Pre-Textos. Valencia, 2012. 96 páginas, 12 euros

Tenía que comprobar que Andrés Trapiello sigue teniendo 59 años. Wikipedia asiente: debe de ser verdad. Tenía que comprobarlo porque Segunda oscuridad habla el lenguaje de los setentañeros, hombres (suelen ser hombres) aferrados a un modo de naturaleza, a un paraíso de infancia donde cada miga de recuerdo es un festín. Trapiello es un poeta que escribe por el poeta que será dentro de una o dos décadas, o tres. Convierte la introspección en un género de intriga donde no pasa nada, pero lo que no pasa es interesante. Por ejemplo, el caso de la hormiga mitológica. "No sé cómo ha llegado a un cuarto piso,/ sin ascensor, en Conde de Xiquena./ Llevaba una lenteja, como la roca Sísifo./ Hallarás la salida, esto le dije".



La historia nace en la infancia y muere en la solidaridad del poeta con la hormiga, una empatía que deriva en identificación. El poeta se siente pequeño y esforzado, como Sísifo en el Hades o la hormiga en el cuarto de baño. También hay ocasiones en que se nota pequeño e impotente, apuntando a lo alto en sus términos de comparación: "Me pediste un poema con la misma/ sencillez que María a Jesús dijo: "No tienen vino", como si yo pudiera/ hacer vino del agua". La invariante de esta teoría es una: poeta. Nada escapa al ego. Si no es relevante para la construcción de la personalidad creadora, no existe. Lo que se describe no es lo que se contempla, sino cómo se contempla. Es imposible observar un fenómeno sin alterarlo: la presencia del observador condiciona el objeto. En cierta forma de poesía, no lo condiciona: el observador se convierte en lo observado, o lo absorbe. Cuando Trapiello habla de Ramón Gaya o de grillos locos, no habla de lo que ve, sino de su ojo. Es una manera de ciencia poética que Aristóteles nunca previó. (Aristóteles lo previó todo).



Existe el amor por la vida, por hombres y mujeres, por el amor mismo. Pero ninguna pasión es comparable a la que el ser humano puede llegar a sentir por su pasado. Cronológicamente hablando, la distancia jamás es el olvido, al contrario: es la perpetuación de la memoria, la verdadera o la falsa. Después de todo, la máquina de Mnemosine es como la ficción: una categoría al margen de la mentira. "Si digo corazón, digo el poeta/ contando maravillas como un niño/ después de su primer día de escuela". Trapiello piensa a través de la infancia del mundo para atisbar su madurez, desenterrando a Aquiles siempre vivo y a su inventor, inexistente pero inmortal: "¿Sabremos distinguir entre nosotros/ al longánimo Homero que con sólo/ un adjetivo suyo ya nos salva?". (Suena casi bíblico.)



Para ir a cualquier parte, hay que dirigirse al pasado. Las cosas posibles son espejismos que se desvanecen cuando les llega el tiempo de convertirse en hechos: "Mi corazón ha decidido ser/ moderno y ahora marcha/vagabundo y perdido, y ni siquiera solo,/ pensando con nostalgia en todo aquello/ que hizo feliz a otros". Para Trapiello, el pasado no pesa, te levanta en volandas, te lleva donde quieras. La vida está detrás. Con una edad poética muy por delante de su edad biológica, el poeta se asoma al futuro sólo movido por El Acontecimiento, ese momento definitivo que no será jamás pasado, porque es el hacedor de pasado por excelencia: "Viene conmigo aquí mi muerte, y sé/ que no debiera haberme acompañado,/ que se debe dejar la muerte en casa,/ que a la vida se viene ya enterrado". Aunque los ojos deseen volverse hacia atrás, no está de más mirar al frente. Lo que viene mata. Lo que viene importa.



Clásica sin pretextos, Segunda oscuridad es poesía contemporánea de hace cientos de años. Espacio y tiempo son anécdota: sólo el corazón prevalece. Elogio y cordura de la monumentalización de lo mínimo.

FLORES DE CEREZO

EN cuanto he escrito «Flores de cerezo»,

las flores de esa copa se agitaron

y alargaron el cuello, haciendo que leían,

igual que sobre el hombro de un amigo

leemos una carta.

¿Cómo pueden saber que estoy pensando

en ellas? Ya ha caído en la mesa algún pétalo.

Acaso explique esto

su amor por la lectura, aunque me consta

que no pusieron nunca

los pies en una escuela,

tan corta vida tienen.

Pero comprendo su curiosidad.

Sólo quieren saber, después de todo,

que haré bien mi trabajo y que podrán

adentrarse en las sombras sin cuidado

sabiendo que el cantero

les terminó su lápida.