Image: Tendentes a la tendencia

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Opinión

Tendentes a la tendencia

27 febrero, 2001 23:00

El concepto de tendencia tiene la ventaja de organizar a los poetas en pelotones, a despecho de que todo poeta, incluso el más modesto, se tenga por un águila solitaria, altiva allá en sus cumbres heladoras

En los ámbitos naturales de la reciente poesía española se baraja con insistencia y alegría el concepto de “tendencia”, que, según parece, aspira a sustituir la noción del poeta como individualidad por una política de cupos, lo cual no deja de ser una estrategia filantrópica: algo así como imaginar el panorama poético de nuestros días como uno de esos carteles religiosos en los que un chino abraza a un negro que abraza a un árabe que a su vez abraza a un europeo sonrosado. Un método como cualquier otro, en fin, para repartir equitativamente si no la gloria literaria, sí al menos el presente, que tampoco es poca cosa. Un método, además, que tiene la virtud de democratizar provisionalmente la valía poética: Juan Ramón Jiménez, por ejemplo, cantor principal de los crepúsculos simbolistas y de las zozobras abstractas, representaba en su tiempo una tendencia distinta a la representada por Manuel Heredia Castelló, notario de la localidad jiennense de Baeza y autor del ramillete de sonetos titulado Agonías de mi ser, con predominio de rimas en aba y en ando.

Lo curioso es que el concepto de tendencia no tiene consideración de efecto de una causa, sino todo lo contrario, lo que no deja de resultar un poco desconcertante, ya que ninguna tendencia estética genera nombres, sino que son unos nombres propios los que excepcionalmente tienen la capacidad de generar una tendencia. Por decirlo al gusto de Pero Grullo: Góngora no fue un poeta gongorino, sino que fue Góngora. (Aunque tampoco podemos menospreciar la opción del pensamiento poético igualitario, según el cual Góngora sería el representante de una tendencia poética gongorina en vez de representarse despóticamente a sí mismo.) El virus de la gripe puede ser el desencadenante de una epidemia de gripe, pero quizá resultaría un tanto caprichoso el hecho de suponer que la aparición del virus de la gripe depende de una epidemia previa de gripe. Por la misma razón, el surgimiento de una tendencia poética resulta difícil de explicar sin la aparición previa de alguna poética individual que dé origen a su propia epidemia: la proliferación de actitudes parasitarias con respecto a esa estética individual y única. Ahora bien, esas actitudes parasitarias no sólo se practican desde el asentimiento, sino también desde el disentimiento, lo que facilita la aparición -o al menos la formulación- de supuestas tendencias que no se asientan necesariamente en una estética alternativa, sino en el mero antagonismo a una estética definida y consolidada como tal tendencia, con sus voces magistrales y con sus ecos epigonales.

No da pie a una tendencia quien quiere, en fin, sino quien puede. Es decir, no basta con escribir poemas que partan de un propósito de marginalidad con respecto a la poesía que define -que está definiendo- un período histórico, sino que resulta necesario -o al menos muy conveniente- que esos poemas no limiten su razón de ser al hecho de representar una disidencia distorsionante con respecto a una corriente estética central. Difícilmente podría legitimarse una tendencia por sí misma, sino que en cualquier caso lo haría por la validez de su aportación al dibujo global y al entramado profundo de una determinada época literaria. Mañana mismo, si alguien no logra remediarlo, puede surgir un movimiento poético que proclame su desdén por el uso de las consonantes fricativas y su fervor en cambio por la onomatopeya, pongamos por caso, pero tal vez resultaría un gesto crítico demasiado rumboso el hecho de otorgarle a ese movimiento la condición de tendencia estética diferencial, lista para servir de alternativa instantánea a cualquier estética que disfrute de cotización metafísica en los mercados del lirismo.

Sin duda porque no existe cosa más barata que un concepto, no sólo se maneja en nuestros días el concepto de tendencia, sino que a veces se adjetiva ese concepto y se habla de tendencia dominante. La idea de dominación resulta antipática a cualquier sensibilidad y parece lógico que se procure combatir esa circunstancia mediante rebeliones, conspiraciones y conjuras. El único inconveniente radica en que tal vez se están combatiendo entelequias, porque mucho de entelequia tiene el concepto de tendencia de por sí, aunque no seré yo quien se atreva a poner en duda ni siquiera la utilidad de la más evanescente de las entelequias de segunda categoría, y menos aún en este caso, en que la aceptación crítica de un fenómeno poético colectivo (la supuesta tendencia presuntamente dominante) sirve fundamentalmente para promover la negación crítica de unas realidades poéticas individuales (esas realidades que conforman la presunta tendencia supuestamente dominante, pues de algo tienen que estar hechas las tendencias). Un procedimiento psicológico parecido, en definitiva, al hecho de admitir la idea de la santidad con el único propósito de desacreditar los milagros de los santos.

¿Y bien? Bueno, la vida son tres días mal contados y hay veces en que llueve. El concepto de tendencia tiene la ventaja de organizar a los poetas en pelotones, a despecho de que todo poeta, incluso el más modesto, se tenga por un águila solitaria, altiva allá en sus cumbres heladoras. Tres días mal contados, ya digo. Y luego nos iremos todos a ultratumba, que rima irreverentemente con rumba. Y a ver quién se interesa entonces no ya por estos enredos conceptuales que nos traemos, sino incluso por cualquiera de los representantes de una tendencia lírica dominante execrada por una tendencia lírica con afanes de dominación, y viceversa. Pero, entretanto, en fin, que siga destellando el espejismo.