Image: En mitad de la vida. Poesía completa de Broch

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Poesía

En mitad de la vida. Poesía completa de Broch

Hermann Broch

8 marzo, 2007 01:00

Hermann Broch

Prólogo de Clara Janés. Trad. de M. Armas y R. J. Díaz. ígitur. Tarragona, 2007. 144 páginas, 13 euros

Sobre todo unimos el nombre de Hermann Broch a su obra de narrador, una de las más sugestivas y originales del pasado siglo; pero si tuviéramos que definir aún más su personalidad creadora recordaríamos su magna obra, La muerte de Virgilio, en la que meditación y narración se funden de una manera ideal, adquiriendo, en muchas de sus páginas, un intenso carácter poemático. En una obra como ésta ya intuíamos al poeta, el que ahora se nos ofrece en sus poemas. No es muy extensa la obra poética de Broch. Quizá porque el conjunto de su obra fue de crea-ción tardía -comenzó a escribir a partir de los cuarenta años- y porque su narrativa es de una gran densidad, es por lo que su poesía no adquirió gran extensión.

Hermann Broch (Viena, 1886- New Haven, 1951) comenzó su vida en ámbitos ajenos a la literatura, como fueron la administración de la empresa familiar o los estudios de matemáticas y de filosofía. éstos últimos sí conectan con esa base meditativa tan rica que hay en sus libros. Tampoco hay que olvidar las conmociones sociopolíticas que afectaron a su vida, entre ellas el haber sido arrestado por los nazis el día de la anexión de su país, Austria, por Alemania. Su posterior exilio -primero en Inglaterra y luego en los Estados Unidos- le proporcionaría esa experiencia que luego iba a traspasar al tema central de su gran novela: las horas finales de Virgilio.

Esta edición de la poesía completa de Broch es muy significativa por varias razones, entre ellas por ser la primera vez que sus poemas se traducen a una lengua extranjera. Nos sorprende esta circunstancia, como señalan muy bien los traductores en su nota final, cuando estamos ante una poesía de una gran altura, muy viva y concentrada. Quizá el propio autor no puso un empeño especial en resaltar su obra poética, que pudo nacer a saltos y de manera circunstancial, pero su calidad es la que cuenta y el lector podrá apreciarlo en cuanto aborde la lectura. Dan más razones los traductores sobre la importancia para el autor de estos cincuenta y tres poemas, pero seguramente ninguna más importante que la de la entrega prioritaria a su obra narrativa, que le acompañaría hasta el momento de su muerte, cuando trabajaba en El maleficio.

En el poema que dedica a Walt Whitman, Broch ya nos proporciona algunas de las claves de su Poética, esa fidelidad a lo absoluto que se encuentra tanto en el alma del que escribe como en el mundo. En consecuencia, la poesía no es otra cosa para él que "la vida del hombre" que la escribe. Esta fidelidad a la existencia es también la que aproxima, en el poe-ma final, la vejez a la infancia: todo es círculo que se repite y que es revelado por el lenguaje en el fulgor del instante, en ese límite que es la "cerca" o, más allá, el "lindero" del "bosque". Esta presencia del bosque -tan fértil en la tradición germánica- no es sino un reflejo o el reverso de otra significativa presencia en la obra de Broch: la de la noche. A veces, los dos ámbitos misteriosos se funden en una misma expresión, en "la selva virgen de la noche".

Equidistante tanto del esteticismo de Hofmannsthal y la pureza de Rilke, la poesía de Hermann Broch busca su sintonía con la poesía más cercana en el tiempo de otros grandes maestros, como George Tralk o Paul Celan. Más allá de los mensajes de la tradición y de la fuerza de las vivencias, se impone un destino que tiene en la muerte su revelación final, esa de "la verdad de tu morir solitario". Antes de este mensaje supremo está, sin embargo, el testimonio de una belleza apresada por el poeta, gracias sobre todo a esa fuente interior que no deja de manar y que tiene su origen en la infancia, una especie de "isla del alma" como es el propio corazón. La belleza es siempre en esta poesía una especie de resplandor que satisface y ciega, pero las realidades últimas son las que verdaderamente cuentan en estos poemas tan concentrados y auténticos: "¿Te amo? No lo sé, / pero pienso tu rostro; / en mi último ataúd / debe acompañarme tu semblante".