La tía Elvira nació con el siglo XX. Los años jóvenes de esta mujer de mundo, atrevida, narcisista y hedonista, transcurrieron durante la Europa de entreguerras y la España franquista. A pesar del complicado momento histórico y de la represión que conlleva toda dictadura su vida fue, cuanto menos, poco convencional. Disfrutó de viajes emocionantes, tuvo el coraje de lanzarse más de una vez a la aventura, defendió sus ideas aunque ello le llevara a enfrentarse con su familia y emprendió negocios basándose menos en la rentabilidad que en la consecución de sus sueños. Con tres matrimonios a sus espaldas (el primero producto de un amor que se truncó, el segundo breve y por compromiso y el tercero con un atractivo argentino encantador llamado Helio que cautivaba a todo el que tuviera el placer de conocerle), no cabe duda de que Elvira fue todo un personaje.
Así la recuerda su sobrina muchos años después, durante el verano de 2014, mientras hace memoria de su infancia junto a su hermana y su primo. Los tres niños fueron testigos de excepción de las vivencias de tía Elvira, una mujer única para la que no existieron barreras ni fronteras. Mientras los pequeños, representantes de la nueva generación que había nacido para romper con un pasado político y sociológico caduco, crecían mirando al pasado para hacer posible el cambio que estaba destinado a llegar de forma imparable.
Un nuevo libro de Álvaro Pombo (Santander, 1939) es siempre noticia por la singularidad de su literatura. Y es noticia especialmente porque el autor cántabro regresa en Un gran mundo a uno de sus espacios más queridos y fructíferos: el universo femenino, un tema que le granjeó, de la mano de su exquisita capacidad para la introspección psicológica, alguno de los mejores títulos de su producción. Entre ellos, sin duda, Donde las mujeres (1996), uno de sus libros más celebrados que integra la cumbre de su siempre cuidada narrativa.
El tiempo dirá si el regreso al universo femenino de Un gran mundo está realmente a la altura de Donde las mujeres, pero sí se puede afirmar ya que Pombo conserva intacto su poder de seducción, su magnífico torrente de reflexión filosófica -perfectamente mezclada con los recuerdos y las afirmaciones más pegadas a lo cotidiano-, su indisociable estilo y su facilidad para crear personajes deslumbrantes y cautivadores. La escritura de Pombo, alcance o no su cima, siempre compensa por su sensibilidad e inteligencia.