Andrés Trapiello. Foto: Álvaro Valverde

Pre-Textos. Valencia, 2018. 104 páginas. 16 €

Salvo el cuento y el teatro, Andrés Trapiello, leonés del 53, ha cultivado todos los géneros: la novela, el diario, el ensayo, la crítica, el aforismo, la traducción, el artículo, etc. Es, además, editor (en el doble sentido), pero, por encima de todo, poeta, algo que se aprecia a lo largo y ancho de su extensísima obra. "La poesía es lo único que cuenta", ha manifestado.



Sus primeros libros de versos (Junto al agua, Las tradiciones, La vida fácil y El mismo libro) se agruparon en Las tradiciones. Llegaron después Acaso una verdad, Rama desnuda, Un sueño en otro y Segunda oscuridad. De Y explica: "Buena parte de estos poemas se escribieron en una casa situada entre dos caminos. Desde la terraza vemos cómo se juntan allá abajo, frente a nosotros, antes de proseguir su curso formando una y". "Es homenaje a ese solitario rincón del campo extremeño", añade.



Ajeno a vagos hermetismos, Trapiello reúne un puñado de poemas que sus lectores habituales no podrán desligar ni de su larga trayectoria poética ni de su magna serie diarística Salón de pasos perdidos. Allí, la presencia de Las Viñas es central. Aquí, otro tanto. Pero vayamos por partes. De un lado, a la hora de explicar su poética, de tono meditativo (léase "De paso"), conviene echar mano de dos títulos ya mencionados: El mismo libro y Las tradiciones. El primero porque hay una continuidad esencial en toda su trayectoria que da en un libro único, en su doble sentido. El segundo, porque condensa la voluntad de entender la poesía como una suma o mezcla de tradiciones que, al final, son una sola: la verdadera. Él bebe de los clásicos, y no deja de homenajearlos.



Opta por la sencillez y por la cervantina "llaneza", con el propósito de dar a sus poemas la máxima luz y la mínima complejidad, en ese justo punto donde el misterio toma la palabra. La poesía, sostiene, es "el cultivo de la naturalidad". De ahí que su vocabulario esté gastado por el uso, aunque emplee a veces anacronismos, hermosas palabras perdidas acordes a lo que se quiere expresar. Una exactitud que le sirve para nombrar un pájaro o un árbol.



No sería la primera vez que se calificara esta poesía de "agropecuaria". En todo caso, este "capricho extremeño" (título que adoptó para reunir algunas páginas de sus diarios dedicadas a la casa del Pago), universal por principio, le sirve para celebrar un paisaje preciso (por más que viaje en este libro a otros lugares: Fuerteventura, París…) y un amor concreto, por M. Pues "que el amor / es la más dulce y firme / servidumbre de paso". Un amor extensible a su padre y a su madre y, cómo no, a sus hijos. Todos ellos ("ya somos inexpugnables") pueblan esta angosta esquina de la tierra donde un solitario acompañado, digamos, dialoga en la intimidad consigo mismo y con cuanto le rodea. Alguien que al cabo canta, como la oropéndola, en medio de una vida "que va por libre", "labrada entre papeles". La misma que viviría nuevamente.