Tomas Tranströmer

Traducción de Francisco Uriz y Juan Capel. Nórdica, 2012. 441 pp., 23'95 euros



Los poetas que diseñan nuestra imaginación se inscriben a sí mismos en su propio diseño. Los conocemos convencionalmente como Tomas Tranströmer (Estocolmo, 1931) y Robert Bly (Minnesota, 1926). Sin embargo, después de leer su correspondencia de veintiséis años, me reconozco incapaz de mantener la farsa por más tiempo: para mí son sencillamente Tomas y Robert. Se conocieron por curiosidad: a los dos les apasionaban Jung y James Wright, Joan Báez y las cosas poéticas y políticas en general. Ideólogo y fundador de The Sixties, Bly hizo de su revista un mito de esos que sólo fueron posibles durante los años 60, cuando todo el mundo era muy ingenuo o muy perverso.



Diabólicamente inocente, la poesía de Tranströmer conquistó América y, mejor aún, a los americanos, entre ellos a Bly, que traducía todo lo que pillaba. La patria de la poesía lo absorbía todo: Estados Unidos necesitaba combustible pesado para sostener su imperio. Posibilidades de que un futuro premio Nobel sueco escapase al radar: nulas. Air mail comienza cuando Tomas pregunta por la revista de Robert y Robert descubre que el cielo está a medio hacer en Suecia. Fue amistad a primera vista. A veces el destino hace bien las cosas.



Que dos grandes poetas del siglo XX recurran constantemente a dibujillos para expresarse con la exactitud que las palabras les niegan es, en sí mismo, tan expresivo como exacto. Se dibujan de todo, desde cercas de madera para estabular vacas (lo digo con una perífrasis porque me pasa como a Robert, que no sé el nombre de la cosa) hasta pastillas de caldo Avecrem. Nada de esto es gratuito: las ilustraciones son un método hermenéutico como otro cualquiera. El 20 de noviembre de 1970 lo dedica Tomas a dos cometidos: criticar la traducción que Robert ha hecho de su "Breathing Space July" e informar a Robert de que a Monica, su mujer, las traducciones de Robert le parecen bastante mejores que los originales. A partir de esta observación de Monica, Tomas elabora un pequeño ensayo sobre la traducción no de textos, sino de mundos: lo que el poeta concibió como un fragmento de minimalismo sueco es reinterpretado por el traductor como una ventana a la California grandiosa, y a Tomas le cuesta no enfadarse. De hecho, sus comentarios son ligeramente irónicos, pero el célebre Tranströmer Charm impide que los polvos acaben en lodos: "La tercera estrofa suena muy bien, pero el hombre no rema necesariamente (¿remáis alguna vez en California?) En realidad escribí la estrofa después de una vuelta a la isla de Runmarö en un barco con motor".



A Tomas le importa mucho cómo se visualizan sus poemas, hasta el punto de manipular la mente de Robert, tan estimada por él como obviamente equivocada a propósito de qué es un quinqué y cómo debe llamarse en inglés. Por supuesto, Tomas se apresura a dibujar para hacerse entender. Debajo de sus dos ilustraciones de quinqués, contraataca: "Tengo en mente el n° 1 cuando leo el poema, pero sospecho que tú tienes el n° 2". A Tomas le molesta la palabra chimney, y no para hasta conseguir que Robert la cambie por lamp. En cierto sentido, Air mail es una obstinada discusión sobre cómo llamar a las cosas, y si hay alguna razón para llamarlas en absoluto. Más nos valdría dibujarlas. Sobre todas las cartas pesa la influencia de Swift, su furioso espíritu crítico hacia lo político y su profunda misericordia por lo humano.



