El poeta Orlando Mondragón (Guerrero, México, 1993) ha ganado el XXXIV Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe, dotado con 25.000 euros, por su libro Cuadernos de patología humana, que será editado por la editorial Visor. Con 28 años, Mondragón es el ganador más joven en la historia del premio. Al tratarse de un libro escrito por un menor de 33 años, siguiendo las bases de la convocatoria, este año no se contempla un Premio a la Creación Joven.
Mondragón es médico cirujano por la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco y compagina el ejercicio de su profesión con la poesía. La obra con la que ha ganado el Premio Loewe refleja esta circunstancia, ya que en él vuelca sus experiencias como médico en la unidad de urgencias de un hospital. En palabras de Margo Glantz, miembro del jurado, se trata de “un manual de procedimientos hospitalarios” que “se convierte en un poemario de una extraña belleza y magnífica factura”. El poeta “recorre una a una las distintas salas donde lo espera la muerte y, si no fuera melodramático, diría que en este poemario la muerte es bella”. Una muerte que tiene una presencia constante y que a Glantz ha hecho acordarse de aquellos versos finales del famoso soneto de Quevedo: “Y no hallé cosa en que poner los ojos que no fuese recuerdo de la muerte”.
El poeta y miembro del jurado Luis Antonio de Villena ha señalado que es el único de ellos que conoce personalmente al escritor galardonado, que hasta ahora era autor de un único poemario publicado, Epicedio del padre (2017), donde el joven poeta abordó la relación con su padre moribundo, a quien cuidó y por quien sentía amor y compasión a pesar de que él nunca aceptó la homosexualidad de su hijo. El libro “tuvo mucho éxito” y él es un poeta “no popular en sentido amplio pero dentro del mundo de la poesía mexicana había mucho interés en lo que hiciera porque es considerado un poeta con mucho porvenir”, ha explicado Villena. En este nuevo poemario, Mondragón emplea “un tipo de poesía muy sencilla, al mismo tiempo fría, porque tiene que tener una mirada distante ante un tema tan candente, duro y en cierto sentido desagradable. Hacer un poema de eso es muy difícil; tiene que haber un calor interior que compense la frialdad exterior y esa aparente lejanía primera”.
El jurado ha estado presidido por Víctor García de la Concha y compuesto por Gioconda Belli, Antonio Colinas, Aurora Egido, Margo Glantz, Juan Antonio González Iglesias, Carme Riera, Jaime Siles, Luis Antonio de Villena y Diego Doncel, ganador de la anterior convocatoria.
De arriba abajo y de izda a dcha: Diego Doncel, Aurora Egido, Jaime Siles, Sheila Loewe, Chus Visor, Carme Riera, Juan Antonio González-Iglesias, Luis Antonio de Villena, Margo Glantz, Víctor García de la Concha, Gioconda Belli y Antonio Colinas. Foto: Fundación Loewe
Por primera vez en la historia del premio, los poetas han podido presentar sus poemarios en formato digital; se han presentado un total de 2.773 participantes de 42 países, lo que supone un incremento del 172% respecto a la convocatoria anterior y el número más alto de poemarios presentados en los 34 años de historia del Premio. Un 55% procede de Hispanoamérica, siendo Argentina, México y Colombia, en este orden, los países con mayor índice de participación. En España, las provincias con mayor número de obras presentadas son Madrid, Barcelona, Valencia y Sevilla. Un 19% son menores de 33 años. 35 obras han quedado finalistas.
Poemas de Cuadernos de patología humana
Orlando Mondragón recita "I", de su libro Cuadernos de patología humana
I
Le tomo la mano a mi enfermo
para saber que sigo vivo.
Ha muerto unos instantes
después de que mis manos
buscaran despertar su sangre.
Oscuras turbulencias
revolvían su pecho.
Su vida coagulada
detenía el oxígeno.
No funcionó.
Su corazón ya no podía hablar,
tartamudeaba.
Dentro de las costillas
un ritmo incompatible, atropellado,
un código sin traducción.
Le tomo la mano a mi enfermo
sin que los otros miren.
El monitor de pulso
sigue chillando con su alarma.
Una enfermera lo apaga. Silencio.
SUTURAS
LA VIDA inicia en rojo. La oscuridad abriendo su acueducto. El líquido amniótico se derrama entre las piernas y el útero empuja al nuevo ser. La vida comienza con ese exilio. Tomas al bebé en tus manos. Está sucio. Tus guantes se manchan con la sangre de la madre. Luego de los gritos, un breve silencio. Aunque puede ser largo. Puede durar toda la vida, el silencio. Callarnos antes de poder llorar a todo pulmón.
XV
Su nieta la encontró en el baño,
sentada en su propia oscuridad.
La sombra de su mente
le ha desordenado las palabras.
¿Dónde soy? ¿quién estoy?
Preguntas que se hacen
cada vez más urgentes.
Con tijeras le quitamos la ropa.
Ella cubre su vulva con las manos.
Su intimidad cae a gajos,
a rasgaduras.
Ella dice que no, pero es preciso.
No, no, repite.
Recaudamos signos y hematomas. No.
Le quitamos las manos. No.
La despojamos de todo. No.
Grita.
Ella no sabe dónde está.
Pero sí quiénes somos
nosotros, los enfermos.