Imre-Kertész

Imre-Kertész

Primeros capítulos

Kertész, última posada

25 marzo, 2016 01:00

“Un hombre de buen gusto no vive ya a mi edad”, escribe Imre Kertész (Budapest, 1929) al final de 'La última posada' (Acantilado), considerado por él mismo la “culminación” de su obra. Son los diarios (2001-2009) de un hombre enfermo, de vuelta, lúcido y sombrío al mismo tiempo. Un hombre que adivina ya el final, y lo cuenta. El Cultural ofrece en exclusiva fragmentos de “la vida secreta y verdadera” del Premio Nobel húngaro, en donde habla sin trabas de la enfermedad y la muerte, de la escritura y la vida, de totalitarismo y libertad.

Fragmentos de La última posada

El verboso ensayo de Kundera sobre la novela. Todos los tópicos conocidos, pero con la elocuencia francesa, lo cual atenúa un poco su incapacidad.

¿De quién aprendí más? Creo que de Thomas Mann (la audacia y la postura del escritor, la diligencia y la dignidad, y para no olvidarlo: la cultura), así como de Camus (el aferrarse de manera implacable a un solo tema como única posibilidad). Desde entonces apenas leo a ninguno de los dos. Dicho sea de paso, Stendhal era moderno. “Todo arte es arte nuevo”.

Sigo con Kafka. ¿Es un mártir o simplemente un torpe? Un escritor genial, aunque no confía en lo que escribe. Una enorme conciencia de sí mismo, pero una modestia que lo destroza. Las mujeres lo adoran, pero él se enreda en amores desdichados en los que, en vez de satisfacción, sólo encuentra humillación. Disfruta de la vida y hasta podría ser definido como un hedonista, pero lleva una vida ascética. Una naturaleza solitaria, pero insiste en su deseo de contraer matrimonio. Hace gimnasia, trabaja en una jardinería por su salud, duerme con la ventana abierta en invierno, camina, nada, pero sufre una enfermedad mortal y muere prematuramente. Un destino estremecedor, y uno piensa en Goethe para hallar consuelo. Aunque a Goethe también le tocó una buena dosis de desdicha, supo “aprovechar mejor” sus sufrimientos. Da igual. La figura de Kafka, quizá más que sus escritos, nos atormentará eternamente, y no sé si no será ése su verdadero legado.

Brecht era, si se me permite decirlo, un pensador superficial y un escritor mediocre. En su adolescencia, en una hermosa y melancólica tarde de verano, creyó que lejos de ahí, en el gran mundo, se libraba una guerra, muchas personas pasaban hambre, muchas estaban enfermas, alguien moría en ese preciso instante, etcétera. Pensamientos auténticamente patológicos. En esa tarde de verano que describe, los muchachos suelen pensar en la desesperanza del amor y, movidos por su riqueza afectiva, por esa enorme y superflua propiedad, hasta rompen a llorar. O tienen visiones de la vida e incluso de la suya propia, que de pronto se ilumina ante ellos, y ellos la miran deslumbrados como cuando uno mira el sol. Él, sin embargo, piensa en la injusticia social, y pensar en eso es, desde la Revolución francesa, la enfermedad del hombre.

El deseo de la justicia social ha creado las injusticias sociales más graves en el mundo, y la ocupación en el destino del otro —descuidando la existencia propia— ha llevado a los asesinatos en masa más espantosos.

Una atmósfera asesina en europa

En un ataque de locura, Celan se abalanzó sobre su vecino en París, convencido de que éste había hecho daño a su hijo. Cuando lo llevaron a la policía, gritaba: “¡Soy francés! ¡Soy francés!”. Pero sólo era un judío. Aun así, no le hicieron nada. Lo ingresaron en una clínica psiquiátrica.

¿Cómo es posible que hasta ahora no me haya vuelto loco? ¿O estoy loco?

Hay que tomarse en serio el antisemitismo.El vertiginoso montaje del chivo expiatorio en toda su pompa. Israel se convirtió enseguida en causa del atentado terrorista contra Nueva York. Los judíos son la causa de Israel. Los judíos están construyendo un Auschwitz para los árabes. En Europa se organizan manifestaciones a favor de los palestinos. Su consigna: que Israel desaparezca de la tierra. Los muchos judíos internacionales que se vuelven furiosos y arrojan espumarajos contra Israel con el fin de escabullirse del odio que se les ha tomado a los judíos. Los personajes habituales: el Kapo y el Vorarbeiter o capataz.Yo no tengo dudas de que no habrá descanso hasta que no se haya exterminado a todos los judíos. Casi siento curiosidad por saber qué se inventará después de Auschwitz.

