Vicente Gallego. Foto: Carmen Marí

Tusquets. Barcelona, 2012

¿A qué se refiere ese "claro" del título? El primero de los poemas lo deja dicho: "ese común / en que despierta el hombre a lo más puro / de su propio sentido". Es esa revelación de lo que este libro habla y convendrá añadir que no se trata de ninguna meditación abstracta, sino de decir la vida sin más. Eso sí, con una intensidad poética que es ya marca reconocida de la escritura de Vicente Gallego (Valencia, 1963), como bien ha dejado demostrada en sus cuatro libros anteriores, todos excelentes.



No estará de más recordar el espléndido Claros del bosque de María Zambrano; el claro del ella que habla es el centro, "una visibilidad nueva, lugar de conocimiento y de vida", y advierte que no hay que buscarlo. En efecto, la claridad se da, tiene lugar, y allí se le ofrece el mundo, pero a quien está predispuesto, a quien ve el mundo con una mirada limpia, nueva, recién nacida, un "mirar sin escuela". Para ello no se precisa de lo extraordinario, sino de lo que se diría intranscendente y que, por ser visto de otro modo, poético, creador, resulta ser todo lo contrario. Y éste es el caso. Los poemas de Mundo dentro del claro parten de anécdotas menudas, incluso triviales, el aroma de una rama de hinojo, una oliva partida, un puesto de mejillones, y de ahí la palabra se eleva hasta poner en claro el misterio de la vida, de la alegría; de aquello que es exterior al sujeto, de las cosas, se adentra en lo más propio y lo celebra y se celebra. Y es que este libro, y en general la poesía de Gallego, es toda una celebración de la existencia y ¿cómo no celebrar si lo que está en juego -y se gana- es el conocer, el conocerse? Un acontecimiento único.



Esta idea de unicidad es central: "Lo más profundo en mí, en vuestro ser, / es también lo exterior, porque soy uno: / la carne en el espíritu". Y no es solo cuestión del individuo, lo alcanza todo: "Las edades, / los mundos este día", el tiempo todo, la eternidad, está en este instante que es, por tanto, eterno. Como sucede en el satori zen, lo particular y aun lo mínimo impone la percepción de la totalidad. Por este mismo principio de todo-es-uno, resulta armónica hasta la figura del oxímoron, como en "escándalo callado", donde los contrarios disuelven su diferencia de un modo natural, además de que recuerda la frase bien conocida de Juan de Yepes, "la música callada"; o el quiasmo: "los buitres me acarician, / las flores me desgarran"; y en definitiva no queda ningún resto que escape a este principio general. También la unicidad late sobre las diferencias entre las personas. Tras la visita en la clínica a Brines se lee "Estos versos escribes, los desgrana / en mi boca tu boca", paradojas de la identidad de lo distinto.



Colabora eficazmente al tono de cántico el magistral sentido del ritmo de este poeta. Un ritmo que es el del universo, el de la respiración "con que a compás avivas este mundo, / fuelle de la verdad". No es poco: el ritmo, la armonía cósmica es la verdad, "la silenciosa música, en secreto / de la vida en su arte".



"Voz del pasmo" se lee en uno de los poemas, "fe del mundo" en otro, y es cierto. Todo ello lo reconoce el lector y vive en él desde la primera página. La gratitud por vivir que recorre estos poemas de Vicente Gallego se torna en experiencia propia.

Recogimiento

A cada eterno instante,

cada vez que respiro, cuando vibro

recogido en lo mío plenamente,

cuando miro hacia dentro,

¿dónde están dentro y fuera?



Lo más profundo en mí, en vuestro ser,

es también lo exterior, porque soy uno:

la carne en el espíritu; el pecado

la crin de la pureza. Las edades,

los mundos este día. Y al ganar,

lo mismo que al perder, no les doy crédito.

Mi muerte es vida adentro, y son los otros

las vidas de esa vida.