Vicente Verdú. Foto: A. Elche

Bartleby. Madrid, 2018. 70 páginas, 13 €

Al lector de poesía le habrá sorprendido esta incursión en la lírica del periodista Vicente Verdú (Elche, 1942). Especializado en temas culturales (de la arquitectura al arte), sociales (el matrimonio, los viajes, el tabaquismo) o deportivos (el fútbol), columnista con una amplia bibliografía a sus espaldas, no es, sin embargo, la primera vez que publica un libro de poemas. Ya ocurrió hace casi treinta años, cuando vio la luz Poleo menta. Y de nuevo la palabra "menta" se repite en el título. Según su autor, "el perfume que dejan los días felices". Y no es precisamente la alegría el asunto central de estos versos. Da uno por hecho que para según qué cosas la poesía sigue resultando útil. Porque consuela, aunque admitirlo sea "desconsolador" -"una práctica paliativa"-, pero también porque permite que los pensamientos se anuden a los sentimientos, y viceversa, con una naturalidad y una hondura tal vez vedadas a otros géneros. "La desinhibición en la escritura sólo es posible en poesía", ha dicho.



El caso es que, como a tantos, a Verdú le diagnosticaron un cáncer de pulmón: "los médicos dictaminan males / sobre breves pozos de llanto". Entonces, "el entusiasmo por vivir aumenta y el miedo a morir se multiplica". En esa peligrosa encrucijada está escrito este intenso testimonio donde se da cuenta de lo vivido y se reflexiona sobre el momento definitivo en el que alguien ha de enfrentarse a su verdadera dignidad.



"Sólo se ama de verdad lo que no existe", reza el primer verso, de un poema sin título que sirve de pórtico. El resto va jugando con las tres palabras clave: muerte, amor y menta. "Porque, efectivamente, / el amor sólo sabe turbiamente de sí / y no admite investigación alguna". Más allá, diría, de la pérdida. Sí, estamos ante una larga meditación que es también un tenso diálogo en torno a lo fatal. Ante un lúcido paseo por el amor y la muerte, caras al cabo de la misma existencia. Allí, el miedo, la soledad, el dolor, la culpa, Dios… Y la felicidad de los recuerdos -la familia en Filadelfia-, de "la vida vivida sin temor".



El lenguaje es sobrio pero plástico (Verdú es tampién pintor), con atrevidas imágenes, sugerentes metáforas y juegos de palabras que conviven con cierta tonalidad grave y metafísica. Acaso porque "uno piensa mejor / cuando está solo ante la muerte".