la época: de Martin Heidegger a Walter Benjamin, pasando por Karl Jaspers, Theodor Adorno, Max Ernst, Kurt Weill, Mary McCarthy, Marc Chagall, Bertolt Brecht, Arnold Schönberg o Fritz Lang. (Una cortesía del autor hacia los lectores son las breves reseñas biográficas a pie de página cada vez que aparece un personaje nuevo e incluso de aquellos de épocas anteriores que son mencionados brevemente, ya sean Kant, Sófocles o Agustín de Hipona).
Como se ve por esta breve e incompleta relación de personajes, Arendt era una mujer brillantísima cuya genialidad refulgía en un mundo intelectual (y el mundo, a secas) absolutamente dominado por los hombres. Al llegar a Estados Unidos tuvo que sobrevivir trabajando como au pair. Algunos años más tarde, se convirtió en la primera mujer catedrática de Princeton, un ascenso meteórico que da buena cuenta de su arrojo, su constancia y su valía.
La relación intelectual y amorosa entre Arendt y Heidegger, dos de los más destacados pensadores de su tiempo, es uno de los pilares de la narración. Es la historia de amor (o desamor, más bien) y de enfrentamiento dialéctico entre “el nazi y la judía”, tal como le dice el propio Heidegger a Arendt en un diálogo imaginado por el autor del libro. Aunque al final Arendt perdona públicamente los coqueteos con el nazismo de Heidegger y le promete volcarse en la publicación de su obra en Estados Unidos, donde ella se había convertido en una heroína popular, lo repudió en lo personal por no haberse atrevido a dejar a su mujer a pesar de estar enamorado de ella. No en vano, la férrea separación entre la esfera pública y la privada fue una de sus grandes consignas, que ella misma aplicó a su vida.
Las tres huidas de Arendt
La primera de las tres huidas a las que aludimos al principio —y también el título original de la obra en inglés, The Three Escapes of Hannah Arendt— ocurrió en Berlín, cuando siendo ya una reputada profesora se jugó el pellejo en pleno auge del nazismo haciendo una investigación sobre el antisemitismo de la prensa de la época. Se trataba de un encargo de Kurt Blumenfeld, un destacado sionista amigo de su difunto padre. Después de pasar varios días detenida, decidió escapar a Francia junto a su madre, Martha, y su segunda pareja —ya para el resto de la vida—, Heinrich Blücher.
Segunda evasión: en París, en 1940, ya en plena guerra, fue retenida en el velódromo de invierno junto al resto de mujeres alemanas adultas menores de 55 años y desde allí fue enviada al campo de internamiento de Gurs. Cuando los alemanes entran en París, se genera en el campo una confusión —no está claro si pueden marcharse libremente las alemanas, solo las alemanas que no sean judías o todas las prisioneras— que Arendt aprovecha para escapar.
La tercera gran huida de la autora de La condición humana ocurrió poco después. Desde Marsella, Arendt, su madre y Blücher logran llegar en tren hasta Lisboa —poco después del trágico suicidio de Walter Benjamin en Portbou, que trató de pasar la frontera franco-española antes que ellos— y desde allí emigran en barco a Nueva York.
Defenderse como judío
Leer la vida de Arendt es leer la historia del pueblo judío en el siglo XX. Si de niña tuvo que sufrir el antisemitismo que empezaba a flotar en el ambiente en su Alemania natal, de adolescente vio cómo este se recrudeció y se convirtió en política de Estado con el ascenso de Hitler. No sería hasta 1943 cuando el mundo, y ella misma, ya en su exilio neoyorquino, descubrieron estupefactos el horror inefable: la existencia de los campos de concentración. Poco antes, ella había empezado a alcanzar notoriedad entre los círculos intelectuales judíos de Nueva York con un artículo en la revista Aufbau sobre la necesidad de crear un ejército judío internacional para luchar contra Hitler. "Si te atacan como judío, defiéndete como judío", exhortaba la filósofa y teórica política. Con ese escrito llamó la atención del profesor Salo Baron, que le encargó un nuevo artículo sobre el nacimiento de un nuevo judío y una nueva visión de la historia judía, abandonando el tópico del pueblo sumiso que encadena desgracias, instando a que su pueblo tome las riendas de su destino. Con este nuevo artículo causa furor y se le abren las puertas del mundo editorial.
La publicación de Los orígenes del totalitarismo la convierten en una intelectual de referencia, comprometida con el mundo en el que vive (para ella no existía el fin, solo el "presente continuo"). Si en aquel libro explicó el "cómo" del horror, se propuso para el siguiente indagar en el "porqué", y así llegó a La condición humana.
En 1961 se le presenta una oportunidad que no puede rechazar: cubrir informativamente el juicio al oficial de las SS responsable de organizar industrialmente la logística del Holocausto, Adolf Eichmann. Lo juzgan en el jovencísimo Estado de Israel, que lo encuentra en Argentina en una operación de espionaje y lo captura sin pedir permiso ni perdón, saltándose todos los cauces diplomáticos y políticos y causando una gran controversia en el mundo entero. Durante el juicio, Arendt se da cuenta de que el acusado detrás de la mampara de cristal debe morir, pero no es un monstruo demoníaco, sino un ser inane y burocrático que cree haber cumplido con su deber. Así es como llega a su teoría de la banalidad del mal, un arriesgado punto de vista por el que muchos enemigos la atacaron y muchos de sus amigos le dieron la espalda. El mundo no estaba preparado aún para aceptar que "la triste realidad es que, en su mayor parte, el mal lo causa gente que nunca toma la decisión de ser buena o mala".