Paul Eluard. Retrato de Pablo Picasso

Traducción de M. Álvarez Ortega. Viisor. Madrid, 2013. 209 páginas, 12 euros

En filosofía, las preguntas son más importantes que las respuestas. Afortunadamente, porque en filosofía respuestas hay bastante pocas. La poesía opera a la inversa. Ningún poeta le ha preguntado nunca nada a nadie, él mismo incluido. Un poema es, en esencia, una respuesta. Y los grandes poemas son siempre respuestas a preguntas nunca formuladas.



"Sería preciso que un solo rostro/ Respondiera por todos los nombres del mundo". El Amor la Poesía son 82 respuestas a preguntas inéditas en 1929. Agrupar gente es siempre absurdo, porque la gente no existe: hay personas. Llamamos surrealista a Paul Éluard porque nació en 1895 y era francés y probablemente también por casarse con Gala. Entusiastas del dime-con-quién-andas, los críticos literarios lo meten en el mismo saco que a Breton, y por las mismas tiran el saco al río con los dos dentro. Éluard es surrealista, pero no a la manera provinciana de Breton & Co. Éluard no firma urinarios. Sus imágenes (el rostro, los nombres) proceden de y avanzan hacia lo universal.



Hay Eliot, hay Pound en la totalidad que es Éluard. No experimenta: asienta. No pregunta: sentencia. Las tuberías de su poesía quedan a la vista, pero el misterio permanece a salvo: "Ramo de las savias el brasero que cabalga el viento/ Humareda en cabeza los ejércitos de la toma del mundo/ La espuma de los tormentos aéreos la presencia/ Los ataques del frente más alto de la tierra".



El poeta conmovedor sabe dónde golpear para ser oído. Tiene más en común con Rimbaud que con quienes creían en la disolución consciente de la consciencia. Los surrealistas hablaban demasiado. Explicaban lo obvio. Éluard también, pero al modo de Eliot: para distraer nuestro pensamiento lógico y liberar lo que está atado. La razón nos custodia. Podemos engañarla. Podemos escapar.



Tiene que parecer que no cuesta. No importa lo que cueste, el arte debe parecer inevitable, casual. A nadie le interesa ver al poeta sufrir por sus metáforas. El poeta y las metáforas deben resultar manifestaciones de lo que es como es y no puede ser de otra manera: "Tú vas de una cosa a otra/ Por el camino más corto el de los monstruos". Éluard no plantea la posibilidad de las pesadillas en un corazón puro: su procedimiento poético es casi lingüístico-pragmático, funciona por implicaturas. El Amor la Poesía presupone la existencia de un universo superior, en lugar y esencia, a la realidad: "Tantos vínculos deshechos./ La flecha y la herida/ La mirada y la luz/ La ascensión y la cabeza". No la propone: la presupone. Sólo Éluard dice flecha y nosotros la vemos ascender, sólo él dice luz y en la carne se abre una herida. Disuelve la cadena que condena a una palabra a seguir a otra. No pregunta. Disuelve. Como ácido. "Oidme/ Yo hablo por algunos hombres que se callan/ Los mejores".



Éluard es elusivo, pero no se para. Nos impide preguntar el porqué de "la mano de todos los diablos encima de las sábanas" o "La crucifixión histérica/ Y sus senderos quemados". No nos da tiempo a reaccionar: la catarata de imágenes absolutas no deja de caer. Éluard no es surrealista. Para serlo, le falta el realista. Él está arriba y no baja nunca la mirada. Carece de referente: no puede tener metáforas. No tiene versos: su poesía es teorema. A todas las dudas sobre la necesidad del arte. A todos los miedos que nos apartan de la excelencia. A todas las preguntas inconcebibles: Éluard es la respuesta.

Doblando las campanas del azar a todo vuelo

Jugaron a tirar las cartas por la ventana

Los deseos del vencedor se hicieron horizonte

En el surco de las redenciones.

Quemó las raíces las cimas desaparecieron

Rompió las barreras del sol de los estanques

En las llanuras nocturnas el fuego buscó al alba

Y comenzó todos los viajes por el final

Por todos los caminos

Y la tierra volvió a perderse de nuevo.