Ledo Ivo. Foto: Fernando Alvarado

Traducción de Martín López-Vega. Pre-Textos. Valencia, 2013. 79 páginas, 13 euros





Posee este libro de Lêdo Ivo (Maceió, 1924 - Sevilla, 2012) novedades significativas. En primer lugar, el haber sido el último de los escritos por este valioso poeta brasileño que nos dejó el año pasado. Este hecho posee una carga emotiva, pero también responde a un proceso que el fiel traductor de los poemas, Martín López-Vega, nos explica muy bien en la nota que acompaña al texto. A éste le tocó ir recibiendo, como en un goteo lleno de sentido, los poemas últimos que el autor iba escribiendo y, a la vez, ir ordenándolos. Hay en este encargo como un afán de irse desprendiendo de la creación en dos sentidos profundos.



Por un lado, con una renuncia a la tarea de escribir, al proceso de publicar, por más que señaladamente indicase los poemas que debían abrir y cerrar el volumen. Por otro, hay en estos gestos y en lo que el poeta está escribiendo un afán de renuncia, de desnudar su mensaje. Un claro ejemplo es el poema final ("Serenata") que se abre con un verso que no es cualquier verso en una persona que intuye su final: "Ha llegado mi hora".



En ocasiones, un libro bien vale uno solo de sus poemas. Ésta sería una de ellas. No por la carga literaria o el afán novedoso del mismo, sino por una lucidez que sólo puede venir de la sencillez. El texto parecería engañosamente empapado de sentimientos, pero lo que hace Ivo es comprimir en cinco estrofas pensamientos que atañen a su despedida del mundo: el poeta dice adiós y parece marcharse con prisa, pero no ve un muro o un final tras su partida, pues nos señala que lo que parece ser "noche" "anuncia ya la aurora". Aparece también en este poema un concepto, nada, que nos remite directamente a un decir poético esencial.



No sólo porque está en la mejor tradición (la de los orientales, la de los místicos) sino porque compromete al que la utiliza. Pues el poeta, consciente de ello, está haciendo uso de una nada que es el todo. Así, al decir adiós a las cosas (a lo más vivo, al "seno desnudo", y a lo más muerto, "la llave oxidada") está creando un vaciamiento que exige la despedida absoluta. El "estandarte de la muerte" aparece como una imagen ineludible y sumamente perturbadora, lleva consigo el decir de golpe adiós a ese todo (¿todo?) que era la vida; pero en la última de las estrofas del poema, vuelve a rescatar esa nada en la que cuanto era noche sólo es "fin de la madrugada", o "aurora amanecida". Ivo deja pues -el libro y la vida humana- abiertos.



Vaciarse en el instante final ha supuesto librarse de otra serie de situaciones igualmente importantes, las que dan lugar a los poemas previos del libro. No es extraño por ello que sea Dios la presencia que aparece en el penúltimo de los poemas: un Dios "mudo", pues muda es su respuesta. La Divinidad, en la línea con la nada final y absoluta que es el todo, precisa de otros conceptos paralelos para definirse: es silencio, palabra, paz, luz. Es el poder de los símbolos, los únicos que pueden representar lo irrepresentable, lo inasible. Así seguiríamos, poema tras poema, con esa lectura inversa, encontrándonos con otros símbolos reveladores: el invierno, la sangre, el bosque, el agua, los ojos… Hasta aquí lo esencial del libro. Hay luego esa claridad que sólo concede la edad y esa intensidad emotiva que es consustancial a este autor. En ocasiones, en un solo verso, el poeta recupera la plenitud de lo meramente literario, el fulgor del hallazgo poético ("Hay entre tus piernas un cielo estrellado"), pero lo normal es que el verso fluya con emoción incontenida. Enumeraciones, preguntas y respuestas, imágenes, están sometidas a esta fluidez del verso conmovedor en el que mucho tiene que ver esa otra revelación que es la de los cuerpos.



Se comprende también porqué el poeta quiso abrir su libro con un poema como "Aurora", en un momento en el que el mundo era "epifanía". Aquí tampoco es un joven el que escribe, sino una persona que ha tocado ya con sus dedos la puerta abierta de la sabiduría, con esa lucidez que sólo encontramos en los poemas de Pessoa-Caeiro. Aún no ha llegado "la sábana siniestra/que apaga para siempre". Todavía los días se abren con la claridad que sólo proporciona la luz. Esa luz que es "la materia del mundo".

Soneto de las estrellas

SENTADO en la letrina del hotel Ritz

pienso en los pobres y en los desvalidos.

Qué cruel es el mundo, dividido

entre quienes nada tienen y quienes tienen todo.

Fulgor de cinco estrellas -y la mortecina

vida de mierda sin ninguna estrella.

Duele en mí el misterio de la injusticia,

herida que nunca cicatriza.

Imagino una aurora repentina,

la ruidosa descarga de agua pura

que restaura la blancura en las letrinas.

Que florezca en el mundo un alborada

-hormiguero de luz, nube bermeja-

y corrija la injusticia de las estrellas.