Una furiosa mujer gigante avanza por la ciudad, aplastando hombres con sus manos e inundando las calles con la sangre de su periodo. Es la historietista Julie Doucet (Montreal, Canadá, 1965), que se retrató así en una de sus provocadoras viñetas de los años 80.
Heredera de otras autoras del cómic underground de la década anterior, Doucet abordaba a través de la autoficción y de manera radicalmente explícita temas como el sexo, la violencia extrema, la salud mental, la ya mencionada menstruación —y todo tipo de fluidos corporales— y otras obsesiones personales filtradas a través de sueños delirantes. Todo ello con una perspectiva feminista y muy gamberra.
Lo que antaño era alternativo y provocador, hoy es coronado de laureles por las más altas instituciones culturales: la guionista y dibujante canadiense, que recibió en 2022 el Gran Premio del Festival de Cómic de Angulema —el más importante de Europa— en reconocimiento a toda su carrera, acaba de inaugurar en el Museo Tomi Ungerer de Estrasburgo una exposición retrospectiva con sus cómics y otras obras más allá del noveno arte, como la ilustración, el collage y la poesía.
Además, este martes 30 de abril protagoniza un encuentro en el Museo Reina Sofía, en Madrid, dentro del programa Documentos, donde también compareció en octubre del año pasado uno de los mayores popes del cómic de autor, Chris Ware. Dos días después de su cita madrileña, Doucet dará otra charla en Granada, en el Centro José Guerrero.
Este interés de los museos por su obra y por el cómic en general es algo “completamente nuevo” para ella. “Me parece algo increíble, casi surrealista, pero muy bueno para las nuevas generaciones que se dedican al cómic”, explica por teléfono desde Estrasburgo durante los preparativos de la exposición. Desde el otro extremo de la línea nos llega el suave inglés con acento francés de una persona sorprendentemente tímida, teniendo en cuenta la crudeza de las imágenes nacidas de su trazo.
Todo ello coincide con el lanzamiento de su último cómic, El río, por la editorial Fulgencio Pimentel, responsable también de la publicación de sus obras completas en nuestro país en dos volúmenes, en 2015 y 2017. Este nuevo libro, que sale a la venta el próximo 13 de mayo, rememora un tempestuoso y fallido romance que tuvo en 1989, cuando tenía 23 años, con un joven francés que estaba haciendo el servicio militar obligatorio. Después de intercambiarse cientos de cartas cada vez más apasionadas, se encuentran físicamente en Europa, pero el excesivo entusiasmo de él acaba desactivando el de ella.
"Es una historia que quería contar desde hacía mucho tiempo, pero no sabía cómo", explica Doucet. "Primero intenté escribirla como una novela, pero no funcionó. Después probé a escribirla como guion de una película, pero tampoco me salió bien. También lo intenté con palabras recortadas de periódicos y revistas. Y tampoco quería hacer un cómic al uso, dibujando a los diferentes personajes y los escenarios en viñetas. Así que opté por dibujarme a mí misma entre la multitud contando la historia, en lugar de ilustrala".
El cómic, nominado en el último Festival de Angulema, es formal y narrativamente muy peculiar. Es como un río en el que se agolpan personajes, objetos, animales y recuerdos. No hay viñetas y cada doble página continúa lo dibujado en la anterior, como si se tratara de una única composición de varios metros de largo. Esto se explica porque lo dibujó en un cuaderno de bocetos japonés, con una única página doblada muchas veces en forma de acordeón. Esta característica es la que da título a la edición española, mientras que el inglés es Time Zone "J" y el francés, Suicide Total.
Además, el sentido de lectura dentro de cada página es de abajo hacia arriba. "Esto es así porque los dibujos son improvisados y empecé a dibujar desde la parte inferior de la página. Sin embargo, el texto no es improvisado, ya lo tenía escrito. Además añadí dibujos de animales y caras de personas que copié de diferentes revistas, periódicos y libros. Me interesaron y simplemente los dibujé", explica.
Hombres incómodos
Cuando Doucet empezó a hacer cómics, no había nadie hablando de una manera tan cruda de los temas que ella abordaba. “A algunos hombres mis tebeos les hacían sentir incómodos, mientras que muchas mujeres me enviaban cartas diciéndome que les encantaban y que por fin sentían que alguien las entendía”, explica la autora.
Sus tebeos de entonces también reflejaban una vida materialmente precaria mientras trataba de abrirse camino dedicándose al cómic, una profesión que no apuntaba precisamente al éxito económico. "El cómic requiere mucho trabajo, te matas haciéndolos y al final acabas harta. Es lo único que puedo decir, porque tienes que trabajar muchísimo para ganar algo de dinero con ello", lamenta.
La autora se dio a conocer autopublicándose unos tebeos que ella misma fotocopiaba y distribuía por las librerías y tiendas de discos o enviaba directamente por correo a sus lectores. El fanzine se llamaba Dirty Plotte (“dirty” es sucio o guarro, y “plotte”, en la jerga vulgar de Québec, significa vagina o, por extensión, mujer) y después de conseguir publicarlo en algunas revistas especializadas —incluyendo Weirdo, de Robert Crumb—, llamó la atención de la recién creada editorial de cómics Drawn & Quarterly, hoy la más importante de Canadá.
“Yo no era la única persona haciendo cómic autobiográfico entonces. Había un puñado de autores haciendo eso a la vez que yo. Es difícil de precisar, porque cuando estábamos haciendo eso, no nos dábamos cuenta realmente de lo que estábamos haciendo. Hace falta mucha perspectiva para observar los hechos. Pero tengo la impresión de que éramos muchos haciendo ese tipo de cómics, gente como Chester Brown o el colectivo francés L’Association”.
Poco a poco lo macabro y lo fantasioso fue dando paso a vivencias reales y conflictos del día a día en la obra de Doucet. Después de publicar My New York Diary, Journal y 365 Days, todos ellos autobiográficos, la autora dejó los cómics en la década de los 2000 para explorar otras formas de expresión.
“Entonces no había muchas mujeres en la industria de los cómics y estaba muy cansada de sentirme sola. Además no había redes sociales, no podía tener un sentimiento de comunidad", recuerda. "Había estado durante 12 años en el mundo de los cómics y era como estar en un club de hombres siendo uno más, sin ser realmente una mujer. Era muy esquizofrénico. Durante un tiempo estuvo bien, pero al final ya no. No lo pude soportar más".
"Además, cuando dejé el cómic era todavía muy convencional", continúa. "Hoy, en cambio, puedes poner cualquier cosa que quieras en un cómic, como hago en El río. Era impensable publicar algo así en aquella época. Necesitaba probar algo completamente diferente”.
También opina que hoy es un mejor momento para ser mujer en el mundo del cómic: “No es perfecto, pero sí mucho mejor”. Y cree que hay “más libertad y experimentación en la forma”, aunque reconoce no estar muy al corriente de las últimas tendencias en el noveno arte desde que se alejó de él hace casi dos décadas.
Entre los referentes femeninos que tuvo cuando ella empezó a dibujar cómics, Doucet cita sobre todo a historietistas francesas como Claire Bretécher, Nicole Claveloux y Olivia Clavel, Chantal Montellier. Entre las autoras de hoy, menciona a Liv Strömquist, Anna Haifisch, Anouk Ricard, Jessica Campbell.
También ve necesario revisar la historia del cómic para arrojar luz sobre las mujeres autoras: "Hay toda una generación de autoras de los 70 y 80 que han sido completamente olvidadas. Gente como yo hemos tenido mucha suerte porque hemos sido publicadas y leídas, pero otras no han tenido la misma fortuna".