Poesía

El vino de los amantes

Rafael Espejo

13 junio, 2001 02:00

Premio Hiperión, 2001. 60 páginas, 1.000 pesetas. Napalm. Cortometraje poético. Ariadna G. García. Premio Hiperión, 2001. 69 páginas, 1.000 pesetas.

No hay mal poeta que no se declare (o al que no declaren en solapas sus amicales panegiristas) al margen de tendencias; no hay poeta, bueno o malo, que no surja del grupo

Tampoco hay poeta al que los historiadores de la literatura no puedan incluir en alguna tendencia, o lo que a menudo se entiende por tal: una etiqueta que caprichosamente se aplica a realidades muy heterogéneas.
Basta leer la página de agradecimientos que Rafael Espejo coloca al final de El vino de los amantes para comprobar que, en su caso, no hay ninguna intención de ocultar la pertenencia a un grupo. "Incapacitado yo para disociar la vida y la literatura, todos los poemas de este libro tienen nombres y apellido", escribe. Algunos de esos nombres son: álvaro Salvador, Luis García Montero, Luis Muñoz, y los más jóvenes Carlos Pardo, Andrés Neuman o Luis Melgarejo (quien obtuvo el año anterior el mismo premio). Rafael Espejo procede de la escuela granadina de "la otra sentimentalidad", y hay en su poesía algunos tics de escuela. Tratar de descalificarle por ello sería tanto como tratar de descalificar a Garcilaso por el petrarquismo de sus sonetos.

El libro comienza con algunos borrosos titubeos, entre ellos un no muy afortunado soneto ("Celebración de los amantes"), pero a partir del haiku "Noche nupcial" se convierte en un cancionero amoroso que acierta a darle un temblor nuevo a una tradición muy antigua (no en vano se cita a Catulo). Humor y lirismo, desenfado y cotidianidad hay en Espejo. Poemas de amor, juguetones o apasionados, y también poemas familiares, nada tópicos, como el sorprendente "Regresión", y al final un ingenioso "Bodegón" y un "Paisaje" que puede relacionarse con los que ángel González gusta de incluir en sus últimos libros. ¿Poeta de escuela? Sí, de una de las mejores que un poeta joven ha podido encontrar en la última década. Y con capacidad para abandonar el coro y convertirse en solista.

En la página final de dedicatorias, define Ariadna G. García a los suyos como "poemas-cuento". Y son efectivamente poemas narrativos, que cuentan una historia, cotidiana en unos casos o con ciertos toque de ciencia ficción. En la nota de la contraportada se habla de "fórmulas del montaje cinematográfico, cuya originalidad destacó el jurado a la hora de otorgar su veredicto". Pero esas fórmulas parecen algo externo y prescindible, se limitan al título de cada una de las partes en que se divide el libro: "Escena primera. "Beg for me", de los Korn, en la banda sonora", "Tanque criogénico de la memoria. Flash back. (6" en boxes)", etc. No sabemos si la fea tipografía en que está compuesto el libro son también exigencia de esa presunta y facilona originalidad.
Lo que distingue a los poemas de Ariadna G. García es el uso y abuso de un recurso estilístico que en las dedicatorias se muestra de la manera más simple. Uno de los poemas se dedica "a Carolina, como estímulo; crema protectora que en los de sol más difíciles necesitamos todos"; otro está dedicado a la madre "en homenaje a su fortaleza interior; jalea con que untaba las galletas en nuestros desayunos". Esa comparación del estímulo con una "crema protectora", de la fortaleza interior con la jalea del desayuno, es semejante a la que encontramos en casi todos los poemas: una madre se pregunta "¿cómo enjabonará/de autoestima a sus hijos/quien ni siquiera sabe/protegerse a sí misma?"

Termina Napalm con una lúcida "Poética" inspirada en las teorías de Coseriu sobre el lenguaje. Sorprende ese poema en un volumen en el que no escasean las trivialidades ni la quincallería de la más externa novedad. Ariadna G. García está en una edad (nació en 1977) en la que es posible ser un poeta a tener en cuenta sin ser capaz todavía de escribir un buen libro.