Jordi Doce. Foto: ACE
Jordi Doce (Gijón, 1967) es, ante todo, el autor de los libros de poesía Lección de permanencia, Otras lunas, Gran angular y Monósticos. De ellos surge Nada se pierde, antología que incorpora fragmentos de Perros en la playa y algún inédito.Las citas que abren la obra son elocuentes: de Paz, Valente y Eliot, poetas que inspiran su mejor poética; ésa que, puestos a simplificar, uno situaría en torno a la poesía meditativa, en la tradición que el segundo fijó a partir de algunos de nuestros clásicos, la poesía inglesa (que Doce ha traducido con solvencia), Unamuno o Cernuda. La muestra está dividida en cinco ciclos y carece de prólogo, lo que da a entender que la apuesta es personal, como se explica en la breve, lúcida "Nota del autor" que abrocha el volumen. Allí habla de esta "raya en la arena": "Toda escritura es, en sentido estricto, ocasional". Nos confiesa que es "hija de una etapa muy concreta de mi vida" en la que las pesas del entusiasmo y el desencanto han encontrado "un punto de equilibrio", que está hecha "hacia atrás" y que ha aprovechado para rehacer, suprimir, enmendar y reordenar (son los verbos que usa) lo ya escrito. Aunque he frecuentado esta poesía, uno tiene la sensación de que la lee por primera vez. Acaso porque un poema verdadero siempre parece nuevo. Porque cada vez que se relee, es otro.
Sorprende la capacidad de observación de Doce, su permanente estado de asombro ante la vida. Su mirada ("un trato entre el mirar y lo mirado"). Esa que le permite describir con certeza y esmero lo que ve. También su inteligencia, que aquí no estorba, que afina sin alardes su pensamiento. Poeta del Norte, por la luz y por el tono, más allá de la mera circunstancia geográfica, de la lluvia y del mar de su natal Gijón (que asocia al verano y la infancia), reúne aquí poemas (en verso y prosa) memorables: "Laurel", "En el jardín", "Sucesión", "Tiempo nublado", "El viajero", "Móvil", "Lectura de Margueritte Yourcenar", "Elegía" o "El paseo", tal vez mi preferido.
A esta rigurosa y nada improvisada "lección de permanencia", que uno concibe como lograda unidad, se le podría aplicar algo que el propio Jordi Doce dice: "al final la palabra siempre gana". Y cómo.