Image: Raúl del Pozo

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Opinión

Raúl del Pozo

Los columnistas

14 febrero, 2001 01:00

En Raúl del Pozo está muy clara la vocación de contar, de mirar y ver y escribir. Lo que más tiene del escritor es la pupila, y luego la frase infame que se queda como un relámpago en la noche de Madrid.

Baja de las ciudades encantadas, donde ha bebido leche de cabra, y trae el zurrón lleno de las palabras de los pastores, de los rebaños, de los caminos. Hace periodismo en el Diario "Ofensiva" de Cuenca, periódico de la Prensa del Movimiento, como entonces eran casi todos. ángel Ríos, el director, que antes había estado en "Proa" de León, era un falangista sin sangre, sólo de grasa y mostacho, que conspiraba y fumaba mucho. Raúl no se entendía con él, pero allí estaba cuando yo fui a hablar a Cuenca y nos intercambiamos las corbatas. Con el tiempo nos intercambiaríamos aperos de mayor envergadura. Raúl era la estrella local del reporterismo y algunos mediodías almorzaba con César González-Ruano en Carretería. Un día a Raúl lo echaron del periódico y se vino a Madrid a conocer a Carlos Oroza y Paco Rabal.

Como periodista empezaría en la agencia de los Ferrari, hasta que Emilio Romero le llamó a "Pueblo", donde volvió a ser estrella. Nos veíamos mucho en el café, donde yo alternaba con el 27 y él con los bohemiazos de la barra, el Pata Erótica, Adrados y otros desavenidos de Dios. Romero sabía que Raúl era de ver y contar, de modo que le mandó de corresponsal a varias capitales del mundo. ¿Cuándo pasa Raúl del reporterismo al columnismo? Pues no me acuerdo. Es un chico con el pelo en una sola onda, los ojos vivos, el perfil romano, la risa fácil, el tabaco malo y el dinero a punto para el naipe. Viste descuidado y jamás se aprieta el nudo de la corbata.

Como columnista empiezo a leerle en "Diario 16", con Martín Prieto y Antonio Burgos. En el columnismo es donde le reaparece el zurrón de oro viejo de las palabras del rebaño, con las que enriquece su prosa. Raúl tiene tres manaderos fundamentales para acuñar su singular estilo.

El lenguaje pastoril.

El lenguaje del naipe.

El lenguaje de los toros.

Y aún podríamos añadir el lenguaje de la cárcel, el argot de los chaperos y una versión muy personal y abultada de la germanía gay. Raúl del Pozo es el columnista puro que necesita una sola idea, una sola imagen, una sola anécdota, un solo personaje, para muñir su columna, orfebrizada siempre por las palabras de todas estas tribus que hemos enumerado.

De "Diario 16" es rescatado por Pedro J. Ramírez para "El Mundo", donde alterna la columna de cultura con su columna personalísima que ya hemos descrito, a más de las crónicas de tribunales, de toros, de sindicatos o de lo que sea, que le pide el periódico. En Raúl del Pozo está muy clara la vocación de contar, de mirar y ver y escribir. Lo que más tiene del escritor es la pupila, y luego la frase infame que se queda como un relámpago en la noche de Madrid. últimamente hace un periodismo de ideas y erudición y digamos que los grandes hoteles acuden a él con su piano y su pianista y las grandes mujeres acuden con sus modelazos y su vicio. Todo esto va madurando al columnista y metiéndole en años y sabidurías. Su vocación intelectual es la política, que frecuenta, como los grandes toreros, arrimándose mucho a los políticos amigos o enemigos. Se entiende muy bien que Raúl del Pozo, el comunista, haya llegado a su buena amistad con el presidente Aznar.

Recuerdo los tiempos en que de pronto le dolía el corazón, con un dolor sentimental, se iba al fondo del café, como a morir, y me pedía que le tomase el pulso. Raúl ha hecho su carrera columna a columna, sin grandes premios, sin grandes espectáculos, sino limitándose a trabajar con los dos índices el material que tanto ama del castellano, y que ahora ha embarnecido, como corresponde, con citas, anécdotas históricas, nombres de reyes y paralelismos históricos. Porque la Historia se parece siempre a la Historia y de eso tiene que sacar partido el columnista.

Ahora juega al golf, más por salud que por esnobismo, contra lo que digan, llega puntual a las cenas de sociedad y presenta sus novelas en Chicote, entre tipos de mala catadura que deben ser los personajes del libro, porque del Opus Dei no son. Raúl o la constancia de un inconstante. Pasó de vivir en la calle, pegando gritos de acera a acera como en un pueblo, a vivir pegado a su máquina, escribiendo con ganas o sin ellas, como nos pasa a todos en este gremio. Cuando Agatha nos vistió a todos de presos, el que más cara de preso tenía era Raúl, siendo el más guapo, como si le saliesen las hambres de postguerra. Yo le veo a Raúl la tristeza que seguramente me ve él a mí, pues nos hemos hecho viejos y populares en el oficio, pero hay en nosotros un golfo arrepentido y estafado por la cultura que quisiera volver a las putas de Carretas, las choricillas del cine, el vino de las tabernas y el reportaje callejero, como los bohemios de principios del siglo XX, que fueron algo así como la costra del 98. Pero la costra -¿verdad Raúl?- ya nos la hemos quitado con los mejores jabones de los mejores expresos y las mejores mujeres, aquéllas que nos enseñaron a lavarnos, que ya era hora.