Hugo Gutiérrez Vega

Vaso Roto. Madrid, 2013. 109 páginas. 14 euros.

A la poesía mexicana se le deben obras valiosas en el siglo XX. Las escribieron Alfonso Reyes, José Gorostiza, Octavio Paz, Jaime Sabines y José Emilio Pacheco, entre otros. Menos conocido en España, el académico, cónsul y catedrático Hugo Gutiérrez Vega (Jalisco, 1934), autor de una cincuentena de libros, forma parte de los poetas que relevaron con calidad a la generación de Octavio Paz.



Llevado por su cargo de embajador, Gutiérrez Vega residió en Grecia durante siete años, de 1988 a 1995, y allí nacieron sus tres poemarios reunidos en el volumen Los pasos revividos. En la primera parte, Una estación en Amargós, con textos en prosa, sintetiza su escritura: una elegancia llana, de lenguaje directo que no excluye la belleza. Se percibe en sus páginas una empatía hacia el hombre común, pero aún más hacia quienes eligen el camino de la disidencia. La joven prostituta, el panadero de voz tan potente como su soledad, el religioso que acoge a los disidentes o el médico que va juntando los dolores de los enfermos fueron conocidos por el escritor y ocupan el espacio de su literatura. Se identificó tan hondamente con ellos que la redacción inicial la hizo en lengua griega. Sin embargo, enseguida nos advierte de su escasa fe en las sociedades idílicas: "Llamaba a lo lejos la rígida campana de la aritmética".



Acierta el prologuista, Marco Antonio Campos, al resaltar los retratos conseguidos por el poeta en la segunda parte, Los soles griegos. El marinero anclado en la taberna, el informante que anota la fatiga de sus propias células, el fanariota que ama los crepúsculos y un caballero cauteloso son resumidos con precisión psicológica. Gutiérrez Vega no los define desde una superioridad irrisoria, sino desde la compañía. Sin orgullo o indiferencia ante "las figuras que viven / en la otra orilla del abismo".



El tercer poemario se titula Cantos del despotado de Morea. En él destacan los versos donde dos amantes viven ignorando los asedios de la guerra. La escena ocurre en Mistrá, último centro de la cultura de Bizancio. Hugo Gutiérrez Vega combina con maestría los heptasílabos y pentasílabos. Acabada la lectura, nos quedan las impresiones de un conjunto en el que los símbolos no dificultan la comunicación. Una poesía, en fin, transmitida sin ruidos. Como si existiera la profundidad inocente.