Image: Por el camino de Umbral

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Opinión

Éxito y fracaso de Luis Fernández "Jauja"

4 octubre, 2000 02:00

Ilustración de Grau Santos

Luis Fernández, “Jauja”, allá por los primeros cuarenta, estrenó una obra en Madrid de mucho mérito: Familia honorable no encuentra piso. Fue un éxito que se medía por meses. Luis Fernández, “Jauja”, se creía redimido para siempre de la provincia, de su empleo burocrático, y lanzado a la gloria de Madrid, aquel Madrid de Manolete y Celia Gámez, de los fascistas y las paellas de Camorra.

De modo que Luis Fernández, “Jauja”, estaba todos los mediodías, al salir de la oficina, presidiendo una tertulia de pie en un céntrico bar, y explicándoles a Culo Rosa y otros perplejos:

-En mi próxima obra yo pongo un ciclorama de fondo, como Tamayo, y...

(Nadie sabía lo que era un ciclorama, ni se hubiera atrevido a preguntarlo). Pero su próxima obra, Los maridos engañan después del fútbol, fue un fracaso jardielesco, así como jardielesco había sido el éxito de la primera. Después de la guerra hubo mucho Jardiel en la escena española. Como decían los rojos, “Jardiel es el que les pone bicarbonato a los burgueses de la Victoria para que hagan bien la digestión franquista de sus crímenes”. Un poco enredada la greguería. Ramón la habría hecho más limpia y eficaz, pero Ramón estaba en Buenos Aires, parado en las esquinas, “esperando su cáncer”, como él decía.

Luis Fernández, “Jauja”, fue para mí un ejemplo de cómo un primer éxito precoz puede ser negativo. Uno ha preferido siempre el pasito a paso

Luis Fernández, “Jauja”, era grande y moreno en pálido, sonriente en triunfador, con sospechas de baja, y llevaba siempre muchas bufandas anudadas al cuello, como los directores de cine y teatro, pues “Jauja”, además de autor, quería ser en Madrid director de sus propias comedias:

-Como Jardiel- decía.

Eso, como Jardiel, que ya había muerto de cáncer y de tigres hacía unos años. Fernando Fernán-Gómez sostenía que a su maestro Jardiel no le había matado el cáncer sino el fracaso. Yo a Fernando nunca le llevo la contraria, que emparejamos muy bien en las cenas, ambos con nuestra medalla Premio Príncipe de Asturias en el ojal. Luis Fernández, “Jauja”, todavía explotó durante unos años su primer éxito en Madrid, pero la cosa se iba olvidando, se iba callando, él no encontraba su camino de vuelta glorioso y, como siempre pasa en estos casos, le nació verdín del resentimiento. Un día me dijo, al llegar a la tertulia:

-Claro, tú ya vendrás, como siempre, de leer a tu Juan Ramón con sus diarreas y sus flatos.

Sólo se consuela uno del fracaso degradando al diarreico y flatulento, al triunfador. Incluso los triunfadores, a veces, se divierten haciendo mala literatura de los dulces y caquéxicos fracasados. El ser humano se alimenta del ser humano. El hombre es lobo para el hombre, según los clásicos, pero un lobo alimenticio como un cerdo. Luis Fernández, “Jauja”, salvaba con su buen/mal humor el fracaso de su carrera, una gloria fugaz entre Jardiel y don Adolfo Torrado.

Por fin, Luis Fernández, “Jauja”, renunció a Madrid, aunque otros de su diócesis emprendieron la aventura, como el cómico Laguna y el orteguiano Culo Rosa, que ha inaugurado esta serie. Luis Fernández, conocido por “Jauja”, hizo correr la especie de que había heredado un fortunón de unas tías suyas, y solterón como era, dejó la oficina y empezó a vivir en grande, pero de estrenar, nada.

Yo creo que ya ni escribía.

Luis Fernández, alias “Jauja”, fue para mí un ejemplo de cómo un primer éxito precoz puede ser negativo y engañar al propio autor. Uno ha preferido siempre el pasito a paso, la seguridad de lo que va quedando edificado. “Jauja” creía en la gloria madrileña y bulliciosa, en los mediodías de Chicote. Yo creía más bien en la gloria ignorada de Juan Ramón, huerto claro y sombra malva, pureza lírica, pureza de vida, quizá una sustitución literaria de mi primer misticismo juvenil y enfermo.

A pesar de todo lo cual, y a pesar de la diferencia de edad, éramos amigos. En el funeral por la mujer de Miguel Delibes, una multitud, me encontré a “Jauja” completamente borracho, blando y oloroso de alcohol, como una flor en vino, con la pluma ya al viento, fuera de todos los armarios, y me profesó una fidelidad incomprensible, entre los latines del cura:

-Ya sabes que soy de los vuestros, Umbral, yo estoy con vosotros, somos los que somos, cuenta conmigo...
Y otras vaguedades.

De su carrera dramática sólo le quedaba el chapiri -que no se había quitado en la iglesia, por olvido-, un aroma de puro y poco más. Nadie me avisó de su muerte, muy lejos ya uno del otro, pero su caso me lleva a pensar en la tragedia del hombre de vocación auténtica e incapacidad también auténtica. Dios le habrá llevado a su ciclorama, el que soñaba para su función.

Son seres que han quedado por el camino de Umbral, en la cuneta, y que no tenían menos talento ni vocación que uno, pero quizá les fallaba la voluntad, eso de lo que nunca se habla, y tan importante es para el escritor.

El estilo es la voluntad de escribir. Luis Fernández, “Jauja”, murió del alcohol, supongo, pero, como me diría Fernando, murió del fracaso, que es lo que más mata.

Mayormente, en el teatro.