Tusquets, 2011. 296 páginas, 19 euros



La poesía es un juego. Como Assassin Creed o el fútbol, tiene reglas, niveles de dificultad, ídolos propios. Delimita un tiempo y un espacio al margen del espacio y del tiempo, altera nuestra relación convencional con la realidad, pone a prueba los límites de lo humano. En este juego, Juan Gelman es un campeón.



Leer El emperrado corazón amora es asistir al impagable (e infrecuente) espectáculo de ver a alguien hacer algo bien. Gelman (Buenos Aires, 1930) no sólo conoce el reglamento de la poesía, sino que arbitra la teoría con una práctica combinatoria de lo clásico y lo radicalmente contemporáneo: al virgiliano "Su abismo más profundo es el más alto" sigue la psicodelia de "No romper sus mensajes con/ cuchillos peores que la muerte" sin conflicto aparente. Gelman ayunta palabras como bueyes, las somete al yugo para pulir el diamante. Al encabalgamiento le rompe las piernas, la metáfora la distorsiona hacia lo inaudito: "Las/ palabras y su naturaleza/ traen caballos con sed". Sus contrastes se vuelven contradicciones que derivan hacia oxímora en vertiginosas secuencias de imágenes, hasta que los planos semánticos se neutralizan unos a otros, produciendo una única impresión, pero múltiples dimensiones de significado: "Sangre que se derrama limpia, hacha/ que abate la suciedad" es el comienzo del vigésimo poema del libro. El tercero se titula "Entreshijo". A esto nos referimos.



Individualista pero buen jugador de equipo, Gelman tiene algo de otros. "Sus piedras amanecen/ sin arrepentimientos ni/ talleres que fabrican gracia" no son versos de escritor freelance, sino de creador que, sin acomodarse, se siente cómodo en el lugar en que la madre literatura lo ha colocado. Y no por ser argentino habla español: su idioma es Gelman, una variante del dialecto de los sueños especialmente eficaz para denunciar esa catástrofe llamada Argentina 1976. Ha sido medio siglo de experimentación con las sustancias poéticas, participando en el mundo oscuro al que vino hace ahora 81 años. Crisol de lenguaje e imaginación, Gelman descompone la gramática, el cerebro y la injusticia global en unidades mínimas. Integrado pero insurgente, su compromiso con la ficción alimenta el otro, el más trascendente: el compromiso con su condición de ciudadano universal. "El poeta arriesga/ miles de partes que coció/ temprano en la mañana/ que no lo deja respirar". Porque la poesía es sólo un juego. Pero importa.