Image: Vicente Verdú

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Opinión

Vicente Verdú

Los columnistas

24 enero, 2001 01:00

Vicente Verdú

Entre el columnismo costumbrista y el comunismo fino, Verdú ha colado un costumbrismo intelectual que es un ensayo corto, cortísimo, porque el periódico no le da más

Verdú empezó, creo recordar, con un ensayo de costumbrismo crítico sobre el matrimonio, las bodas y sus accesorios. En aquel libro subyacía un ensayista irónico que no aspiraba a suscitar el rechazo de los intelectuales, sino la sonrisa del lector avisado.

La pulcritud de aquella prosa, la minuciosidad de aquellas descripciones, la precisión de aquellos detalles me hicieron entender que Verdú tenía alguna influencia de los norteamericanos -ha vivido en Norteamérica-, más algún deje de costumbrismo español.

Andy Warhol, Woody Allen, Hammet, etc., se expresan mejor con cifras que con detalles. "Un traje de treinta dólares" y la cifra nos da al mismo tiempo la entidad del personaje y la burla capitalista. Bien, pues esto lo practica Verdú sin exceso. Ha conseguido, en todo caso, renovar la prosa española no mediante la metáfora sino la precisión. Si un personaje tiene catarro, nos enteraremos de todas las medicinas que toma, todas reales, conocidas y de farmacia. Verdú no olvida ninguna, y no por afán de precisión, sino porque conoce la eficacia del realismo exhaustivo en un relato irónico. Todo muy americano.

Verdú, aparte sus ensayos y miniensayos, encabeza hoy esta serie de columnistas porque es quizá el más inteligente de todos y porque hace en El País un miniensayo semanal sobre lo que sea, siempre seco, escueto, exacto e irónico, de una ironía dura y eficacísima.

Cuando se ha ocupado de mí, me he sentido siempre desbordante para el escritor implícito -yo que soy el escritor explícito- por el hombre que dice callando y calla diciendo. Uno dice las cosas o no las dice, pero nunca se calla. Verdú tiene la sabiduría interior del callar, del decir callando, lo mismo lo bueno que lo malo, y creo que los periódicos no tienen hoy muchos ensayistas como Verdú. Es un hombre gris, mediano, discreto, callado, con quien he compartido algunas cenas. Atención a Verdú, que es un intelectual inteligente que nos ha nacido en esta difícil máquina de números y política que es el perio- dismo. Verdú tiene su variante de narrador, como ya he sugerido, en la que aplica la misma técnica minimalista, irónica, minutísima, pero llenando todo eso de suspense, tensión, emoción reprimida y drama implícito. Sus maestros aquí pudieran ser Carver (maestro a la inversa) y algunos otros narradores en corto que constituyen el polo opuesto al ruidoso y superpoblado polo Bukowsky.

Inicio aquí una serie de columnistas actuales -luego me iré a los pretéritos-, y creo que debo arrancar con uno de los mejores, recordando que el hombre de talento triunfa igual en la izquierda que en la derecha o en ese difícil centro que es hoy cualquier periódico.

A Verdú sólo le conozco de dos cenas en torno al premio González Ruano. Ni siquiera sé si Verdú tiene ese premio, pero sí recuerdo que entre un elocuente oficial y yo se decidió por mí para charlar, lo cual me honra y me honró aquella noche.

Entre el columnismo costumbrista y el comunismo fino, Verdú ha colado un columnismo intelectual que es un ensayo corto, cortísimo, porque el periódico no le da más, y puede que el periódico sepa lo que hace, pues que Verdú, forzado a brevedad, llega a las síntesis más luminosas de su pensamiento. Ya quisieran los franceses un ensayista de periódico como Verdú, que es un violinista de la lógica, un demostrativo de la razón y un mecánico de la prosa.

Hay una legión de colegas que creen todavía que la clave es empobrecer a los maestros, como al uranio, pero Vicente Verdú no está en eso, sino que ya he apuntado cuáles son sus posibles maestros o nombres recurrentes, y se pudiera resumir que no imita a nadie. Vicente Verdú es un escritor lento, pausado, lúcido, sereno, desconcertante. Estos planteamientos racionales, digamos, de su trabajo se van luego tensando en el ápice de la narración o el éxtasis del pensamiento, hasta ofrecernos una exterioridad mineral, purísima, evidente.
Vicente Verdú domina, pues, las dos direcciones de la escritura, narración y reflexión, y a ambas aplica un mismo sistema de calentamiento negro, habiendo partido del grado cero de la escritura. Este recurso tan importante, válido para lo uno y lo otro, se enriquece con la citada faceta del humor y el inconfesado recurso del misterio.

Con mucho menos laboratorio literario se hacen hoy las columnas en la prensa española. Verdú no ataca la realidad inmediata y periodística sino la actualidad larga e inmóvil, la costumbre, con lo que está haciendo periodismo de actualidad permanente, como una resonancia magnética de usos y personas. Sus consecuencias son actualísimas pero sus secuencias se fingen intemporales. Verdú trabaja sobre lo que Ortega llamaba las "vigencias". Las vigencias ya eran misteriosas para Ortega, como solidificaciones sociales con más fuerza que las leyes, pero sin un origen claro ni una tendencia enérgica, sino sólo un vago conservatismo que las inclina dulcemente hacia la derecha. Aquí es donde Verdú deja posar, como una tilde, como un acento circunflejo, como una diéresis, su mínimo de burla, amenaza, susto, miedo y destino.

Un florilegio de columnistas actuales es algo que naturalmente nos sale al paso por el camino de Umbral. Entendemos por actuales aquéllos que también son vigencias, por seguir con la palabra de Ortega, para antes o después abrirnos de capote y recoger el toro de la actualidad. Si empiezo este humilde centón con Vicente Verdú no es sólo por la calidad de su prosa sino por la originalidad casi kafkiana de sus escritos breves y por su absoluta identificación, negativa o positiva, con el hombre de hoy y la sociedad que vivimos.