Esa identificación es, creo, crucial. Supone ello poner en crisis el yo, sus límites se difuminan, sale de su sí mismo, su ensimismamiento, y mundo y sujeto dejan de estar aislados para presentarse en comunidad, en continuidad -"nada hay suelto, ni aislado"-, una continuidad que es, claro está, la del ser. Así, se puede afirmar que el viento da "vueltas por mi sangre", que escribir la existencia "fue poseerlo todo", que el sol sobre la piel se interna "hasta llegar al alma", entre otros pasajes que apuntan a lo mismo. Este yo ilimitado es, sin duda, moderno, pero al tiempo no deja de recordar la experiencia zen, el satori, esa iluminación o éxtasis en la que se entra en comunión con el cosmos.
Eloy Sánchez Rosillo mantiene en este nuevo libro la capacidad de cifrar en palabras y transmitir emoción que viene mostrando en sus poemas desde su Maneras de estar, premio Adonais de 1977. Y lo hace con un lenguaje sencillo, próximo, y una versificación musical, armoniosa, contrapartida necesaria de la armonía de lo existente, de la existencia: "Canción, ayúdame. Di con tu música/ la luz del alba", dice un poema y la lectura hace verdad, es forma de la verdad a la que se denomina poética, que la luz, y con ella el mundo, se hace palabra.
No necesita el poeta grandes acontecimientos o experiencias para escribir sus poemas: el canto de unos mirlos, unos álamos o un vaso de agua bastan como punto de partida, si bien creo que hay que destacar la luz, la del día, la de la luna, no importa, luz acogedora, en la que fundirse: la madre en el recuerdo y el personaje, así se lee, "nos borramos en la luz".