La joven Marta Altieri posa emocionada junto a su obra ante los móviles de un puñado de amigas. No es para menos: su Joselito, webcómic que se muestra en un dispositivo electrónico, cierra una completísima exposición que recorre la historia del cómic occidental, desde el siglo XIX hasta nuestros días.
Y es que pocas ocasiones hay de contemplar bajo un mismo techo cientos de originales de las obras más importantes que han definido el noveno arte a lo largo de 120 años. Una de estas raras oportunidades la ofrece la Fundación “La Caixa” con la exposición Cómic. Sueños e historia, que puede verse hasta el 28 de agosto en CaixaForum Madrid y después itinerará hasta 2026 por otras ocho sedes de la misma red de centros culturales.
De las más de 350 piezas mostradas (300 de ellas son originales y el resto reproducciones), la mayoría pertenecen a Bernard Mahé, uno de los coleccionistas europeos más importantes, que además ha ejercido como comisario de la muestra. Se exhiben páginas de autores fundamentales de todas las épocas y estilos como Winsor McCay, Milton Caniff, Hergé, Will Eisner, Frank Miller, Robert Crumb, Goscinny, Hugo Pratt o Claire Bretécher, Moebius, Quino, Alberto Breccia, Charles Burns, Chris Ware y un largo etcétera.
La exposición repasa la evolución del mundo de las historietas en Europa y América —en este caso se ha obviado el otro gran foco mundial del noveno arte, Japón— desde The Yellow Kid, considerado el primer cómic moderno, obra de Richard Felton Outcault, que apareció en la década de 1890 en el New York Journal.
En el párrafo anterior hemos dicho “cómic moderno” porque la narrativa secuencial en imágenes se remonta al arte rupestre y continuó con los jeroglíficos egipcios, la pintura narrativa medieval y los libros de horas. También hubo algunos ejemplos dispersos y pioneros de lo que podrían considerarse protocómics a lo largo del siglo XIX, pero fue a Outcault a quien se le ocurrió usar por primera vez bocadillos con texto dentro de las viñetas, dando lugar a lo que hoy conocemos como historietas, cómics o, como se ha dicho tradicionalmente en España, tebeos (epónimo del título de la popular revista TBO, fundada en 1917).
Dividida en ocho secciones, la exposición recorre distintas geografías y momentos clave en la historia del noveno arte, con un montaje cronológico y una singular escenografía que incluye reproducciones a gran escala de la cama de Little Nemo in Slumberland, de Winsor McCay, una de las obras seminales del cómic; otra del famoso edificio del 13, Rue del Percebe, de Francisco Ibáñez; y otra de Astérix y Obélix, de Goscinny y Uderzo.
Los orígenes del cómic
En la primera sección pueden contemplarse páginas de The Yellow Kid y de Little Nemo, pero también de Bringing Up Father, de George McManus, y de Krazy Kat de George Herriman —a quien el Reina Sofía dedicó una exposición en 2017—, una serie vanguardista que era el cómic favorito del magnate de la prensa William Randolph Hearst. “Lo impuso en sus periódicos a pesar de que mucha gente no lo entendía”, explica Mahé durante un recorrido por la exposición. Los genios suelen admirar a otros genios, y como curiosidad, Mahé señala que Picasso era muy seguidor de Herriman, y encargaba a sus amigos que viajaban a Estados Unidos que le trajeran ejemplares de periódicos donde se publicaban sus tiras.
La segunda sala nos presenta la edad de oro del cómic estadounidense, que se produjo entre dos acontecimientos históricos traumáticos: el crac del 29 y el estallido de la Segunda Guerra Mundial. En esta época nacieron Popeye, de Elzie Crisler Segar; la factoría Disney, con dibujantes como Floyd Gottfredson, Al Taliaferro o Carl Barks; Dick Tracy, de Chester Gould; y cómics de aventuras como El Príncipe Valiente y Tarzán, de Harold Foster; o Flash Gordon, de Alex Raymond.
En esta misma sala tiene bastante protagonismo Milton Caniff y su serie Terry y los piratas, que comenzó en 1934 pero una vez comenzada en la Segunda Guerra Mundial sus aventuras se ambientaron en la contienda. Del mismo autor se exhibe la primera página de Steve Canyon, “probablemente una de las páginas más estudiadas de la historia”, explican los organizadores de la exposición, lo cual incluye al célebre escritor y semiólogo Umberto Eco, que “la analizó viñeta a viñeta”.
La tercera sección de la exposición está dedicada al auge de los superhéroes, que tuvo lugar también en Estados Unidos a partir de los años 30 y casi un siglo después continúa siendo uno de los pilares del noveno arte, especialmente en el país norteamericano. El primero en aparecer fue Superman, al que siguieron Batman, Wonder Woman y el Capitán América. En esta sala, con una disposición circular, pueden verse originales de la primera generación de dibujantes de superhéroes, como Jack Kirby (Capitán América, Thor, Los 4 Fantásticos), John Romita (Spider-man), John Buscema (Los Vengadores), Neal Adams (Batman) o Bill Sienkiewicz (Elektra), así como de autores centrales en la renovación radical de los superhéroes a partir de los ochenta, como Alan Moore y Dave Gibbons (Watchmen), Frank Miller (X-Men) o Mike Mignola (Hellboy).
