Image: Jaime Campmany

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Opinión

Jaime Campmany

Los columnistas

28 febrero, 2001 01:00

Los suscriptores veteranos del "Abc" le leen buscando al viejo falangista, pero yo lo leo buscando al gramático latino, al latino pardo, al castellano clásico y al castellano cheli

Vino de Murcia a dirigir el "Arriba" literario y faldicorto de los años 50 o así. Recuerdo con él a Manuel Alcántara y Salvador Jiménez, que vinieron de extremos. Yo leía más a estos dos que a Campmany porque éste escribía menos o escribía poco o escribía sin firma, como suelen hacer los directores, asumiendo toda la metafísica del periódico. En un periódico tan literario, por otra parte, no tenía mucho sentido que el director aportase su granito de prosa a las prosas ilustres de cada día. Los falangistas de la tercera generación, o lo que fuesen, habían decidido pasar de sus diferencias con Franco, con el Movi-miento, con la izquierda, con la derecha y con el centro, que entonces no existía, haciendo un periódico casi de pura estética, que tenía mucho, en el hueco y en los textos, de antigua revista del SEU. Es como si aquellos chicos se resistiesen a abandonar sus revistitas de colegio mayor, en las que habían empezado para orgullo de sus novias, suponiendo que las novias se enorgullezcan de tales chorradas.

Eugenio d’Ors, García Serrano, Antonio Valencia, Federico Sopeña, Eugenio Montes, etc., hacían secciones fijas o saltarinas en aquel "Arriba" oficialmente ortodoxo y oficiosamente golfo. Eran decididamente literarios, desde la herencia de Ortega a la del citado don Eugenio. Eran joseantonianos, pero se les había olvidado el "Primo de Rivera". Periódico de grandes fotos y de mucho leer que llegaba a provincias a mediodía y que yo compraba por unos 40 céntimos o más, no sé, no tengo memoria financiera. El "Arriba" era un barco de papel con una revolución pendiente a bordo. Jaime Campmany, de discreta presencia o discreta ausencia, conservaba el bigotillo falangista pero nunca hizo nada contra los submarinos comunistas y adolescentes que pululaban por el bar y la redacción, y que algunos quisieron tirar por la ventana. Campmany, que había traído de Murcia muchas letras clásicas, era un ilustrado que se diera en Roma otro baño de clasicismo y nuevo nacimiento, o quizá Renacimiento.

Cuando más leí a Campmany fue en la polémica "Arriba/Pueblo", y entonces ambos periódicos andaban ya pordioseando las últimas rosas rojas de la Victoria. El emblema de Emilio Romero era un gallo follador y el de Campmany un barquito de papel. Eran el Movimiento contra el Movimiento y yo no sé si se habían inventado aquello para vender o para epatar. El barquito procelaba por las mañanas y el gallo cantaba por las tardes recluyendo gallinas sindicales y gallinas verticales en el gallinero del Paseo del Prado, antes calle Narváez, como el "Arriba" fuera antes calle de Larra, con la redacción, armas y bagajes de "El Sol", en el café Comercial de los bulevares. Campmany se las tenía tiesas con el gran sofista, dandy y cínico del Régimen, y entonces empecé a fijarme en él. Desmantelada toda la flota franquista de papel de envolver, Campmany reaparece en "Abc" con unas canas pulquérrimas de senador de Sagasta y el bigotito nevado de la nieve de Rusia, aunque yo creo que él nunca estuvo en Rusia. Con aquellos periódicos se habían hundido unos cuantos nombres de amena lectura y recorrido corto, pero Jaime Campmany encontró la fórmula para seguir escribiendo a diario en un tiempo ya democrático y con las cartas sobre la mesa, tahúr como él era. Esta fórmula consistía y consiste en no ocultar nada del pasado, como las copleras más honrás, y denunciar la demasía capitalista del presente, con lo que no perdía coherencia su imaginario juvenil de la revolución pendiente contra los bancos y contra los reyes.
Jaime Campmany abandona el estilo lírico de la posguerra, la rima joseantoniana, aunque había venido a Madrid a ser poeta, y deja correr de sí una prosa castiza, dialectal, faltona, divertida, académica y de mala leche. A mí me llamaba "el autodidacta". No sé si había leído La náusea de Sartre, pero yo tenía poco que ver con el autodidacta culoncillo y sartriano de aquella gran novela existencialista, aparte de que no era autodidacta salvo en la medida en que lo es todo escritor, pues a escribir se enseña uno solo. No hay universidades, ni siquiera en Murcia, que hagan escritor al escritor. El autodidacta Campmany también tuvo que hacerse a sí mismo, y más en su segunda vida de liberal coñón y columnista muy al día. Los suscriptores veteranos del "Abc" leen a Campmany buscando al viejo falangista, pero yo lo leo buscando al gramático latino, al latino pardo, al gatopardo, al castellano clásico y al castellano cheli y puede que también al murciano dialectólogo que se sabe palabras de la huerta.

Es escritor de facundia, de esposa encantadora, de liberalismo tranquilo y respondón y de amistad cortés, elogiosa y refinada. Ha tenido que dejar de llamarme "el autodidacta" porque el tiempo va desnudando la figura entera de las cosas y en el crepúsculo se ven las personas a otra luz. En esta serie no suelo ocuparme de los libros de los columnistas, pero Campmany tiene una trilogía italiana de madurez que le zumba el bolo. Es escritor muy leído por las grandes viudas, por el liberalismo de clase media y por los que buscan bronca. Le han quitado de la columna la cabeza de Mampaso, que era muy bonita y le hacía más sagastino. Entre Roma y Murcia, un periodista encurtido en todos los climas políticos, allegro para el periódico y jarrapellejos para el enemigo ocasional, pues no ha perdido aquella manera de remangarse ni la buena prosa pugilística de los años perdidos, heroicos y puramente imaginarios.