Pere Gimferrer

Seix Barral. Barcelona. 2011. 96 pp., 16'50 euros



Una cita de Ausias March que acompaña a la dedicatoria, "a Cuca", y precede al poema y es decisiva: "Amor, de vós, yo·n sent més que no·n sé" ("Amor, siento de vos más de lo que sé"), toda una declaración de cómo el amor supera al entendimiento, la pasión a la razón, lo que ofrece una clave: cómo el poema sería el intento de decir ese algo más de lo que se sabe, la experiencia de amor que transforma al sujeto y que no admite muchos puntos de comparación a no ser el de la mística. Todo ello es ya tópico de la poesía de Pere Gimferrer (Barcelona, 1945), uno de los mayores poetas contemporáneos en cualquier lengua. Pero, como se trata de decir justamente aquello que no se sabe, la dicción no podrá ajustarse a las reglas comunes del habla e insertarse en ese espacio lingüístico singular cuya única ley es la libertad: el lenguaje poético. Así, poesía amorosa y poesía como conocimiento.



Tras Amor en vilo y Tornado, este libro es el tercero del nuevo ciclo en castellano, al que pertenece también la magnífica prosa de Interludio azul. Rapsodia es un poema extenso y sitúa a los enamorados en diferentes lugares, la Valpolicella -cerca de Verona, la ciudad de Romeo y Giulietta, locus amoris universal-, Arezzo, Málaga o Mallorca. Esta última alusión lleva fecha, 1969, y sirve para ilustrar una visión del tiempo por la cual pasado y presente conviven en una dimensión única -"en el presente/ vemos interpretarse ya el ayer"-, el instante, un modo por el que el tiempo es mítico. Esta itinerancia recuerda la de Dante en la Commedia, si bien en Rapsodia el encuentro con la nueva Beatrice no se reserva para el final sino que se hace presente por todo el texto.



Otros rasgos muy característicos de la obra gimferreriana comparecen en Rapsodia: la maestría rítmica, la exuberancia léxica, incluidas palabras poco comunes -"similor" o "crinolina", por ejemplo-, las continuas referencias literarias, cinematográficas, musicales o del arte, no en cuanto adornos sino como despliegues del sentido, y, por supuesto, la poderosa imaginación que introduce comparaciones y metáforas que tejen sorprendentes redes de relaciones entre lo nombrado. Atención especial exige la sección XIV. Desde su comienzo, "Góngora vive sólo en sus palabras", es todo él un homenaje a unos pocos poetas que se mencionan -entre otros, Góngora, ya queda dicho, lo que enlaza con Arde el mar (1966), título tomado de uno de sus sonetos, Dante, Rimbaud o Garcilaso-, pero sobre todo a la poesía, esa posibilidad del discurso por la cual las palabras transmutan en otras que no son ya las de la lengua general, se desligan de su significación y son "cuerda floja / sobre el barranco del significar". Es por ello por lo que el poema es verdad y "lo verdadero es siempre inexplicable". Así, lo que se predica de la poesía sirve también para el amor, que, si se siente, no por ello se sabe de él. Verdad el amor, verdad la poesía, verdad lo inexplicable y verdad la excelencia poética de Rapsodia.

XV

El tiempo nuestro es ya de despedida:

con los adioses viene el viento al pámpano,

como en Valpolicella oscurecida

en la mano de tinte del invierno:

parques, lejanas estaciones pasan

por andenes de invierno, por los cerros

que pierden su color al ser tiznados

en los cristales por la luz que piensa:

así vamos al centro, no a la huida

o a lo abismal, sino al clavel del tiempo.

que nos ven en un espejo llameante,

en un planeta de agua incandescente.

Así las nubes en su oficio pasan,

como Santa Compaña o estantigua,

como la romería del rosal:

no Monsalvat, no Camelot ni Trípoli,

sino el santo Grial de nuestros sueños.

Y, de toda la vida, este puñado,

esta gavilla de claveles queda:

tanta palabra por decir tan sólo

la esclavina de plata del amor.