“La palabra, lo único que nos queda cuando todo lo demás desaparece”, repetía con asiduidad un Adam Zagajewski cuya vida siempre tuvo a la palabra y la memoria que esta evoca como un pilar central. Hoy, que se ha ido el hombre —fallecido esta pasada madrugada a los 75 años en su casa de Cracovia, según informó el diario Gazeta Wyborcza—, nos quedan en efecto sus palabras, versos independientes, combativos, elegíacos y luminosos que nos muestran la importancia de recordar el pasado, como advertencia, pero también la importancia de luchar por construir nuestro futuro.
Gran amante de España, el escritor disfrutaba de visitar nuestro país, un amor correspondido en 2017 con la concesión del Princesa de Asturias de las Letras por una poesía que “confirma el sentido ético de la literatura y cuyos versos inspiran una de las experiencias poéticas más emocionantes de la Europa heredera de Rilke, Milosz y Machado”, decía entonces el jurado. La última vez que Zagajewski estuvo aquí fue en 2019 con motivo de la publicación de Una leve exageración (Acantilado), una autobiografía espiritual e intelectual donde bucea en las pulsiones más profundas de su vida y su obra.
En las páginas de esa obra, quizá la más personal del autor, se mezclan el fatum de exiliado que ha heredado de una familia expulsada de su tierra secular, hoy parte de otro país, y también el peso del silencio que impuso el gris comunismo, todo ello aderezado con reflexiones sobre literatura, arte y música o consideraciones filosóficas que revelaban intacta la capacidad poética de Zagajewski para encontrar, en medio de la multitud cotidiana, un chispazo de verdad que nos hace ver la realidad desde otro ángulo, lo que él llamaba “epifanías”.
La forja de un exiliado
Nacido en Lwów, actual Ucrania, en pleno 1945, Zagajewski es el ejemplo de miles de europeos de los países del Este atravesados consecutivamente por los zarpazos de la guerra, el exilio y el comunismo. Siendo niño, su familia se trasladó a un pueblecito de la Silesia que más tarde pasaría a Polonia, donde se crio. Esos avatares de su más tierna infancia marcarían su vida, su obra, y su forma de entender el mundo. “Muchos de los recuerdos que más siento son los no vividos, los vinculados con esa situación de mi familia y de muchas otras de mi entorno, en el que todo el mundo de las generaciones anteriores decía que pertenecíamos a un lugar distinto, a una especie de paraíso perdido al que algún día volveríamos”, recordaba el poeta en una charla con El Cultural. “Viví mi infancia con este trasfondo de provisionalidad donde la gente pensaba el hoy como algo de paso y habitaba en el ayer idílico”.
Sus versos independientes, combativos y luminosos nos muestran la importancia de recordar el pasado, pero también de luchar por construir el futuro
Sin embargo, el propio Zagajewski, siempre independiente y tan ajeno y contrario al régimen comunista de su juventud como lo ha sido en los últimos años a la ultraderecha polaca, se fraguó también su propio exilio personal. En 1963 se instaló en Cracovia, la capital cultural polaca, en cuya universidad, la célere Jagiellonica, estudió Filosofía y Psicología. Ya en 1970 se unió al grupo de disidentes polacos "Teraz" (Ahora) y comenzó a componer poemas, adscribiéndose a la llamada Generación del 68 o de la Nueva Ola. Cuatro años después escribió junto a Julian Kornhauser el manifiesto Swiat nieprzedstawiony (Un mundo no representado), al tiempo que vertía sus ideas en la revista clandestina Zapis, uno de los principales órganos de la oposición democrática polaca.
Ello le valió entrar en el punto de mira comunista y sufrir la censura. Huyendo de ella, el escritor pasó la década de los 80 en París, previo paso por Berlín. Fue en esas ciudades donde su poesía tomaría nuevos derroteros hasta afirmar que “la literatura, el arte en esencia, consiste en la defensa de la humanidad, y ahí no hay política que valga”. “No fue un cambio de un día para otro”, explicaba en esta revista. “A finales de los 70, cuando estaba muy involucrado en el movimiento político de la oposición, de pronto me di cuenta de que no podía escribir poesía, nada me venía a la mente”, recordaba Zagajewski. “Después, tanto en Berlín como en París aprendí sobre literatura alemana y francesa, y cada vez vi más claramente que la literatura europea, y quizá toda la del mundo, no es una literatura política, sino una literatura humana, que trata esencialmente sobre cómo ser humano”.
