Erika Martínez

Pre-Textos. Valencia, 2013. 57 pp., 12 e.

La memoria es un invento lamentable. Como todos los objetos que te rodean, acaba esclavizándote. De repente te das cuenta de que inviertes más en tus máquinas que en tu cuerpo. La memoria no es parte del cuerpo. Está en las máquinas.



El falso techo lo tenemos encima como la espada de quien todos sabemos. Erika Martínez cosifica la memoria propia, la memoria patria y la de la humanidad entera. Descubrimos que se usa, como la conciencia, y que se desgasta: "Sigo las instrucciones de esta lavadora/ porque ya no quedan biblias/ y he extraviado la ley". Lo que nos conecta al pasado es nuestra intrascendencia para el futuro, también la sospecha de que el presente no es más que el acto de mirar el reloj. Para Erika, la historia somos los mismos haciendo lo mismo en un tiempo y lugar diferentes: "Tantas mujeres fregando sus baldosas,/ pariendo en sus baldosas,/ escondiendo la mierda debajo de las baldosas/ que pisaron sus hijos ebrios/ y sus sobrios maridos/ que trabajaron y fornicaron/ por el bien de un país en el que no creían". Somos parte de una cosa llamada historia o memoria o tiempo que hemos inventado nosotros mismos y con la que no sabemos qué hacer. Nos quitamos de en medio, para que no nos arrolle. Algo es algo.



Vivimos hacia adelante pero pensamos hacia atrás. Cuesta acabar con nosotros. Conocemos datos desalentadores acerca de qué somos: "Los técnicos de equipaje saben que cuatro maletas pesan igual que el cuerpo de un técnico de equipaje". Construimos cosas que nos ayuden a sobrevivir, sean códigos o a Noam Chomsky o recuerdos. Envidiamos a la máquina y nos comportamos como ella. Fracasamos con ella: "No hay hombre ni máquina que afronte con exactitud las variables del mundo". Para medir la distancia a nuestra muerte usamos números y otros artefactos, como calendarios. La metafísica también es una cosa. Escribimos versos para denunciar todo esto.