¿Qué es el antisemitismo? Un entretenimiento de almas sucias que degenera en asesinato (...). Mucho me temo que la atmósfera asesina de Europa acabará barriendo a Israel.

"El deseo de justicia social ha creado las injusticias sociales más graves en el mundo"

Había que sobrevivir a los nazis. En la época del bolchevismo no podía concebirse ninguna esperanza de sobrevivirlo; el sistema no parecía de esos que algún día acaban. Sin embargo, nunca acepté su existencia. No me acomodé a su mundo ideológico, no hablé su lengua, no me adapté a eso que se llama una vida normal: no fundé una familia ni me creé, por así decirlo, una base real para la existencia. Ahora vivo por primera vez en un mundo que puede calificarse de real, de verdadero. ¿Cómo es? Igualmente absurdo,pero al menos su absurdidad es verdadera.

Yo escribo sobre Auschwitz, y a mí no me llevaron a Auschwitz para que me dieran el Premio Nobel, sino para matarme; todo cuanto me ha ocurrido más allá de eso es mera anécdota.

"Yo sigo sin entender nada"

Interpretar de alguna manera el premio Nobel. Creo que la decisión de la Academia sueca demuestra una gran valentía. Lo has obtenido porque… la justificación no importa. Lo ha obtenido un escritor culto, sin duda capaz, solitario, sin patria ni protección, que no ha recibido ningún apoyo “oficial”, que no dispone de ningún lobby, que no sabe inglés y que ve muy negro el mundo. Pero lo ve. La Academia ha votado por unos valores frágiles, y resulta asombroso y unánime el cariño con que se ha acogido la decisión.
Yo sigo sin entender nada. Llevo dos días dedicado única y exclusivamente a dar entrevistas; me comporto como si lo hubiera hecho siempre.

Recuperarme de los daños que me ha causado el premio Nobel como si nada hubiera ocurrido. La popularidad repugnante, ridícula y agresiva después de que durante décadas en Hungría ni siquiera se supiera que existía. (Aparte de las autoridades policiales).

Una depresión que dura ya semanas. Vivo fuera de mi novela. Cenas y reuniones con extraños. Gran parte de mi vida es una pérdida de tiempo sin sentido que percibo profundamente. No consigo escapar. Mi debilidad frente a M. Las humillaciones físicas de la vejez. La vejez -nunca lo había pensado- empieza de golpe. De un día para otro, casi de un instante a otro. De repente cambia tu postura corporal y no puedes evitarlo. De repente sientes unas ganas tremendas de orinar, como una suerte de ataque, y tienes que resolverlo en cuestión de minutos porque de lo contrario mojas de manera humillante la ropa interior. El golpe más grande es la impotencia, cuando todavía no has perdido, en absoluto, el interés por las mujeres.

Lo que hoy en día presentan como democracia poco tiene que ver con la res publica; más bien lo llamaría democracia del libre mercado.

Con cierta autodisciplina, una forma de vida bastante agradable, pero acabará pronto, puesto que se encamina de manera descarada hacia la centralización, hacia la concentración del dinero y del poder; y entonces se habrán acabado tanto la autodisciplina como la vida agradable.

¿No nos aguarda un fascismo discreto, con abundante parafernalia biológica, supresión total de las libertades y relativo bienestar económico?

"La democracia poco tiene hoy de res publica"

En cuanto a mi pertenencia literaria, habrá que fijar algunos hechos para no caer en el error. No formo parte de la literatura húngara ni podré formar parte de ella jamás. Pertenezco,de hecho, a esa literatura judía surgida en Europa del Este que en la monarquía y luego en los Estados sucesores se escribió sobre todo en alemán, nunca en la lengua del entorno nacional, y que nunca formó parte de las literaturas nacionales.

La asombrosa barbarie

El aristócrata: considera divina la música y un sirviente al compositor.
La democracia: olvida al compositor y diviniza al intérprete.
La democracia tardía: considera antidemocrático el talento.

