Francisco Ibáñez falleció el pasado julio después de toda una vida trabajando a destajo (dicen que en una época llegó a hacer 20 páginas semanales) y habiendo regalado a varias generaciones de españoles incontables horas de diversión y risas. Ahora que ya no está, el maestro de los tebeos de humor está recibiendo el reconocimiento intelectual del que no disfrutó en vida, como ocurre con tantos iconos de la cultura popular. Fue siempre un autor enormemente querido y leído, pero su obra no fue tomada demasiado en serio.
Esta es la opinión, compartida por muchos, del crítico y estudioso del cómic Jordi Canyissà, que acaba de publicar un libro analítico y a la vez de homenaje titulado Ibáñez. El maestro de la historieta. Partió de la pregunta “¿Por qué nos gusta tanto Ibáñez?” para estudiar a fondo su estilo de dibujo, sus técnicas narrativas y los elementos de su humor infalible.
Porque en eso radica la clave del éxito de Ibáñez: “Era un maestro del humor, del dibujo y de la narración”, asegura Canyissà, que ha dividido su estudio en estos tres apartados. “Si una de estas tres piezas del engranaje fallase, todo se caería”, opina el autor del libro.
El libro incorpora además, en su parte final, 16 dibujos inéditos que recrean o reintrepretan su trabajo, realizados a modo de homenaje por dibujantes de distintas generaciones, como Paco Roca, Ramis, Cera, Jan, JL Martín, Lorenzo Montatore, Nadia Hafid, Ana Penyas, Bartolomé Seguí o Fermín Solís, así como declaraciones de humoristas, periodistas, dibujantes, escritores y otras personalidades de la cultura como Andreu Buenafuente, Carlos Areces, Alaska, Pepe Viyuela, Antoni Guiral, Manuel Bartual, Javier Pérez Andújar o Mery Cuesta.
Ibáñez estaba al tanto del proyecto de Canyissà y le cedió muchos originales para que los reprodujera en su libro. “Me prestó todos los que tenía de cuantos le pedí. Los que no me envió fue porque no los tenía, y a cambio me prestó otros”, recuerda Canyissà, que lo entrevistó personalmente en varias ocasiones.
“Mi objetivo en este libro era dejar hablar a la obra y dar al lector la experiencia más parecida a tener un original de Ibáñez en las manos”. Por eso la mayoría de reproducciones del libro son dibujos a lápiz y tinta, antes de aplicar el color. Canyissà empezó a trabajar en el libro el año pasado, y lo tenía prácticamente acabado antes de que Ibáñez falleciera, pero desafortunadamente este no llegó a ver el resultado final.
El propio Ibáñez nunca se dio ninguna importancia como autor. Pertenecía a una generación de dibujantes que formaba parte de una implacable maquinaria industrial llamada Bruguera, con amplia fama de explotar a sus creadores y usurpar sus derechos de propiedad intelectual. De hecho, el propio Ibáñez, cuando dejó la editorial durante una época, se vio obligado a dejar de dibujar Mortadelo y Filemón y tuvo que inventar personajes nuevos, como Chicha, Tito y Clodoveo.
El grupo Penguin Random House, propietario de los derechos editoriales de la desaparecida Bruguera, relanzó el sello en 2018 y publica en él las obras de Ibáñez, así como este Ibáñez. El maestro de la historieta.
“Ibáñez era muy humilde. Decía que no era un gran dibujante y que si de algo sabía era de humor y de guion, pero lo cierto es que era un dibujante total. Podía dibujar cualquier cosa”.
Una cita del propio Ibáñez recogida en el libro da cuenta de la importancia que concedía al guion: “Una historieta sin guion no tiene importancia. De ahí el fracaso de tebeos que son una maravilla en la parte gráfica pero que fracasan porque el lector dice: ‘para ver obras de arte me voy al Prado, lo que quiero es divertirme’. Y para eso está el guion. Ahí es donde hay que dar el máximo”.
En el libro se explican los elementos formales recurrentes en las obras de Ibáñez (especialmente de su serie magna, Mortadelo y Filemón). Se ponen ejemplos de su uso de la perspectiva, del dinamismo de las composiciones, de su preferencia por el plano general, de las persecuciones con las que acababan muchas de sus historietas, de su uso de las onomatopeyas, símbolos y metáforas visuales típicos del cómic o de la comicidad gestual de sus personajes, ilustrados con reproducciones de gran calidad de dibujos originales.
En cuanto al humor de Ibáñez, Canyissà subraya que era “un maestro del gag”. ¿Y qué tiene que tener un gag para que funcione? “Hay muchos tipos de gag, pero la clave es que tiene que ser sintético, sorprendente y contundente, te tiene que llegar su humor con mucha evidencia. Ibáñez lo logra de maneras muy distintas. A veces es una cuestión puramente visual, a veces textual. A veces es humor negro y muy a menudo es humor absurdo, que recorre toda su obra. También hay mucha tradición del slapstick (el humor de caídas y porrazos) procedente del cine en blanco y negro, de las películas de Charlot y el Gordo y el Flaco que tanto gustaban a Ibáñez”, señala el crítico.
Una evolución de 70 años
Si uno compara las primeras viñetas de Ibáñez, allá por los años 50, y las historietas que dibujó a partir de los años 80, lo primero que llama la atención es la acusada evolución de su estilo. En su primera época tuvo mucha influencia de los dibujos animados, como Escobar, Vázquez y otros autores de la época.
En 1969 se produce un cambio muy importante: la influencia francobelga. “La editorial ve que en Francia se está haciendo otro tipo de cómic más trabajado, más pulido, e impone a sus autores seguir ese modelo”. Así fue como Uderzo y Goscinny (Astérix) o André Franquin (Spirou) se convierten en referentes.
La respuesta de Ibáñez, que acató la orden de la editorial, fue El sulfato atómico, la primera aventura extensa de Mortadelo y Filemón, un álbum mucho más trabajado gráfica y argumentalmente. “Pero la propia editorial vio que exigía demasiado tiempo y lo que se pedía en nuestro mercado era producción, producción y producción, cuantas más páginas a la semana, mejor”, afirma Canyissà. De modo que Ibáñez da con un estilo intermedio, no tan detallista y más sintético, que se convertiría en el definitivo, con algunas leves variaciones a lo largo de los siguientes años. “Es un dibujo lo suficientemente acabado y de proporciones más realistas que los de sus primeros años”.
Ibáñez formó parte de la conocida como segunda generación de la editorial Bruguera. Entre sus fuentes de inspiración figuran los de la primera, como Escobar, o Manuel Vázquez, al que se suele ubicar entre la primera y la segunda. A su vez, Ibáñez ha sido una gran influencia para las siguientes generaciones no solo de dibujantes, también de humoristas —sirva como ejemplo Carlos Areces, reconocido admirador y obsesivo coleccionista de las obras de Ibáñez— y también ha influido en el sentido del humor de toda la sociedad española. “El humor de Ibáñez se confunde con el de todo un país, se retroalimentan —aifrma Canyissà—. Nos ha representado muy bien y, paralelamente, el país ha adoptado su lenguaje y sus giros, su mirada satírica”.