Justo Navarro. Foto: María Teresa Slanzi

Anagrama, 2015. 256 páginas, 17'90€ Ebook: 9'99€

1963, Granada. En un período pulcramente registrado que abarca del 16 de febrero al 11 de marzo, la ciudad acoge varios acontecimientos: en su superficie, el río se desborda y el Caudillo la visita con su aspecto tres veces mortecino: "un abrigo cruzado gris marengo, una bufanda gris antracita y un sombrero gris perla". Más subterráneamente, la muerte y el crimen parecen hacer acto de presencia, aunque se travistan de ambigüedad: pero no hay duda, aquí hay chantaje, hay asesinatos, aparecen la corrupción y el robo, la delación y las dobles vidas recluidas en armarios. El nuevo libro de Justo Navarro (Granada, 1953) es una novela negra que se beneficia de los códigos canónicos del género, insinúa sus derivadas posmodernas, y no renuncia a ser una novela del propio Navarro, con su estilo riguroso, inteligente, tajante. Gran Granada retoma, pasando de la primera a la tercera persona, el mundo de su novela La casa del padre. Han pasado veinte años en la realidad y en la ficción.



"Gran Granada" es una alusión a otra entidad "gris", la que conforman los "cien mandarines, vencedores cansados todos, hinchados o acartonados después de un cuarto de siglo de victoria incesante", y sus descendientes. Al poder. Bajo sus vanidades y privilegios irán desvelándose secretos, rencillas y pulsiones homosexuales: material para una trama de investigación policial perfectamente hilvanada que incorpora además algunas ironías a cuenta de los "solteros suicidas" (tal vez no tan suicidas) que le arrebatan el monopolio de la violencia a la autoridad. La especie de montaje paralelo que propone Navarro, siguiendo las pistas de media docena de personajes, es impecable.



Sin embargo, lo valioso del libro está en otra parte. Por un lado, en la lucidez del retrato de los años sesenta mediante enumeraciones de marcas comerciales, excedente de electrodomésticos, consumo incipiente. Es muy hábil el modo en que la Granada de esta novela remite simultáneamente al pasado de la guerra y al día de hoy, a la dimensión local y a un futuro tecno-global: así, Gran Granada se sitúa entre el desarrollismo de provincias ("son imprevisibles los efectos de decir en voz alta lo que se sabe en voz baja") y la profecía a posteriori sobre un mundo de big data en el que "los hilos de teléfono funcionarán como neuronas y nervios" de los servicios de inteligencia. El equilibrio resulta difícil pero logrado.



Por otro lado, toda novela negra habla sobre la verdad y la relación que el hombre mantiene con ella. En esa dirección apuntan la cita implícita de Edgar Allan Poe ("la verdad no está siempre en un pozo"), la paradójica presencia de un oculista como personaje principal y la convicción del comisario Polo de que "la verdad es de quien quiere verla". Es decir, no precisamente todo el mundo. El final de Gran Granada alude a Sed de mal de Orson Welles, cierre del noir clásico, y a El año pasado en Marienbad, de Alain Resnais, rompecabezas narrativo en el que la verdad resulta fragmentaria, precaria. Un personaje dice: "no me cuentes mi vida: yo quiero divertirme", y así todo queda a punto para que dentro de dos décadas Justo Navarro nos cuente los años ochenta.