En uno de sus ensayos Julio César Galán (Cáceres, 1978) ha escrito que “Hay que decir que la monotonía literaria o las voces medias convierten la tradición en traición, en servidumbre y, finalmente, en epigonalidad”, a lo que se debe añadir que su poesía, ya publicada con su nombre, ya con sus varios heterónimos –y ello habla de un yo no monolítico, sino disperso en voces de “otros”– no tiene nada de monótona, nada de esas “voces medias”, nada, por tanto, de traición.
Situarse como poeta en esa posición implica un riesgo, el de la incomprensión cuando no el rechazo más absoluto. Esa sería la peor de las respuestas a una escritura que se cuestiona a sí misma a cada paso, que pone en cuestión incluso la legibilidad al imprimir algunos pasajes en letras casi desvanecidas, otros con una raya que tacha las palabras aunque permite que se lean (¿lectura de lo tachado?), al poner en jaque la linealidad y unidad textual al señalar ciertos versos con rótulos como, entre otros, “Subtexto”, “Contrapoema”, “Lectura conjeturada” o “Reescritura”, además de algunos signos heterodoxos ya usados en otros de sus libros.
Detrás de todo esto, o como objetivo, está la idea del libro siempre inacabado, el cuestionamiento de la escritura poética, de la lectura y en último extremo el sistema literario: “La Literatura: una mentira más”.
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Pese a todo ello, hay una fe en el decir –“Las sílabas como residencias del alma”– y lo que suena místico convive con lo político –“Nuestro mejor psicópata es nuestro Presidente”–, con la experiencia del hijo que “nos hace revisar / nuestro primer lenguaje”, y con la presencia recurrente de la naturaleza, el mar, flores, las nubes, lo real, lo irreal, el estar, irse, el ser.
Si se lee “el libro ha muerto”, en este revive otro libro posible, otra forma posible de poesía, esto, poético en verdad, que Galán ha bautizado como “poesía especular”. Si se lee “Cada vez más sin patria”, la escritura de Galán es a cada paso un crecimiento de una patria poética, una patria de “errar en los significantes”, en la que “ya no existen / los límites para el lenguaje” y en la que las extralimitaciones son un decir poético radical.