Karmelo C. Iribarren

Visor. Madrid, 2016. 248 páginas. 14 €

Con una tradición que se remonta al menos a una parte de los poemas de Catulo, aquellos en los que la expresión se torna coloquial, en los que se incluyen palabras malsonantes o vulgares, aquellos en los que los grandes temas dan paso a escenas de la vida cotidiana y los grandes héroes de la tradición a la gente de la calle, escribir poesía cuenta con la posibilidad de utilizar el tono coloquial, que, si se aproxima, o imita, el de la conversación distendida, está claro que no se confunde con él, pues el hecho es que la situación de habla -la lectura de poemas por un lado, el diálogo cotidiano, por otro- no es la misma ni podría serlo. Como es bien sabido, en el período reciente de la poesía española Jaime Gil de Biedma fue un maestro en este tipo de escritura poética y un referente para quienes han optado por esta fórmula. Uno de ellos, Karmelo C. Iribarren (San Sebastián, 1959), con un buen número de libros publicados, de los que el presente, Pequeños incidentes, es una selección, de la cual, por cierto, no se indica si ha corrido a cargo del poeta o del prologuista, Luis García Montero.



En efecto, Iribarren escribe unos poemas en los que se trata de dar cuenta de "la vida, la poesía / de un miércoles cualquiera". Se parte, pues, de que eso que se nombra como "la vida", los acontecimientos, aun nimios, del día a día, lo que pasa en la calle, para decirlo con palabras de Juan de Mairena, contiene su propia poesía. La cuestión es hacerla aflorar en palabras, en versos. Convendrá añadir que tal presupuesto no es menos digno que lo que a veces se nombra como alta poesía o expresiones similares. En último término lo que está en juego, independientemente de los principios poéticos, es que el poema sea eficaz, que sirva de vehículo a la poética que lo sustenta: "aunque no diga nada de interés / lo diga de una forma interesante".



El sujeto de los poemas, que invitan a ser leídos como autobiográficos lo sean o no, es un transeúnte, con un algo del flâneur baudelairiano, que ejerce de notario de la cotidianidad. Gentes vistas en la calle, en bares, gente vulgar con toda la grandeza del término, y bastantes de los personajes conforman una galería de desheredados. Quien habla, por lo demás, no se considera por encima de ellos, sino que se dice "no eres nada, nadie" o menciona su "pequeñez", lo que deja establecida una compasión, una fraternidad entre unos y otro. Al fin "No somos más / que el tiempo que nos queda", lo que remite al tópico del collige, virgo, rosas (en latín "corta las rosas, doncella") del poeta Ausonio.



Con una versificación aparentemente descuidada, pero ese efecto es engañoso, con abundancia de encabalgamientos que entrecortan las frases, con un notable uso de la ironía que basta para justificar muchos de los textos, los poemas de Karmelo C. Iribarren buscan cifrar en ellos emociones, tristeza tantas veces, y el caso es que las capta en lo que dice y las transmite al lector con eficacia.