La naturaleza biológica del ser humano condiciona su respuesta a un estímulo. Al fin y al cabo, somos lo que nuestro cerebro procesa a través de los sentidos y acumulamos en forma de conexiones neuronales. Hay un par más de cosillas a tener en cuenta pero la genética pesa y mucho. Por eso la objetividad no es más que una quimera. Y cuando leo a Brecht Evens, les aviso, soy muy poco objetivo. El hechizo de la acuarela y su deslumbrante retórica del color conectó con mi cerebro en aquel Un lugar equivocado (Sins Entido, 2011) y quedé aturdido para siempre bajo el influjo de la sinestesia del autor belga.
Jolgorio (Astiberri Ediciones, 2022) supone encontrarse otra vez con una obra deslumbrante aunque solo sea por el efecto terapéutico de la ilustración y su interminable recorrido por toda la gama cromática. Luz en la noche para acompañar a un tropel de personajes que comparten con nosotros sus flaquezas y contradicciones durante un instante que sabe a poco.
Como en el resto de sus cómics, todo comienza con la espontaneidad de una conversación cotidiana para ir abrazando una espiral desbordante de tramas paralelas y fiesta épica. La música impregna cada momento como si se estuviera escuchando mientras el vértigo de los conflictos personales atrapan sin contemplación hasta la página final. Esta sucesión afortunada de déjà vus salidos de la pluma de un maestro de la observación destapan algo oculto: las ganas de enfrentarse de nuevo a la diversión sospechosa que ofrece la noche.
Pero el verdadero protagonista es la ciudad, una ciudad de encuentros y celebración, una road movie urbana plagada de clubs y discotecas, de psicodelia táctil que le harán recordar que una vez estuvimos allí. Y que nosotros también vivimos la cálida embriaguez envolvente de la escaramuza nocturna. Flirteo, confidencias, alcohol y sustancias que se venden sin receta. No es una obra para el intelecto sino para las sensaciones, de esas que les decía al principio que realmente ocupan a nuestro cerebro. ¿Quién se apunta?