Vicente Gallego. Foto: Carmen Marí
Ser el canto, no ya decir el canto, no cantar, que también, sino ser el canto mismo. Dar alcance a eso exige salir de sí y desprenderse de todo, hacer que las cosas entren en uno, hagan cuerpo en el cuerpo, ser uno y todo. O con versos de este libro: "Danos cuerpo en las cosas", se le pide a la noche.La poesía de Vicente Gallego (Valencia, 1963), excelente toda ella, ha mostrado siempre la plenitud de comunión con el mundo, con lo existente, y este libro da un paso más en esa mirada al afuera que es, y no hay contradicción alguna, la mirada a lo más íntimo y profundo, y es que, en la visión del mundo de Gallego, lo que está afuera es apropiado y se hace interior, del mismo modo que el alma -es palabra del poeta- se da a las cosas que están ya acogiéndola. Y con "cosas" aquí se nombra todo, lo material, pero también la muerte.
Este sentimiento tan singular del mundo no es nuevo en el poeta, si bien se ha ido agudizando en cada libro, y Gallego ha venido a dar en la tradición del zen, la revelación, el satori: desprendimiento, paz y armonía con el todo. ¿Pasado?, ¿futuro?, nada de eso vale ya, tan sólo el ahora mismo: "Este instante no sabe/ de un antes y un después". O "canta en mí/ toda una eternidad de cumplimiento".
Y esa iluminación es semejante a la del místico, trance de amor, de ahí que la poesía de Juan de Yepes sea una presencia recurrente en la obra de este poeta. Aquí el Canto XLVIII reescribe, de un modo emocionante, los últimos momentos y muerte del santo según el relato de fray Jerónimo de San José; el resultado, una experiencia gozosa de la muerte.
Los poemas de Ser el canto son, pues, el decir lo sagrado, asunto que ocupó a Georges Bataille. Sentimiento de lo cósmico, donde lo particular y lo universal, yo y lo otro, interior y exterior, son categorías indiferenciadas. Vivir la contradicción superándola. Del mismo modo, el desasimiento es al tiempo la posesión de la plenitud: "Dichosos los llamados a esta cena / en que nada se tiene", donde se utilizan palabras de la eucaristía. La contradicción esencial que encuentra su manifestación en paradojas, tan características de las tradiciones que aquí se prolongan, tampoco falta: "ver es llenarse de nada en absoluto". Hay que despedir a la lógica para poder decir lo inexpresable.
Libro fascinante, de pura poesía, que también puede leerse como introducción a una vida liberada de los afanes, camino a la mansedumbre, a la sabiduría, a la felicidad, al amor. Invitación al lector para entregarse al canto… y ser el canto.