Traducción de J. A. Tello. Renacimiento. Sevilla, 2014. 592 páginas, 25E

En la Francia del siglo XX, escasos artistas consiguieron una aceptación popular más allá de ideologías y estéticas. Jacques Prévert, Raymond Queneau, Boris Vian, Georges Brassens y, con posterioridad, Serge Gainsbourg lograron la gratitud general de sus compatriotas. Boris Vian (Ville-d´Avray, 1920 - París, 1959) tuvo dificultades. Algunos dirigentes políticos franceses no estaban todavía preparados para asumir la libertad que pregonaban y Vian se propuso arrancarles las caretas. Actualmente es considerado un iconoclasta convertido en clásico. Los nostálgicos sonríen al recordarlo y cantan de memoria sus canciones. Los jóvenes encuentran en él una rebeldía tonificadora. Para el resto, forma parte inseparable del paisaje cultural del país.



En la literatura de Boris Vian, para que la vida cotidiana sea descrita debe pasar por el filtro del juego y la ironía. Utiliza dosis de ternura y causticidad; los mezcla con una saludable irreverencia frente a los tópicos. Los motivos que lo inspiran se hallan al alcance de cualquier transeúnte: la publicidad y sus eslóganes; las angustias de los escolares y trabajadores; la muerte tenaz que también destruye a una muchacha y a un chico de quince años; el sexo mencionado sin disimulos; el sol que, como amante desconocido, se ovilla en un cuerpo joven. Con frecuencia sus poemas están protagonizados por personajes secundarios salidos de una estampa costumbrista: un bebedor con el cerebro nublado por la ebriedad, un prisionero, los vagabundos que dormitan sobre rejas humeantes, un curtidor valaco, un alfarero, un loco, un vendedor, la nodriza desnuda, el botones melancólico que ante una puerta giratoria observa a varios juerguistas.



Desde la adolescencia padeció una lesión cardíaca. Persuadido de que no viviría mucho, se impuso un ritmo acelerado de trabajo. "No se comprende una obra, se comprende al hombre que la ha hecho", nos advierte en una página. Buscaba el dardo más eficaz contra las convenciones artísticas. Sus armas fueron la transgresión, las modificaciones léxicas, a veces el cinismo. Opinaba que la solemnidad podía ser respondida; el humor, no. Su insolencia iba dirigida a los lugares comunes, a los burócratas, a los poetas elegíacos, a algunas celebridades literarias (Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Paul Fort, Paul Claudel) o científicas (Albert Schweitzer). No aceptaba la autocomplacencia: "Bajo el túnel del mal resbalando al choque de los raíles / el vagón de mi alma tiene asientos de barro".



En los ciento noventa y ocho textos del libro se percibe la importancia de la música en la escritura de Vian. Trompetista, autor de una ópera y de más de dos centenares de canciones, el poeta hizo un catálogo de jazz para la casa Philips, e incluso fue director artístico de esta compañía. No son detalles menores. Su relación con los jazzmen Miles Davis, Duke Ellington (fue padrino de una hija del norteamericano) y Charlie Parker lo ayudaría a ensanchar sus horizontes literarios. El cuidado del ritmo se siente en cada estrofa. Participó en otras colaboraciones. En la obra Barnum´s Digest, con Jean Boullet, quien le aportó imágenes de sirenas, hermafroditas, siameses y mujeres barbudas.



Le llegó la fama con el antibelicismo de "El desertor" y "A todos los niños que partieron con la mochila al hombro". Antes, en "Arte poética", nos dejó un consejo claro: "Guste de las bromas / Y de los temas graves, pero huya de lo vulgar". En las composiciones finales, unidas con el título de Última colección, las provocaciones disminuyen, las burlas son atemperadas.



He aquí un libro necesario. Después de las ediciones de Hiperión y Demipage, faltaba un volumen que reuniese en español todos los versos de Boris Vian. El trabajo del prologuista y traductor, Juan Antonio Tello, es encomiable. Ha sabido respetar los calambures, expresiones familiares y demás divertimientos de la versión original. Y nos ofrece doscientas treinta y dos notas para entender mejor estas fiestas verbales.

Quiero una vida en forma de espina

Quiero una vida en forma de espina

En un plato azul

Quiero una vida en forma de cosa

En el fondo de un cacharro solo

Quiero una vida en forma de arena en las manos

En forma de pan verde o de jarra

En forma de chancleta blanda

En forma de cantinela

De deshollinador o de lila

De tierra llena de piedras

De peluquero salvaje o de edredón loco

Quiero una vida en forma de ti

Y la tengo, pero no me basta aún

No estoy nunca contento.