Wislawa Szymborska. Foto: Archivo

Traducción de Elzbieta Bortklewicz. Visor. Madrid, 2015 272 páginas. 15€

La figura literaria de Wislawa Szymborska (Kórnik, 1923 - Cracovia, 2012) concita una opinión mayoritariamente favorable. Antes de recibir el Premio Nobel en 1996, su poesía obtuvo un eco positivo en varios países. Quizá las claves del éxito hayan sido la expresión directa, la profundidad sin engaños retóricos, la ironía benévola, una persistente lucha contra los lugares comunes. "Mis señas de identidad / son el encanto y la desesperación", nos advierte la autora.



La Antología poética, traducida por Elzbieta Bortklewicz, se inicia con unas páginas esclarecedoras. El prólogo aborda con nitidez las nieblas ideológicas de Szymborska en la juventud, su adhesión ingenua al Partido Obrero Unificado de Polonia, sus remordimientos de conciencia al conocer las crueldades del estalinismo, sus colaboraciones con quienes se oponían al régimen. También se refiere a sus amores con el poeta Adam Wlodek y el escritor Kornel Filipowicz. Dibujante y redactora de una revista, la calidad de sus versos empieza a ser reconocida en los años sesenta. Rechaza un prestigioso premio oficial. Sus textos se revenden en el mercado negro. El Gobierno le prohíbe viajar al extranjero.



Bortklewicz explica que Wislawa Szymborska amaba la observación minuciosa y el susurro literario. La antología, que contiene muestras de doce libros editados entre los años 1945 y 2006, corrobora esa impresión. En el prólogo se cita una anécdota reveladora: la poeta dice en una velada que la papelera es la herramienta más importante para el escritor. En cuanto se aleja de las directrices del realismo socialista, Szymborska deshace los tópicos. Recurre al Isaac bíblico para transmitir decepciones. O describe una mudanza de lo literal a la metáfora. Su talento rompe con sorpresas la técnica de los anuncios por palabras. Sitúa a dos monos de Brueghel en un examen de selectividad. Y así, con melancolía y sarcasmos suaves, descifra nuestro aislamiento. En uno de sus poemas, los nombres viajan en vagones sellados. Después redacta una solicitud para que en la hora de su muerte sólo vuelvan los objetos perdidos.



El poemario Sal, que se publica en 1962, confirma la madurez literaria de Szymborska. Como si hubiese conseguido una liberación espiritual, la poeta repite: "Todo es mío, nada en propiedad". Sobresalen las composiciones "Estoy demasiado cerca" y "Un instante en Troya". En la segunda de ellas, las adolescentes que pasaban inadvertidas se convierten en mujeres poderosas: "Se sienten ligeras. Saben / que la belleza es descanso, / que el habla toma el sentido de los labios". Otros seres reciben un tratamiento compasivo. Los vagabundos de París son definidos como monjes seglares. La autora ve la escama reverberante de una palabra, alude a una torre que bosteza como los leones, dialoga con una piedra.



Szymborska evita siempre la hojarasca verbal. En los libros El gran número y Fin y principio aumenta la depuración de sus textos. Menciona el sueño de una tortuga, la muerte de un escarabajo, un gorrión alirroto, un hámster en el borde de una grieta. El chacal, el tábano, la pantera, el crótalo o la piraña viven liberados del peso de la conciencia. Describe la habitación de un suicida y los momentos que preceden al estallido de una bomba. Define con finura el odio que, ágil y seductor, despliega alfombras humanas y va creando belleza ante la indolencia de los otros sentimientos. Dispara su dardo a los amantes de las fronteras: "Sólo lo humano sabe ser verdaderamente ajeno. / El resto son bosques mixtos, trabajo de topos y viento". En la parte final de la antología, nuestra huida crea un laberinto de penumbra, desgarro y precipicio con puente.



Varias tildes y comas incorrectas o algún tiempo verbal mal empleado no deslucen gravemente los méritos de la traductora. Por encima de cualquier minucia, la Antología poética de Wislawa Szymborska contribuye a que en España pueda conocerse mejor la obra de una escritora de primer orden.



@FJIrazoki