Opinión

Habernas, JRJ, Norma Duval

13 septiembre, 2000 02:00

Al Tercer Milenio pasarán Borges o el pensamiento light, Heidegger o el pensamiento grave, existencial. Heidegger es toda una literatura y lo que más hechiza del pensador y del poeta es la palabra. Tan, tan, el lector llama a la puerta: “Venga, diga los españoles, hombre”.

Lunes

Primer libro de la temporada, tras las lecturas libérrimas del verano: Perfiles filosófico-políticos, de Habermas, que reedita Taurus. Habermas dedica su primer y más importante ensayo al nazismo de Heidegger, tema que tiene mucho morbo y actualidad, pues se trata de quemar en la hoguera al filósofo más importante -y más actual- del siglo.

Esto, por lo que se refiere a Alemania. Por lo que se refiere a Francia, Henri-Levy ya hizo, en Las aventuras de la libertad, un ahondado repaso de los pecados fascistas de los grandes escritores y pensadores del medio siglo corrido. En España falta ese libro y uno tiene la tentación de escribirlo, pero habría que esperar a que se murieran los últimos para titularlo, a la francesa, “los cadáveres exquisitos”.

Nos quedamos, pues, en Heidegger, de quien sólo cabe decir, a la postre, que vivió la tentación fascista como casi todos los demás. Y la justificó, a favor y en contra, mediante las ideas y el lenguaje que le sobraban por todas partes. En esto del fascismo fue un hombre de su tiempo. Y sigue siendo el más leído porque era el más fascinante y misterioso. En una conferencia en El Escorial, este verano, he dicho que al Tercer Milenio pasarán Borges o el pensamiento light, Heidegger o el pensamiento grave, existencial. Heidegger es toda una literatura y lo que más hechiza del pensador y del poeta es la palabra. Tan, tan, el lector llama a la puerta: “Venga, diga los españoles, hombre”. “Dios le ampare, hermano”.

Miércoles

Norma Duval, muy vista este verano, es la buenez en estado puro. Ni un concepto, ni una idea, ni un rasgo, ni una gracia, ni un problema ni una duda ni nada. Norma es como la poesía pura, como la pintura abstracta. Norma es el Paul Valéry de la buenez, el Pollock de la macicez. No dice cosas, o si las dice da igual. Está tan llena de sí misma, suculenta hasta el cerebro, que no le queda sitio para pensar, saber, conversar, aprender.

En cierto modo, Norma es perfecta en lo suyo, y no como esas folklóricas que además pretenden haber leído a Susan Sontag, o esas actrices que interpretan a los griegos convencidas de que eran igual que los romanos. La Duval no se plantea esas cosas, no pretende ser intelectuala, y cuando va a un mitin o copa de la derecha lo hace de buena fe, convencida de que todos somos de derechas, salvo cuatro rojos que quieren matar a Franco (ella no pasó del rollo de Franco).

Norma, vista con amistad y cariño, como yo la veo, está llena de sí como Kant lleno de razón, como Mahler lleno de música, como Sartre lleno de existencia, como Viola lleno de Greco. Norma es una mónada que le salió a Leibniz un poco gorda.

Viernes

Segundo libro de la temporada: Moguer de JRJ. El poeta español más grande del siglo sigue siendo el peor editado. En provincia siguen haciendo los libros en couché. Es irritante como un cuchillo rascando un plato. Moguer no es sino una reunión de escritos inéditos sobre su pueblo, el del poeta que lo inmortalizó, más una serie de Plateros publicados o inéditos. Da igual, pues que Platero es la máxima creación poética de Juan Ramón, aunque los tremendistas de hoy le llamen “burro marica”.

En aquel Juan Ramón primero -1909/14 y por ahí- era mejor la prosa que el verso. Por eso le salió tal libro. En cualquier caso, JRJ pone en prosa el Modernismo, cosa que no había intentado nadie (en otro tono, Valle Inclán). Ya la tarea es hermosísima. De vuelta del Juan Ramón penúltimo, cuando sabemos -Espacio- que es superior a Eliot, podemos permitirnos el relajo de leer esta prosa ya sabia, ya riquísima, a veces excesiva, siempre llena de hallazgos, y de un localismo estilizado y único. En el JRJ tardío aprendimos a pensar poéticamente. En el JRJ primerizo -cuando el Madrid Cómico le llamaba “Juanito Jiménez”-, aprendimos a sentir. Y a escribir.

Cuenta en Moguer que en su pueblo pusieron una placa “al alférez Jiménez”, un sobrino suyo. Y por fin una calle a él (el franquismo), pero en seguida se la quitaron. “Por ambas cosas les estoy muy agradecido”.