Image: García-Posada

Image: García-Posada

Opinión

García-Posada

Los columnistas

11 abril, 2001 02:00

Miguel García-Posada

Ni siquiera en sus columnas más biográficas se entrega García-Posada al costumbrismo de una vida o una época, las del autor, sino que aporta precisiones y rigores para que tengamos también al ser humano, sí, pero en función siempre de lo que escribe

Se peina para un lado como un escritor francés. Tiene placideces de hombre logrado y malos humores de crítico también logrado. Nació en Sevilla y es doctor en Filología Hispánica. Escribe una columna semanal de literatura en Babelia. Si como crítico se mueve siempre dentro del rigor y la despersonalización, como columnista se muestra más subjetivo, más entrometido, siempre en temas literarios, con más ideas e iniciativas sobre los vivos y los muertos, sobre los centenariados y sobre el último premio Hiperión. Miguel García-Posada estudió con los jesuitas de ¿Sevilla? y con los catedráticos de Salamanca. Al fin, en reciente libro, se confiesa prisionero de "el vicio crítico".

Efectivamente, la crítica, que empezó siendo para García-Posada un lujo en ABC, hoy es un vicio en El País por lo en serio que se le ha tomado, lo consagratorio de sus críticas (a veces) y su norma de oro: "Sobre una mala novela no se puede hacer una buena crítica". En García-Posada veo yo un andaluz apasionado que vibra con sus autores, pero todo esto corregido por el estudioso y el doctor, que aporta cada día mayor beneficio erudito, artillería documental y opinión arriesgada y solvente. El tono deliberadamente impersonal de su prosa, que apenas condesciende a la burleta de la crítica al uso, le aporta una dignidad singular a todo lo que dice, incluso cuando no estamos de acuerdo con él.

Apelando a Nabokov, defiende, después del derecho a crear, el derecho a criticar. García-Posada publica ahora El vicio crítico, que es un firme ensayo sobre la proliferación arborescente de la crítica literaria, sus escuelas y variedades. En realidad, durante todo el siglo XX se ha venido evolucionando de una crítica que llamaríamos artística a una crítica científica, que es la de ahora mismo y que ha llegado a sobresaturarse de cruzamientos, influencias, coincidencias y discrepancias, tomando cuerpo por sí misma y olvidándose humorísticamente del sujeto: la obra a estudiar. Está, según Steiner, "la locura mandarina del discurso secundario". Es decir, que el discurso crítico ha llegado a tal magnitud, en importancia, variedad y abundancia, que accede ya a secundario, pero en realidad es como la vegetación que rodea la vieja casa y cualquier día puede devorar el discurso primario o principal, la Obra. Lo cierto es que la novela empezó a coquetear con la crítica, haciéndose crítica de sí misma, como el Ulises. Lo cierto es que Marcel Proust escribió un ensayo poderoso contra Sainte-Beuve. Lo cierto es que el creador, intelectual asimismo, dejó de someterse a las tiranías gacetilleras de la crítica del XIX erigiendo paralelamente un discurso analítico que superaba a los profesionales de la reseña. Así, Eliot, Huxley, Mann y los anteriormente citados. Esto obliga al crítico profesional a abandonar parcialmente sus artículos ligeros y a hacer una nueva crítica en libro, cada día con más rigor y hallazgo, como fue el caso deslumbrante, en los 60, de Umberto Eco.

En puridad, sólo hay dos maneras de crítica. Esta manera actual, tecnicista, que pasa por el estructuralismo y llega a la decons- trucción, y la manera del XIX, romántica, artística y, en una palabra, baudeleriana. La crítica como obra de arte en sí misma sólo la valoraron los románticos. Era una pieza que incluía la biografía del autor estudiado, las características personales y hasta los amores. Ya hemos dicho que la nueva novela trae inevitablemente la nueva crítica, porque, al mismo tiempo, la crítica de arte estaba degenerando en alegoría, como es el caso de Cansinos-Assens. Ahora mismo estamos volviendo a una crítica fruitiva, lúdica, degustadora, inocente, como la del lector que sólo busca el placer del texto. La vía vuelve a ser muy sugestiva y tiene futuro, pero el presente sigue siendo Jakobson, Lacan, Roland Barthes, etc. En eso estamos y en eso está García-Posada como crítico y como columnista literario. El estructuralismo nos ha descubierto muchas cosas e incluso ha expulsado al autor del texto con todo su aparataje romántico de estrella de la literatura. En la cría de naranjas no importa la tierra y en la cría de novelas no importa el autor. La construcción léxica se establece por sí misma, aunque la reacción contraria se iniciaba ya en los 60, con Susan Sontag, contra la interpretación.

Entre estos dos extremos, que polemizan fructíferamente, García-Posada es uno de los pocos críticos españoles que se mantiene en un prudente y eficaz término medio, profesando devoción a la personalidad del poeta o prosista, pero aplicándole procedimientos de última hora en cuanto a la autopsia de su texto, precisamente para que no sea un texto muerto.

Ni siquiera en sus columnas más biográficas se entrega García-Posada al costumbrismo de una vida o una época, las del autor, sino que aporta precisiones y rigores para que tengamos también al ser humano, sí, pero en función siempre de lo que escribe. Miguel García-Posada ha dejado muy atrás a los críticos de solapa y a los continuadores retóricos de Cansinos. Pero tampoco se ha perdido como un esnob en la trigonometría del texto codificado por un ordenador previa extracción del alma. Este crítico es el más ponderado ejemplo español de respeto a la escritura y al escritor, lo cual empieza por evitar los libros malos, sobre los que, según su frase inicial, no se pueden hacer críticas buenas o de calidad. García-Posada ha asumido el vicio crítico como un gran género literario, y en su ordenador lo es.