Copenhague: tres días. La gran ruina europea. Bello enemigo, feo amigo. Los extranjeros a los que se ha dejado entrar en la época liberal se han convertido hoy en una carga; por tanto, se ha virado a la derecha y ahora se confía en que, por así decirlo, se establezca el orden, esto es, que se limite la democracia. Enorme confusión e inseguridad; el terror ha intimidado a Europa, y Europa se postra ante el terror como una puta barata ante su proxeneta pendenciero.

Ayer, la televisión. Es asombrosa la dimensión de la barbarie, que crece día tras día; resulta imposible seguirla. Ya no entiendo ni su lengua. Mientras, siendo escritor, me devano los sesos pensando en cuestiones de estilo. Pero ¿por qué no? Al fin y al cabo, podría ser alpinista. ¿Tiene acaso más sentido escalar una cumbre y clavar allí una bandera? Tanto lo uno como lo otro son logros deportivos. Todavía se valoran los logros deportivos; podría decirse que sólo éstos. Escribir como si hiciera deporte. Todo esto es ridículo, mi vida es triste y ridícula.

Óbito

Un hombre de buen gusto no vive ya a mi edad.
La historia natural de la destrucción. Escribirla con frialdad,
casi con regocijo por el mal ajeno, como testigo de uno mismo.

¿Recoger los restos de mi existencia espiritual? ¿Conformarme
con seguir viviendo? ¡Vaya arrogancia!... ¿Reconocer cómo le
cambia la cara a la gente cuando me mira? ¿Vivir en el destierro?
¿Vivir con la vergüenza de la existencia? Es más: ¿implorar
seguir viviendo?

He conseguido todo aquello a lo que he aspirado en la vida, y
este exitoso cumplimiento demuestra ahora que yo aspiraba a
mi propia destrucción.

Siempre he tenido una vida secreta, y siempre ha sido la verdadera.

De viaje por España

No era su primera vez en España, pero aquel viaje, llevando, como decía él, “la marca Kertész por el mundo”, le resultó “absurdo” y “agotador”. Julio de 2002. Apenas tres meses antes de que le dieran el Nobel, Imre Kertész pasó cinco días en nuestro país. El motivo fue un congreso sobre Europa central que organizaba la Asociación de Periodistas Europeos en San Sebastián. Se alterna en su retina el “verde atlántico” de la capital guipuzcoana, “la elegancia de la arquitectura y el incomparable orgullo de los edificios que hacen esquina”, con “el paisaje amarillo y quemado de Madrid”, en cuyas “callejuelas”, dice, le asalta “el olor a muerte y a erotismo barato”. “Y aun así, todo resulta seductor, una pasión incandescente, un abrazo mortífero. Aquí podemos perdernos mientras oímos las sigilosas carreras de las ratas”. El congreso, y una reciente lectura de los ensayos de Jean Améry, hacen reflexionar a Kertész sobre el que ha sido, afirma, el único tema de su escritura: Auschwitz, “la tragedia judía”. Alguien lo llama por teléfono mientras tomá café en una terraza de San Sebastián. “Me entero de que un publicista judío de izquierdas me ha atacado por mi artículo ‘Jerusalén, Jerusalén' publicado en Die Zeit. (...) El judío de izquierdas, ese bicho pequeño y huidizo, me muerde una y otra vez en el tobillo, furioso porque le recuerdo adónde pertenece. Desea instalarse en el mundo y en la vida como un intelectual lleno de confianza e incluso conformista, y he aquí que al recordarle su situación lo perturbo; y nunca me lo perdona”.

En 2004 el escritor regresa a un Madrid cambiado, recién sacudido por los atentados del 11-M. Venía para presentar Liquidación, publicada entonces por Alfaguara y Círculo de Lectores, y el único de sus libros que no está disponible en Acantilado. Su mujer, ya muy enferma, lo acompaña. Esta vez habla, a su regreso, de la “grandeza” de Madrid, “cuya pompa imperial contrasta tan agradablemente con la pompa mezquina de las ciudades imperiales en Europa central y del Este. Viaja a Barcelona. “M. y yo decidimos oponernos tenazmente en el futuro a todas las invitaciones de este tipo”, escribe. Todo cambia durante su paseo por los jardines de Gaudí, junto a Vallcorba, de quien destaca “su personalidad fragil y conmovedora”.