Toda la historia de occidente entre abril de 1964 y mayo de 1990 es tema, más que de conversación, de indignación entre dos poetas que redescubren la épica como forma de crítica social. Es interesante leer "Three Presidents" o "Listening to President Kennedy Lie about the Cuban Invasion" de Bly después de vivir Dallas como Tomas y Robert la vivieron. Más que las reflexiones serias sobre política, inevitablemente poco originales (elogiar a Nixon no está muy lejos de fundar un culto satánico), nos deslumbra la sátira del modus vivendi y operandi de naciones presuntamente dignas y no menos aficionadas a la barbarie más impune. A Robert, que ve conspiraciones porque probablemente las hay, le "divierte saber que el FBI no puede abrir y leer mi correo aquí, en Inglaterra. Tiene que ser una gran frustración para ellos -se quedan rezagados en medio de tantas intrigas". Mucho menos televisivo, Tomas se ríe del funcionariado local, confesando su temor (que no sorpresa) de "que el correo de Västeras robase todas las cartas de Norteamérica con la esperanza de encontrar algunos dólares en ellas". Sabemos que una sociedad es insostenible cuando las mentes que la piensan no se sienten capaces o proclives a procesarla. A propósito del discurso de Nixon sobre Camboya, Tomas manifiesta una indisposición física entre indigestión y asfixia, que le induce a comparar al Innombrable con una espina de pescado en la garganta, proporcionándonos el único caso conocido de metáfora tranströmeriana llevada demasiado lejos. Ambos parecen hambrientos de espacios más amplios, tiempos menos torpes, contemporáneos menos estúpidos. Buscan un gran esquema de cosas que dé sentido al proceso histórico que otros parecen concebir como una sucesión de anécdotas apenas memorables.



Compartidas, las obsesiones unen mucho. Tomas y Robert desmenuzan el lenguaje, que les parece necesario e irritante. Lo estudian meticulosamente, como si fuera un bicho raro. La fama les molesta, a la vez que les proporciona un alter ego: no se identifican en absoluto con él, pero les sirve para analizar ese fenómeno tan desconcertante que llamamos gente. Cuando uno es popular no cambia: los que le rodean se transforman por completo. Esto a Tomas y a Robert les parece hilarante, y sufren a cuenta de ello. Más sueco que Robert, Tomas es inmune a su propia leyenda.



La absoluta indiferencia que manifiesta hacia Poeta Tranströmer sólo es comparable al infinito amor que siente hacia Poesía Tranströmer. Literalmente se borra del mundo ficcional para habitar sólo en la realidad, más triste pero no carente de encanto.



No hay en Air mail concesiones a sus lectores. Modestos pero no tontos, es evidente que tanto Tomas como Robert sabían que su correspondencia llegaría a nosotros. Sin embargo, todo indica que les traía por completo sin cuidado. O tal vez en algún momento les importó, pero se les olvidaba. Sin pretender impresionarnos, nos impresionan. Nos introducen en su conversación privada sin ninguna formalidad. Air mail no es un libro divertido, pero nos hace reír. De verdad: te ríes tú sola, y supones que lo mismo hacían Tomas y Robert cuando se leían el uno al otro. A menudo pierdes la noción de realidad y ficción, sobre todo con Tranströmer, que posee en sus cartas la textura imposible de sus voces poéticas. Cobras conciencia de lo duro que es ser crítico en un mundo que no lo es. Que todos los que piensan que la inteligencia está en crisis lean Air mail. La inteligencia no está en crisis: la inteligencia es la crisis.

Un pergamino y una medalla

Junio 1971

Amor para el pequeño de sus padrinos.

Monica soñó la otra noche que la llamaban (como enfermera) a asistir a una mujer en el parto. Cuando miró el útero de la señora encontró un túnel profundo y ancho donde había un niño pequeño sentado, serio, esperando. parecía tener entre seis meses y un año. Monica lo sacó, pero le pareció imposible hacer con él lo que se suele hacer con los niños recién nacidos -parecía demasiado crecido. Tenía un aspecto muy inteligente. Cuando se despertó su primera asociación fue para tu bebé.

La otra noche me entregaron un PERGAMINO y una MEDALLA en Estocolmo. Monica y yo pedimos prestado dinero a los amigos para ir a Estocolmo, nos vestimos con las ropas de mis bien pagados días de Roxtuna y nos mezclamos con los ricos en un restaurante [...] TOMAS