Esta mirada a lo próximo, a las cosas de todos los días revela todo aquello que por su reiteración llega a resultar invisible y por tanto, si bien constituye lo que llena la vida casi por completo, inexistente. Hay, entonces, un gesto repetido de descubrimiento de lo que rodea al sujeto y está a la vista, aunque en el silencio que le es propio y del que la voz poética lo rescata para sacarlo a la luz y ofrecerlo al lector. Y es que hasta lo aparentemente banal esconde un algo más, así tras la risa "la herida sigue abierta". De lo que se trata, pues, es de hacerlo aflorar.
Con todo ello Julio Rodríguez (Oviedo, 1971), que ha publicado anteriormente un único libro de poesía y la novela El mayor poeta del mundo, que aprovecho para recomendar, muestra que no es un escritor ingenuo sino plenamente consciente de su quehacer. A partir de una foto de uno de los abuelos, de observar a unos jóvenes, del recuerdo del grupo familiar ante el televisor, en fin, de anécdotas más bien nimias, acaba por construir textos bien hechos, no faltos de un soporte moral. Si todo ello da sentido a la vida, no menos el amor, la amada, "el círculo de luz que me protege", en estos que "son malos tiempos y parece / que las cosas no van a mejorar".