Image: Manuel Alcántara

Image: Manuel Alcántara

Opinión

Manuel Alcántara

Los columnistas

4 abril, 2001 02:00

Superados los insuperables ruanismos, es ante todo inteligente. Alcántara ha encontrado una fórmula magistral para hacer una columna culta, actual, informativa, elegantemente ingeniosa, liberal y bien vivida

Empezamos a leerle en las revistas universitarias del SEU, pero no le leíamos en prosa sino en verso, ya que todas las semanas hacía un poema/glosa a algún suceso, noticia o foto de actualidad. Esto del poema semanal nos parecía cosa dificilísima a los chicos de entonces, lo cual contribuía a aumentar el prestigio naciente de este poeta malagueño que acababa de triunfar en Madrid. Alcántara entró en seguida a formar parte del grupo de los ruanistas o cesarísimos, y yo le descubrí un día en un hotel de ávila escribiendo temprano en el comedor el artículo que había de mandar al Ya o al Arriba, no recuerdo, a la manera del maestro, que también madrugaba mucho para escribir, pero a Alcántara lo vi por primera vez en un colegio mayor de Valladolid, donde nos dieron una charla nocturna, después de la cena, Ignacio Aldecoa y él, cada uno con su whisky delante.

Luego se me apareció en León, con Salvador Jiménez, haciendo de mosqueteros del citado Ruano, a quien presentaron a dos voces. El diario Arriba lo tenían prácticamente tomado entre los tres, hasta que Alcántara, por esas cosas que pasan, se fue a Pueblo y luego al Ya, que esto último si que fue un fichaje sorpresa. Yo no sé si el columnista es siempre el mismo, escriba donde escriba, pero hay algunos que cambian de coloración y estilo según la cabecera que les acoge. Supongo que el secreto depende de la personalidad del firmante. Si su nombre se impone al prestigio del periódico, quizá se le permita hacer lo que le dé la gana. Por el contrario, quienes están de tifus en un diario, dejan asomar demasiado la oreja rojigualda, o lo que sea, para demostrar que son de los nuestros, de los suyos, de los que sean.

Manuel Alcántara vino de Málaga dispuesto a escribir poemas como don Manuel Machado y prosas como Ruano. Ambas cosas le salieron bien, con ayuda de un discreto y personal museo de bebidas, de modo que pronto fue un cabeza de serie en esto del columnismo, pues además tendía a la pieza corta, que es lo que sueñan los redactores-jefes, porque la pieza corta entra en cualquier casilla del ajedrez periodístico, o por el contrario viene a realzar una página que quedaba floja. También recuerdo a Manuel en los veranos de Santander, en la Menéndez, sentado toda la tarde ante un whisky, entre el sol y la sombra del césped, haciendo tertulia con otros sedentes de la cultura, mientras el gentío se iba, con equipos náuticos, suecas, balsas y artillería submarina, a sumergirse en las procelas del pavoroso y pizarroso mar Cantábrico, que es un mar con muy mala leche, por mucho y bien que lo haya cantado José Hierro, que tiene su casa en la orilla y comunica la cocina con el fondo del Atlántico.

El columnismo de Alcántara, superados los insuperables ruanismos, es ante todo inteligente, de calor frío, de frase certera, intencional y sobriamente lúdico. A Manolo se le notan mucho sus vastas lecturas europeas, liberado ya, como todos nosotros, de la sota valleinclanesca, el caballo cesarista y el rey de Foxá. Me pegué un susto la primera vez que encontré, en un artículo de Manolo, en aquel Pueblo de la tarde, una cita de Bertrand Russell

Comprendí que el inteligentísimo Manuel Alcántara había ampliado su mercado cultural y no iba a quedarse en los cuatro bohemiazos del café Varela. Pero tampoco se podía seguir haciendo ya el artículo lírico de César, ni a Alcántara parecía tentarle mucho la política, de modo que ha encontrado una formula magistral para hacer una columna culta, actual, informativa, elegantemente ingeniosa, liberal y bien vivida. Eso es lo que publica ahora a diario, como maestro que se salva, con otros cuatro, de la zalagarda política en que andamos metidos los demás.
En aquel Madrid de los 60 traté mucho a Manuel Alcántara, y recuerdo que estuvimos juntos, con César y con otros, en el entierro de Ramón Gómez de la Serna. Luego, cuando la movida madrileña, que fue mucho más profunda y movediza de lo que ahora dicen, Alcántara y Salvador, tan entrañables para mí, se volvieron a sus mares azules, que son el mismo, y desde allí me envían versos de luz obstinada y joven madurez. Todo el laboreo literario de Manuel Alcántara ha consistido, gloriosamente, en ir transfigurando aquel romanticismo ocasional de juventud en un clasicismo personal que es otra forma más digna de ser joven, bajo el doble beneficio de un mar que le manda su argumento y una ginebra que le manda su cosa anglosajona, irónica, serena, nivelada, con el bigote cada día más poblado y más cano, qué fuera de aquellos bigotillos finos y esgrimistas de César, de Pepe Hierro, de Alcántara, García Nieto, etc.

Alcántara es un maestro de ausencias que siempre nos confunde con su presencia inesperada en un estreno o una cena. Yo creo que los jóvenes poetas andaluces no han querido enterarse mucho del maestro que tienen en el malagueño. Este maestro es la forma perfecta, sí, pero además la intención, la atención, la ironía lírica, el machadismo superado y la finura de alma en un hombre que va para gordo. Sus columnas no son necesariamente columnas de poeta sino de periodista literario que ha cogido la actualidad no precisamente por la vida basura, que es lo de todos, sino por una vida solitaria, bien bebida, decorada de mares como tapices en los espejos y de espejos que desprovincianizan su prosa y le dan algo así como el tono de un columnista que hubiese leído demasiado (nunca es demasiado) a los metafísicos ingleses.