Image: Vázquez Montalbán

Image: Vázquez Montalbán

Opinión

Vázquez Montalbán

Los columnistas

14 marzo, 2001 01:00

Se circunscribe hoy a unas columnas breves y actualísimas, como escritas en el único ordenador libre del periódico, cada día más Carvalho pero no menos rojo

En los primeros años 60, cuando Barcelona iba dejando de ser el bosque animado de la gauche divine, aparecieron unos escritores menos divinos, pero más humanos, desde Pere Gimferrer a Manuel Vázquez Montalbán, que escribían ya como si no existiese la dictadura y convirtiendo la distancia geográfica de Madrid en distancia histórica y política que les permitía decir más cosas que los escritores madrileños, del mismo modo que la Maña del Molino enseñaba más muslamen que las desmañadas de nuestro teatro Martín. El nombre más significante de esta nueva herborización generacional es Manuel Vázquez Montalbán, que tiene mucho del hombre de letras francés, es decir, un intelectual de pluralidades, un especialista en ideas generales, como hubiera dicho un paisano suyo, desde el marxismo a la gastronomía y desde el humor a los informes sobre la información, que cimentaban con el viejo rigor de la izquierda y la moderna tecnología de la derecha toda la obra dispersa y sabia del joven escritor.

En todo núcleo cultural bien trabado se da ese personaje, que es a la vez el más interior y el más exterior, y en todo caso el más influyente y el que anuda a los otros con lazos de sutileza y convicción. De la novela a la revista, Vázquez Montalbán escribe sabio y seguro, rozado siempre por el humor y la información de última hora. Es uno de los creadores de este nuevo columnismo que todavía se cultiva y que consiste en decir con risa, por un lado, lo que por otro se dice muy en serio, con riesgo y gravedad. En las revistas transicionales, como Triunfo, Hermano Lobo o Por favor (fundada por él), Vázquez Montalbán es maestro de un género que cultiva la superficie de las situaciones dejando asomar sólo un iceberg de todo el mensaje revolucionario y ortodoxo que flotaba por debajo.

Vázquez Montalbán se gana al público a distintos niveles: unos buscan su costumbrismo crítico, su falsa nostalgia española, como en sus cancioneros nacionales o en sus poemas al Seguro Obligatorio de Enfermedad. Otros, se amenizan asistiendo a la hazaña de este torero gordo que burla los pablorromeros de la censura con artes todavía franquistas, desde el barullo del Cordobés y su salto de la rana al comunismo proclamado y dandy de Luis Miguel Dominguín. Vázquez Montalbán, con sus series teóricas o humorísticas, se va ganando a la juventud española y es cuando empieza a escribir novelas, por cubrir todos géneros. Su personaje Carvalho, nacido de unos artículos, llega a cobrar densidad de protagonista policíaco, con su dosis autobiográfica, en la que reconocemos al autor: gusto por la comida, por las mujeres y un hedonismo de izquierdas que era ya algo así como el eurocomunismo primaveral y fugaz paseándose por las Ramblas. En Vázquez Montalbán, como en Simenon, el principal protagonista es el ambiente. Gran maestro de ambientes, el autor crea un mundo propio y variado para su personaje.

Pero vengamos al columnismo, que fue lo que entonces le diera mayor contingente de lectores. En el artículo largo o corto, analítico o esperpéntico, Vázquez Montalbán es siempre el citado hombre de letras que acerca la cultura a la calle y la malicia política a la vida pública. Dijo Baltasar Gracián, en cuyo centenario nos encontramos, que la vida es "milicia contra malicia", y Vázquez Montalbán, como siguiendo este lema, o dándola la vuelta, se ejercita siempre en la malicia contra la milicia, leídas literalmente estas dos palabras: burla contra franquismo. Vázquez Montalbán ha hecho todos los géneros, como queda dicho, con la misma facilidad de prosa y urgencia de idea. Nunca ha abandonado del todo el columnismo, aunque acostumbra a meterse en unos libros muy gordos que luego le salen best sellers. El parvulario ideológico de nuestro autor ha ido perdiendo realidad en el decurso de la historia, pero Vázquez Montalbán sigue fiel a unas realidades elementales y sociales que no se pueden obviar por mucho que suba el Producto Nacional Bruto.

Entre viajes y operaciones, entre muchachas y licores, entre intelectuales y detectives, Vázquez Montalbán ha alcanzado una madurez humana y política que le da autoridad a lo que dice y hasta a lo que no dice. Es uno de esos escritores con cualidad oracular, un poco a la manera de Sartre, aunque siempre lejos de todo fanatismo. No es esto ni lo otro sino la inteligencia incesante que va dejando por ahí artículos cortos de periódico como virutas de la labor casi industrial de su cerebro siempre irónico y lúcido.

Hoy casi toda aquella gauche divine, o sus hijos bastardos, practican esta suerte de ludismo vencido, resignado y que no se deja engañar. Pero el primero fue Manolo, que siempre ha tenido un amor secreto por la columna inmediata y revolera como la media verónica de un picador que se hubiese echado al ruedo llevando detrás todos los libros de caballerías que caben en la tripa sangrante de un rucio hidalgo. Las novelas gordas de Manuel Vázquez Montalbán son todas de gran responsabilidad ideológica y literaria, pero aquí, en esta serie, nos hemos fijado la norma de tratar únicamente al escritor en su aspecto de columnista. Manuel Vázquez Montalbán se circunscribe hoy a unas columnas breves y actualísimas, como escritas en el único ordenador libre del periódico, cada día más Carvalho pero no menos rojo, siempre lleno de curiosidades vitales y generales como un filósofo del humanismo marxista, que es lo que él sería muy a gusto si quedase humanismo y, sobre todo, si quedase marxismo.