Andy Warhol: n.t. (Left hand holding ink pen, detail), ca. 1953. (Galería Blau, München. Artbasel, 2012)

La poesía sigue siendo, en estos tiempos de inclemencias y miedos, un refugio seguro. No hay prima de riesgo que valga ante un buen poema, un verso inspirado o una metáfora feliz cargada de irreverencia y humor. Por eso, El Cultural ha pedido a doce de los buenos poetas del momento, de muy diversas generaciones, un poema inédito como antídoto frente a la incertidumbre.

De Álvaro Pombo a Antonio Gamoneda (que nos anticipa uno de los poemas de su futuro libro Canción errónea), de Ángela Vallvey a Juan Antonio González Iglesias, pasando por José Carlos Llop, Álvaro García, Benítez Reyes, Andrés Sánchez Robayna, Juan Bonilla, Pablo García Casado, Eloy Sánchez Rosillo y Julio Mas Alcaraz, doce poetas nos regalan últimos versos cargados de emoción, erotismo en algún caso, de derrota en otros, y sobre todo de porvenir. Ya lo dijo Pessoa: "Los misterios son de la esperanza".




LA TENTACIÓN DEL GEÓMETRA

JOSÉ CARLOS LLOP

Soy de letras pero amo la geometría:

el rombo de Michaelis, los hemisferios

de las nalgas y su elipsis sagrada,

la abultada perfección de la vulva

o la curva del empeine, que adoro,

como la línea que cruza el envés

de la rodilla, o la inclinada tangente

de la nuca. Amo las esferas

como albaricoques o ciruelas,

la bahía entre cuello y hombro,

los suaves arroyos del interior

de las muñecas y el esplendor

del Bósforo entre los muslos,

con Estambul al fondo y Asia,

detrás. Porque soy de letras

sé, que la oculta tentación

del geómetra es la geografía:

trazar las cartas marítimas

sobre una piel desconocida,

detenerse en la tensa

parábola del pezón,

marcar las coordenadas

y sus límites y saber del calor

tropical de sus puertos,

donde los pájaros blancos

surgen de los manglares

y alzan, cantando, el vuelo:

última magia de la simetría.




HILO DE ORO

ELOY SÁNCHEZ ROSILLO

Une entre sí la luz todas las cosas

con un hilo de oro.

Y a mí mismo me incluye;

me toma alegremente cada día

y me hilvana con ellas.

Lo puede ver cualquiera que se quede

de vez en cuando a solas

y con sosiego mire:

no es el aire, es la luz la que nos suma

a todos con el todo.

El árbol me conoce,

saben de mí la nube y la montaña,

el gorrión, septiembre.

Y yo los reconozco emocionado,

y los dice mi boca.

Formo parte del mundo y estoy vivo.

Soy uno más, por suerte,

en la gran cofradía de la luz.




[HAY UNA TRASLACIÓN DE TU LEYENDA]

ÁLVARO POMBO

Hay una traslación de tu leyenda

en calderilla de ficus y de prunus

y terrazas pequeñas

de todo el noroeste de Madrid



Hay una tradición de que venías

y parecía que no llegabas nunca



Hay toda una hermenéutica de labios

y tu pelo castaño

que no podía acariciarlo nadie



Una letrilla popular existe

que dice que tú eras inasible




[ANTES DE LLEGAR....]

JULIO MAS ALCARAZ

Antes de llegar al río debo cruzar la caverna. Concebimos esa caverna como el lugar donde las sombras producen los cuerpos. Es un espacio necesario, un paso entre dos sueños, pero no sabemos por qué. A la salida, la anciana vigila que sólo seamos mujeres quienes llegamos allí. Ella me entrega una pulsera hecha con las colas de varias serpientes de cascabel. No habla. Ella tampoco habla. Tiene miedo Ofrece el silencio como libertad, el derecho del silencio a ser escuchado. y la majestuosidad de las escaleras viejas de los puertos, la elegancia de los escalones entrando en el agua; el deseo jamás realizado de bajarlas hasta el final. Las niñas, en la ribera de aquel río, juegan con los muñecos que han construido con los huesos de otras niñas muertas. Mira a las niñas, asustada. No sabe. ¿Aquellas que ya no tenían qué comer? Sólo las mujeres podemos acceder aquí y sólo nosotras podemos tratar de observar lo que llamamos un párpado de río. En lo más profunda de la selva, ante lo que algunos llamarían un sencillo meandro, se produce un hecho extraño, una singularidad. Si la canoa navega despacio, muy despacio, es posible ver como un banco de arena se abre y alza a nuestro paso, igual que se abre un párpado, y en su interior... No puedo saber todavía qué hay en su interior. Es posible que nunca lo supiera, porque no todas pueden verlo, pero ella ha amamantado a criaturas que no eran suyas. Y cuando lo sepa no podré decirlo porque las niñas, esas niñas Aunque cualquier mujer puede venir a esta selva, atravesar la caverna, recoger la pulsera de la anciana (me gusta que me llame anciana) y adentrarse en el río. Sólo es necesario un silencio que permita escuchar el ruido de las lágrimas al salir de los ojos. El silencio realmente necesario es el de las lágrimas segregándose antes de salir de los ojos.