En busca de la dignidad humana
Fue en esos años de exilio, que en los noventa le llevaría también a Estados Unidos antes de volver a Polonia en 2002, cuando Zagajewski escribiría lo más nutricio de su obra, que también comprende algunas novelas y varios ensayos, regularmente publicados por Acantilado desde 2004. Poemarios como Tierra del fuego, Deseo, Antenas o el más reciente, Asimetría,y ejemplos de brillante prosa como En defensa del fervor, Solidaridad y soledad y el imprescindible Dos ciudades. También entonces acumularía galardones como el Premio Tucholsky (1985), el Premio de la libertad del PEN Club francés (1987) o el Premio Internacional de literatura Neustadt (2004), por citar los más relevantes.
"Ser poeta no es solo escribir poemas sobre la primavera o el enamoramiento, sino un intento de comprender el mundo en su totalidad", defendía el poeta
Claridad e intensidad, libertad expresiva y temática y tensión lírica, emoción desbordada y fina ironía, son algunas de las constantes que brillan en los poemas del polaco. En ellos sorprende, junto a un vigor expresivo y un aliento lírico que dan una fuerte sensación de verdad y originalidad, la fresca utilización de la cultura, nacida de los viajes o de las lecturas, pero sobre todo de una contemplación fértil a la que no son ajenos los símbolos (los árboles, las ciudades de la memoria, el humo, los distintos paisajes revelados por las estaciones del año).
No obstante, este cambio no alejó a Zagajewski del compromiso. Simplemente, lo que antes era lucha política, se tornó en un compromiso mucho más sutil, el de levantar testimonio de un tiempo duro, ni más ni menos que otros, de su dolor y de sus consolaciones. De esa Europa que le tocó vivir y heredar en la que la cultura parecía la única forma de consciencia y salvación. Al hilo del famoso dicho de Adorno sobre Auschwitz y la poesía, el polaco aducía que “ser poeta no es solo escribir poemas sobre la primavera o el enamoramiento, es más bien un intento de comprender el mundo en su totalidad, no solo de forma fragmentaria, y el Holocausto forma parte de esa totalidad”.
Entra la imaginación y lo real
Algo que no tiene por qué hacerse desde el dramatismo. Cómo él mismo aseguraba, a veces no le gustaba esa asociación constante con la pérdida, el exilio y el desarraigo. "Creo que escribo una poesía alegre y hermosa, que se opone a estos aspectos negativos. Veo la poesía como un forcejeo continuo entre la alegría y la desesperanza”, confesaba. “Incluso el tema del exilio, que para mí se ha acabado, porque ya no soy un poeta exiliado, es ambivalente, porque en él hay ciertos placeres. Pero yo no escribo para aliviar la tristeza o el exilio, escribo para sentir algo positivo, y mi intención es crear sentimientos positivos”.
Zagajewski mantuvo un compromiso sutil, el de levantar testimonio de esa Europa que le tocó vivir y heredar, en la que la cultura parecía la única forma de salvación
“La poesía de Zagajewski, como la de su maestro Milosz, inaugura una nueva celebración: una que lleva dentro todo el dolor del mundo y aun así está decidida a emplear su último aliento en cantar”, aseguraba en estas páginas Martín López-Vega, uno de los primeros en traer al poeta a España con una antología de Poemas escogidos publicada en 2005 por Pre-Textos. Al hilo del Princesa de Asturias, el también poeta afirmaba que “premiando a Zagajewski, el jurado ha alabado al mundo herido, recordándonos una de las funciones esenciales de la poesía; ser acicate y consolación, memoria proyectada hacia el futuro, informe de la realidad escrito con esa lógica de la que sólo es capaz la poesía”.
Es por ello, que la poesía era para el escritor la meta más alta posible, aquello que “nos eleva por encima de la red trivial de circunstancias, que son nuestro pan de cada día y nuestra cárcel”. En este sentido, explicaba a El Cultural que, en su opinión, la poesía surge en un lugar difuso entre la imaginación o en el mundo real, “en esta tensión constante entre una vida ideal que no existe y una vida real que está repleta de rutina. Deben combinarse, porque escribir únicamente sobre una vida que no existe corre el riesgo de convertirse simplemente en retórica, así que es necesario que la vida real nos fuerce a ver las cosas como son”.
Y desde luego, aun apoyándose en el pasado como forma sólida de aprender y enraizarnos, mira hacia el inexorable futuro. “Yo no vivo solamente inmerso en el gótico, creo que este museo imaginario hoy en día nos lo permiten las nuevas tecnologías y existe dentro de cada uno de nosotros, pero delante tenemos un futuro que desconocemos. Lo más importante es ese futuro misterioso, y miramos hacia atrás, hacia los genios del pasado, porque necesitamos armarnos para enfrentarnos a él”.