Recursos
El sobresalto fuera del poema y dentro del poema, apenas aire contenido.
Leer y releer una frase, una palabra, un rostro. Los rostros, sobre todo.
Repasar, pesar bien lo que callan.
Como no estás a salvo de nada, intenta ser tú mismo la salvación de algo.
Caminar despacio, a ver si, tentado el tiempo, hace lo mismo.
La gran pregunta
¿Qué hacer? ¿Abrir al mar la estancia de la muerte?
¿O enterrarse entre piedras que encierran amonitas fantasmas
y prueban que fue agua este humano desierto?
Renuente
Después de los ochenta, rechazarás
el azafrán y el chile, desde siempre
las innobles sandías, las mentiras
del arte del falsario.
Dejarán de angustiarte
las teorías estéticas,
la maldad del azúcar,
el ego, las historias
que la gente se inventa
para alegrar el suyo,
la inabarcable gira
de ajenas cacerías.
Mira las piedras y las hojas,
umbrales de la paz,
sin olvidar que
sobre el descuido
alguien aguarda tu caída inerte.
Elefante del hoy
La memoria su leve tela teje,
segura de aferrarse a puntos firmes;
araña sabia en vientos y en estorbos,
avanza aupada en rostros intocables,
arrastra ajenas puertas, monumentos:
una iglesia que padeció un temblor
y el fuego al fin cubrió de gasas negras;
escaleras y calles y paisajes;
un lago en que descansan migraciones,
por unos breves días coincidentes,
que apacibles comieron de mi mano,
migratoria también y sola entonces.
Pero lo aun precioso será olvido,
ya lo sabemos, la memoria y yo,
aunque intentemos seguir adelante
con el dibujo, regresar al puente
aquél y ver, otra fascinación,
cómo, entretejido al agua, el hielo
crece como una balsa quebradiza.
Y brujos tulipanes amarillos,
lejos de sus beguinas aparecen
sumados a las calles con cigüeñas
de Alcalá de Henares o de Ávila.
La memoria hacendosa pone en orden
los hilos, pero a veces algo falla
y el desabrido elefante del hoy
irrumpe a destrozar como en la selva
las ramas y se desgarra la trama
de la seda. Recuerda el obediente,
al sujetar su fe, soldado en lucha
contra su propio sueño, que hay olvido.
E intenta proteger de destrucciones,
con gratitud, aquello que no es suyo.
¿Quizás?
¿Alguien un día reconstruirá las líneas
sumidas en el lodo de una historia grotesca
que chapotea en un vacío inmenso?
¿O ya no habrá esperanzas que recomiencen nada,
con ilusión levanten árboles interiores,
con raíz y follaje y pájaros eternos?
Repaso
Tenaz en su reposo confirmado
el cadáver del año parecía
dispuesto a no moverse de aquel lado
donde la noche estaba menos fría.
Noche que ahora me llega como día,
cuando el día no sabe que es de noche:
viéndome periclitar sin un reproche
sobre papeles que el cansancio enfría.
Entonces, pongo punto y me corrijo,
dejo caer un lado de la trama
y el ángulo mejor del lecho elijo.
Ahora la oscuridad trae su drama:
variados escenarios donde clama
—y donde caben todos los desvíos—
el pobre yo privado de sus bríos
pero cercano siempre de su llama.
Los sueños, cuyos jugos exprimía
la ansiosa sed de los primeros años,
capaz de buscar agua en la sequía,
no los borraron ni los desengaños
y al pasado se van por aledaños.
Traicionados por su lenta agonía,
éste lo ven como el más breve día
que escapó al fin de los nocturnos daños.
Perdí aquellos rostros, tan queridos
que acompañaron fieles cada paso,
en momentos ya altos, ya vencidos,
al llegar la alegría o el fracaso.
Almas amigas, bebí de su vaso,
sabían decir lo claro de lo oscuro,
como inventar la puerta en cualquier muro,
como filtrar el mal en su cedazo.
Ahora la ruta está casi vacía:
será una noche sin más fin que el día,
y no amaneceré con la sonrisa
de pedir una tregua a tanta prisa.
Pero te tuve a ti, mi alma distinta,
volviendo plata la más negra tinta.
Prudencias
no tiendas a pensar, como Isidoro,
que la «Etimología» abarca todo,
ni afirmes, como Hegel, que la China
es, aunque majestuosa, una ruina.
Ten en cuenta que hay soles, muchos soles.
No proclames errores, no te inmoles.
¿Despacio por las piedras? Yo diría:
rápido por la arena o te hundirías.
Algo cayó sin ruido: fue la tarde,
el maltratado amor, lo que no arde.