- "Mil caballos sin ojos que galopan/ hasta estrellar su rabia contra el mundo". Occidente lleva toda su historia cayendo, pero la repetición de la muerte no cura el miedo. En Las flautas de los bárbaros (Everest, 2012), Carlos Aganzo vuelve a un pasado perdido para imaginar cómo continuará la caída en poemas de aspecto clasicista y corazón contemporáneo. Originalmente, un bárbaro es un ser humano que habla raro: es la otredad lo que nos tumba. Imperios muertos lo son todos. Roma caerá mañana, otra vez.



- Después de Tolstoi, es raro que alguien se atreva a decir algo de la familia. Animales sagrados (Tarragona: Igitur, 2012) araña la impasibilidad de la institución para acceder a su miseria humana, sorprendentemente reconfortante: "En los brindis/ de cumpleaños atroces/ cuando el padre se metía,/ animal herido,/ entre las sábanas/ antes del convite/ y todo era triste/ porque no se entiende". Noni Benegas usa el surrealismo bien: para decir lo que es real. Como todo tótem, la familia es tabú.



- Carlos Izquierdo aspira a lo que los demás poetas temen: la palabra bonito. Valiente, Cuaderno de instantes (Ayuntamiento de Talavera de la Reina, 2012) derrocha confianza. Elude lo obvio para aludir a lo secreto. Es épico porque toda gran poesía lo es. "Volumen de transparencia, el firmamento/ presiona el horizonte como un sello/ humedecido en oros para hacerlo irrepetible". De la categoría por encima de la cual no hay nada.