Esperanza López Parada. Foto: Manolo Ramírez
Desde su primera publicación, hace ahora treinta años, la escritura de Esperanza López Parada (Madrid, 1962) ha reclamado la atención y es que en sus versos, aun cuando hablan de lo más cotidiano, de las cosas más cercanas, hay siempre un impulso que eleva la palabra a lo transcendente, un impulso, poético, a decir un algo más de lo que en una primera lectura, o una lectura superficial, el poema parece decir.Así ha venido sucediendo en sus libros y, por supuesto en este Las veces, discurso sobre la muerte. La muerte de lo querido, de lo vivido, de los seres queridos, es lo que sostiene los poemas de este libro de todo interés.
La muerte y la memoria: "no hay horizonte/ hay este volver y rondar"; "poco a poco y sin coraje se excava arriba y hacia dentro/ en busca de alma". Y es que las primeras palabras son para rememorar el mundo de la infancia en una estampa impactante: lo que era, y es todavía en ciertos ámbitos, de lo más corriente, la eliminación de la camada de gatitos, la "muerte por agua" para decirlo con expresión de Eliot. Y la voz poética lo narra sin dramatismos, "no era un sacrificio/ era un trabajo entre horas en el balde de agua", pero la perspectiva del tiempo todo lo altera: "y yo miraba sin una pizca de compasión" para añadir inmediatamente: "mis primeros muertos mi primer crimen". Desde esas páginas iniciales la muerte ya no dejará de comparecer. Una muerte que es enseñanza para la vida, que arroja luz, un saber: "un cuerpo muerto qué encierra/ sino el proyecto de una iluminación" y alguna de las muertes muy en particular: "Sin la madre/ nada se sabría de la muerte". A la muerte de la madre, su cadáver, su enterramiento se deben bastantes de los poemas.
La muerte, las muertes, cada vez única, cada vez definitiva, es también cada vez, al menos en parte, la del superviviente. Al rememorar las muertes que jalonan una vida se perfila la propia: juego del pasado y el futuro. Se lee en uno de los poemas: "Vuélvete a mirar y pierdes para siempre/ eso que ya es pasado. La memoria es un órgano/ frágil que sólo vive hacia delante·, contradicción tan sólo aparente cuando se pone en relación con lo anterior.
Como ha quedado señalado, los poemas hablan de todo esto sin dramatismos, sin elevar el tono, habla que es reflexión. Y reflexivo es el poema final en el sentido indicado pero también en el de replegarse sobre la escritura, para la que la exigencia sería ir "hasta el punto donde/ la lengua ha de aprenderse/ desde el principio". Como si tras un paso por la muerte, la voz de la poesía surge, ha de surgir, como renacimiento, no ya renovada, nueva, es decir, poética. Poesía y muerte anudadas en los versos finales: "Permanece así como si estuvieras muerta/ y tu entierro fuera la última frase que de ti/ se emite". Así de intenso es Las veces.
llámalo resto leño despojo
llámalo náufrago residuo
llámalo padre y madre
niño deshonesto dile traidor
pirata forma en cavidad
-algo has robado algo carnal
algo que no era íntimo-
calco clavo calma calima
dile humo y vapor y gota
titilando encima del cristal
de la caja dile esto ha
quedado hilachas de una
sábana y en la almohada
el trazo donde su cabeza
fue imagen en bajo relieve
de hacia dentro la ausencia