D I N E R O

FELIPE BENÍTEZ REYES

Tras una combinación difícil, bajo llave,

protegido por poleas de acero,

camuflado en las siglas

o en el cajón secreto del avaro,

duerme en su soledad plenipotente

de dios convencional de todo esto:

de los teatros mercantiles,

de la bolsa enigmática y cambiante

como la luna, en su condición

de testaferro manoseado del oro,

suma y resta del todo y de la nada,

multiplicador del poder y de la angustia,

irrealidad portátil en su ruta estratégica,

hundiendo, rescatando, inflacionando,

dragón herido siempre por la espada

enmohecida de la incertidumbre,

en su cueva especulativa.

Mendigo arrogante de la capa bordada,

misterio desvelado en la exactitud de los porcentajes,

por activo y por pasivo,

abstracción callejera, metal de calderilla,

prestidigitador de operaciones en el aire

a escala mundial y, sin embargo, también de casi nada:

el niño que cuenta unas monedas

ante el kiosco, midiendo su poder

de apropiación del mundo, calculando

lo que cuesta un deseo, la mercancía

del corazón, el ansia oscura.




CANCIÓN ERRÓNEA

ANTONIO GAMONEDA

No hay causa en mí. En mí no hay

más que cansancio y

un antiguo extravío: ir

de la inexistencia

a la inexistencia.

Es

un sueño.

Un sueño vacío.



Pero sucede.

Yo amo

todo cuanto he creído

viviente en mí.

Amé las manos

grandes de mi madre y

aquel metal antiguo

de sus ojos y aquel

cansancio lleno de luz

y de frío.



Desprecio

la eternidad.

He vivido

y no sé por qué.

Ahora

he de amar mi propia muerte

y no sé morir.



Qué equívoco.




FUGACIDAD

ÁLVARO GARCÍA

De nuestro abrazo aquí sobre la alfombra

de yerba del recinto sobre el mar

el tiempo no se extraña y, al pensar

totalidad, tu nombre me la nombra.



¿Por qué con nuestro abrazo en esta sombra

súbita, extrañamente familiar,

el tiempo se abre al fin de par en par?

¿Por qué estar piel con piel no nos asombra?





Amar nos reconcilia con la muerte

en esta tarde poco a poco oscura

que hace simple el milagro de tenerte.

Llega el olor del mar hasta la altura,





nos mece y nos susurra su sonido

música de no ser y haber vivido.




AFORTUNADO

JUAN ANTONIO GONZÁLEZ IGLESIAS

Afortunado el hombre que despierta

junto a un treintañero con la barba de oro

al que admira

por la dulzura de sus dones,

y por su integridad y por el gesto

sereno con que afronta lo pequeño y lo grande.



Afortunado el hombre que llama compañero

al que comparte todo con él, en un golpe

de amor que repercute en toda su existencia.

Otros en el futuro se amarán como ellos.



Afortunado el que puede afirmar que confía.

El que habita junto a un valiente.

El que está protegido por su fuerza cercana

y recibe de pronto una mirada suya.

Aunque son vulnerables, ya son invulnerables.



Afortunado el hombre que camina junto a un joven risueño.




LA NUBE DE STEVE JOBS

ÁNGELA VALLVEY

He subido a La Nube

esa jaula de sol

con sus horas de confín que se beben

en secreto los pájaros

cuando el alba despierta.

He subido a La Nube

mis archivos de amor y de deseo,

las pavesas de la rosa temprana

pixelada en venenos de colores

que se desespera detrás de la pantalla

de tu iPad. Aquel momento

en que te quise para siempre.

Los matices -pedrería, barro y azul abismo-

del dolor de mi pecho. Un día

en carne y hueso. Facturas por cobrar

a la mañana. Mi corazón

de renta antigua que tiene la costumbre

de interrogar a la tristeza. La luz

que frente a frente te busca y te propicia.



Un trozo generoso de tu cuerpo

que nunca me abandone.

He subido a La Nube caminando

porque, a menudo, vivir es sólo eso,

guardar en un cofre de nieblas

los restos del amor para llevar a casa,



poner la fe en la lejanía,

en un rayo de sombra constelado

de hielos digitales

que encarcele, uno a uno,

a los fantasmas de tu mundoy el mío.



He subido a La Nube las sílabas

antiguas de la palabra noche,

el frío de tus lágrimas, aquel

que jamás fuiste, el pie de las encinas

en todos los ocasos.




