Álvaro García. Foto: Barrenechea
Verso tras verso tras verso, Canción en blanco avanza. Ni tiene prisa ni se para. Tiene algo de adictivo. Los seres humanos somos ingenuos y muy inteligentes: nos gusta que nos cuenten cosas, no tanto por las cosas sino porque nos las cuenten. Álvaro García abre compuertas e inunda nuestra mente con un torrente de palabras cayendo a chorros por sesenta y una páginas y lo llama poema. Es uno, entero, sin cortes: impacto. Cada verso nos abre el apetito de otro verso, sin saciarnos nunca el hambre. Poe siempre tiene razón, el muy insoportable: sin golpe seco al alma no hay literatura: "Fuiste como una Eva/ del destierro perpetuo de ti misma,/ paralizada por pasión/ igual que otros actúan por pasión". Álvaro García te hará sentirte vigilado, espiado en tus momentos menos estelares. Y tú tan contento. Te seducirá ser sustancia de poesía existencial, erótica, valiente. "De niña te gustaba saltar sombras. Te ríes,/ inventas para mí un modo de estar/ en la cabaña de tu prado íntimo,/ donde soñabas que te amaban hombres". Un poema es, en esencia, un instrumento de manipulación de la conciencia. Si consigue enamorarte o indignarte o aterrorizarte, ha cumplido su misión. Si sólo alcanza a hacerte contar sílabas o exclamar ¡mira, una metáfora!, el poeta debe dedicarse a otra cosa. De Canción en blanco no nos consta que contenga metáforas, ni siquiera sílabas. Estamos demasiado ocupados protegiéndonos del impacto como para andarnos con esas tonterías.
Traducir a Auden, Larkin o Ferlinghetti garantiza cosas. Inmuniza contra virus como la Generación del 98, que ha castrado a la poesía española, condenándola a cien años de soledad sin segunda oportunidad en esta tierra. No hay nada adolescente, blando o del terruño en Canción en blanco. Está escrita en español, pero en el de Borges, no en el de Unamuno. Pertenece a Europa, a Occidente, al mundo que ama la literatura. Revienta fronteras como revienta corazones. Álvaro García maneja la alquimia del instinto humano hasta volverlo animal, que es lo mejor que puede ser el instinto: "Eres la entraña de agua de una fruta,/ eres la concreción del infinito". Normalmente, de la poesía española hay que tirar como el mulo del carro: es peso muerto que nos frena hasta inmovilizarnos. Es una isla rodeada de Machado por todas partes. Pero no ésta: el continuum poeticum de Álvaro nos levanta del suelo, nos lleva a sitios. A nosotros mismos, a lo que hay de universal y eterno en lo que somos. En arte, la realidad es un estorbo sin futuro: lo que la cáscara del huevo es a la tortilla. A la repetición la llamamos rutina, y soñamos con la aventura. No en poesía: Canción en blanco es repetitiva porque la repetición es una opción, y deseable. Stein y Pound se dieron cuenta a tiempo. De esa grandeza viene esta poesía.
De cuando en cuando nos preguntamos ¿por qué no le gusto a este poema? Porque Canción en blanco no se molesta en interesarnos, ni en entretenernos, ni en enseñarnos nada. Sólo le importa ser poesía: "El amor y la música/ reordenan el mundo/ mientras parece que lo desordenan". Y la canción desciende a los infiernos, y Orfeo retumba como un trueno, y la canción asciende más alta, más blanca que nunca. "La muerte tendrá dentro memoria de un sol vivo". Tremenda poesía para quienes somos humanos pero nos sentimos dragones.
Amar nos une a algo
mientras brilla
la luna inatendida por el mundo,
el orden de los gatos por las tapias.
El labio se hace sangre
y se llena la sangre
de beso y agua y aire mal soplado
y se alumbra del lento fuego oscuro.
La sangre ha conectado de golpe con el tiempo.
Sabemos nada y todo.
Somos un animal que es dos humanos.
Sustancia tuya y mía arden en una.