Lorenzo Oliván. Foto: Fundación Santander
En una de sus respuestas para el cuestionario que Domingo Sánchez-Mesa le propuso para la antología Cambio de siglo (2007) Lorenzo Oliván (Castro Urdiales, Cantabria, 1968), entonces ya una voz sólida y consolidada, dejó dicho que uno de los poemas que le hubiera gustado escribir, y lo mencionaba en primer lugar, era el Cántico Espiritual de Juan de la Cruz, esa maravilla en la que la palabra nombra lo visible y se abre a lo invisible, donde lo inmediato se hace transcendencia. También en la poética de Oliván -y desde luego en la de este último libro suyo- la mirada traspasa las cosas y aspira a "lo hondo", expresión esta que da título al poema final, que sirve como exposición del ideario poético, lo que también se cumple en Anclaje.Nocturno casi es el resultado de una aspiración de abrirse paso a lo que no se ve partiendo de lo que se ofrece a la mirada -ya sea el mar, una piña, la noche, la luz, el sujeto mismo- o, como dice uno de los poemas, "llegar al hueso de las cosas", en último extremo, "el ser del mundo". Y, trazando el recorrido a la inversa, el personaje de este libro dice "Y avanzo por lo ciego […] hasta hacerse visión". A lo que la palabra sirve, pues, aquí es a la revelación, a ir más allá de la realidad, continuando así la empresa puesta en marcha por el romanticismo más genuino y no puede no recordarse ahora que Oliván ha traducido a Keats.
Lo no visible no puede ser sino lo desconocido, lo que se oculta tras lo aparente, tras los límites -palabra esta que se reitera-, que han de ser superados respondiendo al impulso, al deseo, al "vértigo vivo/ de buscar" y el caso es que lo que se ofrece al lector es palabra poética de verdad, el don de lo hondo del lenguaje. Un lenguaje siempre musical, rítmico, armónico, incluso cuando se trata de poemas en prosa, cuyo discurso está metrificado, como sucede, por ejemplo, en la escritura de José Ángel Valente, de la que la de Oliván no camina lejos.
Esta práctica, la de un prosa metrificada, en la que la linealidad y el ritmo se funden, sirve bien como caso concreto de la ambición poética de totalidad, de decir lo invisible y lo invisible, lo que se muestra y el secreto, de todo lo cual Nocturno casi es manifestación.
Y lo es, entre otras razones, porque este discurso es consciente del alto riesgo que conlleva y del fracaso -bien lo supo Keats-, pues la revelación no se produce para permanecer, llega y ya está en fuga -se nombra en un verso "lo huidizo de la poesía"-, pero el poema conservará su huella y, en cualquier caso, para el poeta el instante experimentado será lo que vale: "el posible engaño de una visión fugaz será más cierto siempre que la verdad más cierta".
Aunque el poema tiende a hacer casi desaparecer la anécdota de la que surge, no faltan algunos en los que aparece información suficiente acerca de ella, tales como El ojo y la suite El viaje suceden en un tren. Y vale esta mención para señalar que uno de los asuntos de Nocturno casi es lo transitorio de la existencia, el tiempo; otro de no poco relieve es el yo mismo, ser yo, ser otro(s).
Con una obra poética muy significativa - no han de olvidarse sus importantes volúmenes de aforismos-, Lorenzo Oliván presenta ahora lo mejor de su saber poético, intensidad y naturalidad en el decir, música y pensamiento, que se traduce en una lectura de todo punto gratificante y plena de interés.