Lo que podríamos nombrar como la incumbencia generalizada y el poner en relación de esto con aquello son puntos esenciales de su poética. En la presentación de Postpoesía escribe que se trata de "ideas conectadas por procesos analógicos, metafóricos", "una investigación por inducción analógica" y esto vale para toda su producción. Su escritura tiene como carácter la discontinuidad y tiene un antecedente importante en la noción de "rizoma" de Deleuze y Guattari, esa "raíz" -es el significado en griego, aunque en botánica es un tronco- que se desarrolla sin programa. Al igual que el rizoma el pensar -aquí, si se prefiere, el decir- se hace errático, avanza, gira y sale a la superficie donde menos se espera, se hace múltiple, según expusieron los pensadores nombrados en su fascinante Mil mesetas, por los principios de conexión y heterogeneidad, entre otros.
Así, los poemas de este autor revitalizan el fragmentarismo de las mejores páginas de Rimbaud. A cada paso se cambia de asunto, páginas después se repite o retoma en un discurso en el que nada, o casi nada, queda fuera. Lo culto, lo coloquial, la filosofía, la publicidad, la ciencia, lo cotidiano -un ticket de supermercado, por ejemplo-, lo gráfico -fotos, gráficos-, todo encuentra su lugar en estos postpoemas, escritos en una especie de panglosa, en la que todas las variedades del habla y de los sistemas semióticos se integran. En este sentido, la lengua de lenguas de The Cantos de Pound, uno de los grandes modernos, sería un cierto precedente.
El punto de partida es que si el mundo ha cambiado, y esto está fuera de discusión, ¿cómo es que la poesía continúa anclada en presupuestos que son de otras épocas, de otras ideologías, etc.? De ahí la necesidad de la postpoesía, que en absoluto niega la poesía (la tradicional, incluida la vanguardia), sino que la subsume.
En este nuevo modo la innovación mayor, y la que más resistencias suscita, es la incorporación del discurso científico, su terminología, sus ecuaciones, etc., que si familiares a Mallo, físico de formación, resultan más o menos esotéricas para el lector de poesía común, cuyo mundo es, en general, el de las humanidades. Sin embargo, ¿por qué habrían de estar proscritas esas formas del decir? Como el autor no lo cree, y no le falta razón, se cita igual a Borges o Juan de la Cruz que a Prigogine.
Lo que alguno verá como dispersión y ruptura remite, por el contrario, a una más poderosa idea de continuidad, esa que liga "el low tech de las columnas del Partenón y el high tech del Código de Barras". Late en todo una visión omnicomprensiva, que puede, o debe, verse como realización del dictum de Terencio: "nada de lo humano me es ajeno" y no puede haber discusión a propósito de que la ciencia lo sea.
Esta acumulación de materiales con sus pasajes difíciles para el lector común y la discontinuidad discursiva ofrecen finalmente unos textos que hacen que la lectura haya de ser activa a la búsqueda del sentido y hay que dejarse llevar más allá de lo consabido para entregarse a esta nueva forma de disfrute a la que Mallo invita en sus postpoemas.