Image: Llegó a mi casa atravesando mares

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Opinión

Llegó a mi casa atravesando mares

Por el camino de Umbral

11 julio, 2001 02:00

Acuden las mañanas a mi cuarto como tropeles de veranos muertos, acude tanta luz, cuando aún es verde, para invitarme al juego de la vida. La vida me da vueltas y me venda los ojos como a un niño. Este juego goyesco es ya toda mi vida: girar muy mareado en torno de mi ausencia

Junio. Sábado, 30

Una Virgen románica. Esta Virgen románica y esbelta llegó a mi casa atravesando mares, los mares de ferralla y de pecado por donde vagan vírgenes antiguas alquilando su amor y su liturgia.

Yo la compré en el Rastro con fervor, el fervor que el románico y el gótico ponen en mi alma vieja de cristiano. Pero ni soy cristiano ni ella es virgen sino una esbelta obrera del XIV, una joven campesina, manos de hombre, entre madres y damas y elegancias dormidas en la foto, y mi último retrato de Verlaine, que me lo dio Dicenta, los cacharros abstractos de Chillida, las geometrías de Gerardo Rueda y la oración escéptica de mi alma que digo por las noches, si me acuerdo.

Acuden asimismo el gran Viola, con un lirio de luz, las cabezas borrachas de Cuixart, el cuchillo de luz en las tinieblas, las brumas tan norteñas de Mariví Nebreda, los culos de úrculo, las aldeas de úbeda y las mozas, los cuadros que me hacen diplomático, el poderoso abstracto de Roldán, o del otro Roldán, ese que vive en Navalagamella, cerca de Bustarviejo, donde hay un argentino viviendo con Van Gogh, los pies desorejados. O Baudelaire y Ruano, parientes como salen en mi libro (futuro), bajo Laetitia Casta, que les mea. Penagos, álvaro Delgado, los alambres crispados de Oteiza, y entre todos se mueve, a la mañana, ascensional y de pueblo, mi gran Virgen del Rastro, mi único culto. Casi como si fuese la asistenta.

Julio. Domingo, 1

Pero con esto de los cuadros en mi casa se está iniciando una revolución silenciosa. Quiero decir que mando retirar todo lo figurativo e irlo supliendo, paulatinamente, por lo abstracto. Estoy llegando a un punto en que no soporto la figuración. Esa señorita que va con el cántaro a la fuente, todos los días de su vida y de la nuestra, siempre con la misma sonrisa, la misma gracia y el mismo cántaro. Esto llega a hacerse insoportable, pero tampoco podemos romper con la señorita, porque no hay nada que romper. O esas perdices que se pudren en un bodegón viejo y tienen una resurrección como insectos. El destino del realismo es la pudrición o la monotonía, y de ambas cosas ya tengo bastante en mi vida. El abstracto de los 60 me fascinó por razones generacionales (lo leíamos como una protesta contra Franco, cuando no había nada que leer). Asimismo sentía que habíamos llegado al final del arte, a pintar la pintura, muy lejos ya de la naturaleza como Baudelaire o Sartre. Era un esfuerzo similar al mío. Pintar la pintura, escribir la escritura.

Lunes, 2

Acuden las mañanas a mi cuarto como tropeles de veranos muertos, acude tanta luz, cuando aún es verde, para invitarme al juego de la vida. La vida me da vueltas y me venda los ojos como a un niño. Este juego goyesco es ya toda mi vida: girar muy mareado en torno de mi ausencia.

Acuden las urracas a mi pecho, soy el padre Francisco con mi ardilla y vuelven las urracas, y las gatas en celo, y las palomas de condición heráldica y doméstica. Ah la plaza mayor de los gorriones que son mi Rinconete y Cortadillo, la cervantina gracia tipográfica de mi ave madrileña y callejera. Los gorriones se saben el Quijote porque estaban allí cuando se hizo, cuando se imprimió el libro, por Atocha.

Los gorriones me traen gloria y sonrisa, ellos son mis laureles y mi paz. Me adentro en la mañana desplegada como la carpa azul que Dios ha puesto. Quizá es que vino anoche, sin sentirlo, y va a echar un sermón al inmigrante. Me adentro en la mañana, bajo el azul católico de España, donde nadie cree en nada ni falta que hace.

La una es un galeón del XVII donde embarrancó España sus monedas. Entro en ese galeón, en mi jardín, no buscando tesoros ni monedas, sino esa niña blanca y española que ha sido hallada ayer en los periódicos y sigue en un jardín, en un galeón, esperándome a mí o a otro español de los que hemos soñado su regreso. La niña ha sido almuerzo de piratas, como las llamas y como las indias, pero no es arcilla, no es guedeja, sino una breve virgen española que se embarcó escapando de este amante.

La niña es esta España soñadora que quiere ser más joven en América. Acuden las mañanas a mi sueño, acuden las urracas asesinas. Yo sólo soy un pillo cervantino bajo la luz litúrgica del diablo. Yo sólo soy un poeta malherido en la mañana inau-gural de España.

Martes, 3

Cena estival en el jardín de Sisita. Echo de menos a la perra. Señores feos que me suenan y señoras guapas que no me suenan. Inés Oriol con lunares y clavel al cuello, es como una andaluza falsa de Anglada Camarasa, que se inventó aquella Andalucía apócrifa y glaxofonada para vender mucho a los franceses. Sisita, descotada y con un señor. Al señor, bajito y culto, no le veo mucho porvenir en la dulce y tormentosa vida de esta mujer, que ahora, además, tiene enfermedades en su familia. Se lee un poema del gran Luis Alberto de Cuenca y yo tomo agua fresca mientras los demás le pegan al vino como albañiles. Aquí en la aristocracia es que gusta mucho la priva y se hace mucho gasto de alpiste. Quiero a estas dos mujeres cumplidas y completas pero sigo echando de menos a la perra, maternal y santa.