Eloy Sánchez Rosillo. Foto: Tusquets

Tusquets. Barcelona, 2013. 146 páginas, 14 euros



Parece un personaje de Shakespeare. Mira hacia dentro y ve lo de fuera, lo pasado, lo posible: todo. Mantiene consigo mismo una relación dialéctica, distante. Sus palabras suenan a trueno, pero él ni siquiera sospecha que las estamos oyendo, ni le importa. No busca nuestra aprobación, nuestra gracia. Viene para pensar ante nosotros. Es un poeta.



Antes del nombre está la cosa. Puede ser música, un presentimiento o el daño que nos hace el sol en los ojos. Eloy Sánchez Rosillo (Murcia, 1948) concede al mundo el beneficio de la existencia, a condición de que esa existencia transcurra en la conciencia humana. El reto no está en extraer significado de las cosas: las únicas cosas que existen son las que significan algo para nosotros. Lo interesante empieza cuando intentamos percibir la cosa sin procesar su significado: "Por mucho que parezca que nos habla,/ está callado el árbol". Encerrados en nosotros mismos, asumimos que todo existe para nosotros y se parece a nosotros. Usamos metáforas contra la angustia de no oír al árbol. Humanizamos el mundo para sobrevivir en él. "Depuso el sol, cansado,/ sus homéricas armas, sus modales/ y gritos jactanciosos" convierte una bola de fuego en una criatura real que nunca existió. No hubo Homero, ni héroes homéricos, bajo el sol. Todo fue imaginación, un poema. Pero ahora el sol se parece a Aquiles sólo porque este poeta lo quiere.



Veranos que se desintegran en otoños "igual que un gran caballo jadeante y muy viejo". Belleza descubierta por casualidad en sitios sin esperanza: manzanas frescas en fruterías sucias seducen los sentidos, Lolitas acosadoras de castos poetas, "estaban allí juntas, apretadas, conformes,/ y todas sonreían". Qué más quisiera el poeta que ser maldito, estar triste y conquistar el mundo con su melancolía. Pero no puede: hay luz por todas partes. Es como hierba que rompe el cemento para abrirse paso. No habla su idioma, pero el poeta oye a los gorriones y entiende lo que dicen: "cantan con alboroto, interrumpiéndose,/ sin respetar sus turnos". Lo que dicen es, la vida no sabe de turnos. Escribe tu poema.



Por encima de lo singular, o más allá de la cosa, hay algo. Una fuerza, una voluntad, un instinto de existencia. Con la humildad que sólo da la soberbia de la sabiduría, el poeta no lo llama con una palabra, sino por medio de un libro entero, con justicia titulado Antes del nombre. Para acceder a la esencia es necesario adentrarse, descender, cavar: "Se entra por gracia viva de lo vivo,/ por acorde animal con lo creado". Todo ocurre en el interior de nuestra conciencia, filtro de realidad: por eso es imposible discernir dónde estamos respecto al mundo, porque el mundo es un recinto que ocupamos pero que está dentro de nosotros. "Da pasos por mi mente un cazador/ que avanza inquieto al clarear el día". ¿Quién es este cazador que el poeta dice ver? ¿Es un símbolo o un sueño? ¿Es recuerdo o premonición? El poeta ve también a su perro, la aldea, la casa del cazador. "Por mi mente da pasos". Eloy Sánchez Rosillo quiere que sepamos que el cazador es suyo. También Macbeth, Hamlet y Otelo eran dueños de espacios y tiempos propios donde las cosas existían de otra manera. La vida se arrodilla ante el poder del corazón humano.



PERPLEJIDAD

Con pie lento anduviste por mi vida,

dolor de aquellos tiempos,

y nunca terminabas de pasar.

Días que eran la noche,

años empantanados en las aguas

de un presente ofuscado y sin salida.

Perplejo aún, puedo afirmar ahora

que al fin no te marchaste,

ni te apagaste porque te extinguieras,

sino que por amor, por gracia pura,

fuiste transfigurado

en alegría misericordiosa

sin que yo en un principio lo advirtiese.

¿Cómo pudo ocurrir aquel prodigio

de que al llegar a un punto, a tal momento,

tú ya no fueras tú

y fueras justamente tu contrario?

Qué enigmático es todo, qué aventura

esta ignorancia ciega del vivir.