Andrés Neuman. Foto: Rodrigo Valero
Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) reside en Granada desde sus catorce años. Ha logrado prestigio literario gracias a seis novelas, cuatro volúmenes de cuentos y ocho libros de versos. Ha obtenido tres premios importantes: el de la Crítica, el Alfaguara y el estadounidense Firecracker Award. Unas palabras de Roberto Bolaño avisaron a los lectores: "La literatura del siglo XXI pertenecerá a Neuman y a unos pocos de sus hermanos de sangre".El título del último poemario de Neuman, Vivir de oído, nos recuerda que el autor es hijo de una violinista y de un oboísta. En la primera sección de la obra, "Ese viento obstinado", el poeta menciona a sus antepasados errantes. Cita a sus bisabuelos que huyen entonando oraciones en yiddish. La bisabuela lituana y el abuelo jardinero comparten el espacio de un poema. La figura de la madre surge en dos páginas. Hay un cómputo de desapariciones. El escritor percibe que nos "colmamos de ausentes" y dedica dieciséis líneas emotivas a su amigo Eduardo García, poeta muerto en 2016. Todas estas despedidas dolorosas quedan parcialmente compensadas con unas visitas. En "Penúltima derrota frente al mar del Sur", de versos punzantes y solidarios, Andrés Neuman saluda a supuestos bárbaros: un carpintero, niños con pedruscos, un panadero que hornea hambre, personas con "un diccionario de silencio".
En el segundo apartado, "Ruido de amor", destaca el refinamiento del poema "Retablo con chica corriente". Cada detalle de una joven contemplada por el escritor es descrito con ingenio. La cabeza despeinada, una sandalia o un pie colgante encajan en un resplandor inesperado. Neuman lo resume con los tres versos finales: "Todo eso nos ha reunido aquí, / en cruce accidental, / en esta poca cosa de nosotros". Otros textos transmiten con agudeza la complejidad de las relaciones humanas. A menudo lo hacen con alusiones a animales o a objetos sencillos. La hormiga, los pájaros y el insecto con "zumbido de epigrama" definen nuestras actividades. También las persianas, un clavo y una gota son útiles para descifrarnos. Al mismo tiempo, varias sombras nos acechan. Por ejemplo, el miedo aparece cargado de mochilas escolares. Y la ironía llega con una Sor Juana en camisón que vigila al poeta.
La tercera parte del poemario, "Perro sónico", se inicia con reflexiones sobre la ficción y la mirada. El poeta anota los matices: "Me asomo al patio / y veo / un cuadrante de cielo con sus hebras / de luz, donde se agita / la ropa del desnudo / que llamamos sentido". Después nos dice que el eco, la minúscula voz de las cosas y los chirridos pueden contener tanta equivocación como las frases humanas. Intenta desentrañar los fingimientos. Y de repente el lector recibe una impresión profunda: Andrés Neuman recuerda al poeta argentino José Viñals, su maestro, en un texto emocionante. Al morir Viñals, Neuman acude a dar el pésame. Ve que el difunto había dejado sobre una hoja en blanco la lupa que él le regaló. Una lupa que estaba "aumentado el silencio". Las meditaciones que cierran el volumen tienen elementos de la Naturaleza: una montaña, un viento, una roca, un pez que nada bajo tierra.
Las mujeres sobresalen en varios textos del libro. Siempre son evocadas de manera exquisita. El autor aparta los tópicos al referirse a su madre, se reconoce mejorado por una presencia femenina ("Esa mujer me eleva"), celebra encuentros imprevistos. Entre los poemas de amor incluidos en el segundo apartado de la obra, es admirable la finura de los versos de "Morir en paralelo".
La cuidada edición de Vivir de oído cuenta con la destreza de una colaboradora: Francisca Pageo firma el sugerente collage de la cubierta. Las treinta y seis composiciones de Vivir de oído confirman a Andrés Neuman como uno de los poetas contemporáneos menos previsibles y más clarividentes.
@FJIrazoki
Regreso ligeramente tardío de la hoja
Esta torpe manera de arrastrarcomo una capa el tiempo,
escoba que se lleva
las hojas y las huellas dactilares.
Este medio vivir
en la otra mitad,
su póstumo sigilo
al cruzar una calle y verla sin sujeto.
Cada escenario tiene
su propio darwinismo,
en cada transeúnte va ladrando
la buena compañía de una hipótesis.
Esta insistencia
en retener algún minuto
cuando las hojas vuelvan y yo no.