PRIMER CURSO DE FILOSOFÍA

Juan Bonilla

que sean nuestras sábanas las túnicas

de sócrates platón y de aristóteles

sobre ellas no habrá dudas ni preguntas

tan sólo realidad sin ideales

yo sólo sé que lo sé todo si follamos



las togas de agustín de hipona pueden

servirnos como colcha

si arrecia el frío y nos carcome el miedo de que cada uno de nosotros seamos dos

y estemos por entero en cada uno de ellos



con los vidrios con los que fabricaba

spinoza sus lentes para ver

a dios en todas partes nos haremos

un espejo que copie solamente

dos cuerpos en batalla destruyéndose

con la alegría de quien sabe que es así

como nacen los universos



la peluca de kant será una esponja

con la que voy a enjabonarte

todas y cada una de tus categorías

con la navaja de okham

quiero afeitarte el coño

para después tender a la abstracción

comerte el coño



y el látigo de aquel vulgar cochero

que apalizó a un caballo hasta matarlo

e hizo llorar a nietzsche el superhombre

hazlo sonar sobre mi espalda

cuando me vengan dudas o aprensiones

necios deseos sobre lo futuro

ganas de compartir el alquiler

ir al cine contigo y esas cosas



el brazalete nazi de heidegger

nos sirva de mordaza si entra el miedo

a conquistar los seres sin ahí

en que querremos transformar el uno al otro




YA SOSEGADO, CANTA LA LECCIÓN DE LA SOMBRA

ANDRÉS SÁNCHEZ ROBAYNA

Sientes, casi abrazados

bajo el cielo de zinc,

los árboles que llaman,

los latidos del gris.



La sombra te enseñó

piedad y paz, concordes.

Entra, pues, sosegado,

en las sombras del bosque.






PESADILLAS

PABLO GARCÍA CASADO

A Sergio Gaspar

Tengo una pesadilla que se repite. No todos los días, pero sí a menudo. Veo a mis hijos descalzos en una ciudad futura, de seres crueles y biónicos, y charcos de sangre y cristales rotos que ellos pisan con sus pies blancos y delicados. Miro sus ojos tristes y su gesto mudo bajo el cielo naranja. Y yo estoy fuera, en otra pantalla, haciendo aspavientos desde el mundo de los vivos. Este sueño se repite a menudo, no todos los días, pero sí a menudo. Y entonces despierto, y enciendo la luz, y respiro. Porque ellos están aquí, en sus camas, durmiendo, seguros de estar protegidos por algo más grande y poderoso. Dicen que todos los padres tienen sueños como este. Es el precio de plantar la semilla, algo que es tuyo pero no te pertenece. Eso dice mi madre. Sueños extraños que día a día se vuelven reales y precisos. Porque el mundo avanza hacia un futuro pavoroso en el que ves salir a tus hijos descalzos por calles de sangre y cristales rotos y seres crueles y biónicos. Y no puedes hacer nada porque estás atrapado en otra dimensión.




CALIPSO

CARLOS PARDO

En verano volví a leer poesía

y una tormenta sacudió la casa

con rítmicas correspondencias.



Las higueras anfibias.

El jazmín sarmentoso.

La culebra mojada junto al haz

de paja. Anónimas avispas

clavadas en el tronco

del manzano

como nieve salvaje.



La poesía me dio un yo

y dos planchas azules

reconocibles como cielo y mar.



Entre ambas, el tachón

de la lluvia. Y arriba,

un sobrenatural gris Waterloo.



Tenía un perceptible fondo

por el que deslizar

el sobrepeso de la perspectiva.



Con la puesta de sol viene el banquete.

La casa en la colina

colonialmente absorbe la humedad de las huertas.



Un octeto de ovejas

toca calipso.




MONÓSTICOS (8, 11)

JORDI DOCE

Comenta que está bien, que ya pasó.

Tiene la espalda señorial, casi olímpica.

Luego la voz le cambia, de pronto, y todo es antes.

Viene de un duelo colectivo, de un aquelarre blanco.

No es posible dejar de ser lo que uno fue.

O también: esa puerta que se abrió sigue abierta.

Así empiezan los cuentos: un niño se pierde en el bosque.

Si algún pájaro habló con él, no lo sabemos.



*



Sabía ver el mundo como si no estuviera en él.

Olvido, indiferencia, estas eran sus señas.

También piedad, a veces, una extraña ternura.

El piloto parpadeaba a ratos, con desgana.

No era cosa que debiera inquietarle.

Según el plan en curso, sobraban las urgencias.

Sin embargo, sentía un eco de los antiguos vínculos.

Algo se removía a tientas allá dentro.

Corrigió una palabra de su informe y se puso a esperar.

Siguió esperando mientras la Tierra giraba.

Si las piezas debían encajar, él no veía cómo.