La historia del cómic en España
En la exposición también se presta especial atención a la historia del cómic en España, que empieza en el siglo XIX con algunos precursores como Apeles Mestres, Ramón Cilla y Mecachis y se populariza con revistas como TBO y autores como Opisso, Gago y Vañó. Tras la Guerra Civil, durante el franquismo el cómic se convirtió en un producto de consumo para niños y jóvenes enormemente popular, con cuadernos de aventuras como El Guerrero del Antifaz, El Capitán Trueno, El Jabato y Roberto Alcázar y Pedrín.
Bruguera fue “la gran factoría del tebeo español masivo”, explica el periodista y experto en cómic Vicente Sanchis, asesor científico de la colección de Mahé. “Fue la editorial que consiguió llevar los cómics hasta el último rincón del país”, pero al mismo tiempo tenía una cara oscura, ya que tenía fama de exprimir al máximo a sus dibujantes, a los que “trataba como piezas de una producción en cadena”. Prueba de ello, explica Sanchis, es que en algunos casos es difícil encontrar originales de autores de Bruguera porque estaban tan desbordados que la editorial recortaba cabezas y cuerpos de unos originales para reutilizarlos en nuevas historias.
En su álbum El invierno del dibujante, Paco Roca —que ha preparado para esta exposición un espléndido diorama en el que rinde homenaje a sus compañeros de profesión— contó la historia de los cinco autores que trataron de “romper con la dictadura Bruguera” abandonando la editorial y fundando su propia revista, Tío Vivo, que finalmente fracasó ahogada por la competencia de las cabeceras de su antigua editorial —DDT, Pulgarcito, El Jabato, El Capitán Trueno…— y tuvieron que volver al redil de Bruguera.
En la sala dedicada a los tebeos de España hay originales de las series y revistas mencionadas y de otras emblemáticas como Mortadelo y Filemón y Rompetechos, de Francisco Ibáñez; y de otros clásicos como Escobar o Manuel Vázquez.
También encontramos páginas de autores como Enric Sió, Esteban Maroto, Antonio Hernández Palacios, Carlos Giménez, Max, Nazario, Miguel Gallardo, Pili Blasco o Purita Campos, y de otros posteriores como Juan Díaz Canales y Juanjo Guarnido, ofreciendo un recorrido por las nuevas corrientes a partir de los sesenta que sembraron la semilla para el underground de los ochenta, cuando el cómic dejó de ser un entretenimiento para niños y se dirigió al público adulto.
De Tintín a la novela gráfica y más allá
Como explica Mahé, después de la Segunda Guerra Mundial tuvieron mucho éxito en Francia y Bélgica las revistas juveniles de historietas, como Tintin y Le Journal de Spirou, y algo más tarde, en 1959, Pilote (donde vio la luz por primera vez Astérix). “Esa es la razón de que Francia y Bélgica tengan hoy una de las industrias del cómic más potentes”. En la quinta sección de la exposición podemos ver cinco páginas originales de Tintín, de Hergé, así como decenas de reproducciones de portadas de la revista homónima, una de ellas a gran escala.
En otra sala vemos originales de Astérix, la emblemática serie creada por Goscinny y Uderzo; de Spirou y Fantasio y otras obras de André Franquin, así como otros autores franceses y belgas que incluyen a Claire Bretécher, Jacques Tardi y Jean Giraud.
Otra sección conecta a Italia con Argentina, “una asociación que algunos verán arriesgada”, pero que Vicente Sanchis defiende por las numerosas conexiones entre autores de ambos países. En esta sala vemos obras de autores como Alberto Breccia, Quino —del que se exhiben por primera vez en España tres tiras de Mafalda—, Milo Manara, Guido Crepax y, por supuesto, Hugo Pratt, autor de las aventuras de Corto Maltés.
Después de una sala dedicada al auge del cómic fantástico en los 70, con autores como Moebius (seudónimo de Jean Giraud), Enki Bilal, Richard Corben o Frank Frazetta, la exposición concluye con una sección dedicada a las distintas corrientes surgidas a partir del underground estadounidense de la contracultura, con autores como Robert Crumb, Harvey Kurtzman o Lynda Barry, que dieron paso a la novela gráfica y un tipo de cómic de autor representado por autores como Art Spiegelman, Chris Ware o Charles Burns.
En España, las nuevas corrientes quedan reflejadas al final de la exposición por una nueva generación de autoras como María Medem, Ana Galvañ (autora del cartel de la exposición) o Marta Altieri con su webcómic Joselito, que, como explica su autora, está “hecho con cariño, desconsuelo, html y css, su poquito de javascript y una mijita de coña”.